Este Búho continúa cumpliendo su cuarentena y releyendo libros sobre aislamiento. Esta vez volví a una novela estremecedora, brutal, en la que hay que ser de piedra para no quebrarse: ‘El Sexto’ (1961), de nuestro gran escritor José María Arguedas (Andahuaylas 1911-Lima 1969). Esta novela corta es su cuarto trabajo después de ‘Agua’ (1935), ‘Yawar Fiesta’ (1941) y ‘Los ríos profundos’ (1958).

‘El Sexto’ no ha sido considerado por la crítica como una de sus mejores obras literarias. Sin embargo, en el extranjero esta novela es valorada en su real dimensión. Inclusive, el escritor español Gonzalo Torrente Malvido la calificó como ‘la mejor novela sobre la cárcel de la lengua española’. ¿Cómo nació ‘El Sexto’? Arguedas concibió su desgarradora novela cuando, en 1937, participó en un mítin de protesta en la Casona de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en contra del embajador facista italiano, general Cammarotta.

El enviado de Mussolini terminó humillado al caer a las aguas de la pileta del patio central. El dictador Oscar R. Benavides ordenó la captura de los estudiantes comprometidos en la protesta y a todos los mandó al temido penal ‘El Sexto’, que albergaba a los más feroces delincuentes y asesinos del país, junto con los militantes de los dos partidos proscritos por el régimen: el Partido Comunista y el Partido Aprista. Nuestro novelista estuvo cerca de un año preso en ese penal entre 1937 y 1938.

En 1960, Jose María le contaba a un amigo, el antropólogo John Murra, detalles de la novela. ‘Voy a mostrar el Perú del 37 al 40, a través de la vida en una de las prisiones más inmundas que uno pueda imaginarse (...) estuve un año en esa prisión y fue tan terrible e intensa la vida, tan lóbrega, tan triste y al mismo tiempo tan cargada de la mas formidable esperanza’, le escribía a su colega nortemericano.‘El Sexto’ se ubicaba en entre las avenidas España y Bolivia. El personaje principal es un joven universitario idealista, nacido en el Ande, ‘alter ego’ de Arguedas.

Se llama Gabriel y no es aprista ni comunista, pero mantiene afinidad con un viejo líder obrero comunista, Alejandro Cámac, con quien comparte celda. Ambos, el joven idealista y el viejo moribundo, estarán unidos para no terminar destruidos por ese ambiente inhumano que los rodea. En el primer piso los ‘vagos’ no solo son obligados a comer excremento, a ser violados o estar impedidos de defecar a puntapiés como hace el capo ‘Negro Puñalada’, un sádico asesino con el infortunado ‘Japonés’. ‘Puñalada’ con otro ‘faite’, el criollo cantante de valses ‘Maraví’, llegan a la bajeza de instalar ¡¡un burdel!! en el propio penal, prostituyendo a un joven estudiante que ingresó por vago, ‘El Clavel’.

En esa sociedad del mal que se concentra en el segundo piso del penal, hay otros asesinos como ‘Rosita’, un homosexual que maneja su parte de la cárcel, pero se da tiempo para coquetear con ‘El Sargento’, un expolicía preso por estupro. ‘El Sexto’ pretende reflejar lo que en ese momento era el país. Dividido por ideologías: los apristas contra los comunistas, entre razas, los criollos y negros contra los serranos o los indefensos, asesinos psicópatas contra choros de poca monta y vagos. El sistema no dejaba nada al azar. Había una intencionalidad maquiavélica en mezclar a luchadores sociales, obreros, universitarios, profesores y profesionales, que abrazaban las tesis de Mariátegui y Haya de la Torre, con asesinos de la peor ralea.

Para los políticos hay doble castigo. No solo están privados de su libertad, sino que deben habitar en un ghetto maldito, donde se imponen las leyes del cuchillo y el sable, y las intrigas de soplones como ‘El Pato’. Arguedas, desde la visión del estudiante provinciano Gabriel, descubre una realidad y la injusticia del país a través de ‘El Sexto’ y sintoniza con su compañero de celda, recio como el acero y noble como un roble, quien es su protector. El obrero lo defiende de militantes comunistas más ortodoxos y sectarios.

Creo que el país no ha rendido a esta novela los honores que merece. Por el contrario, el maestro mexicano Juan Rulfo, creador de esa joya llamada ‘Pedro Páramo’, sostenía que era una de las mejores novelas de Hispanoamérica. La muerte de Cámac, del ‘Pianista’ y de ‘Pato’, el soplón del gobierno, a manos del ‘Piurano’, cierran el círculo de fuego de esta estremecedora obra.

Antes de morir, José María se referiría a la tenebrosa prisión: ‘Allí encontré los extremos más severos del Perú, las mentes más lúcidas y puras, como también lo más depravado, criminal y sórdido’. Apago el televisor.

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