A este Búho siempre le ha llamado la atención la relación de los escritores y sus madres. Hay muchos casos de novelistas que han escrito pasajes memorables sobre el tema. Recuerdo al argentino Jorge Luis Borges, quien desde que se quedó ciego a los 55 años, mantuvo con su madre una relación que alguien definió como ‘la de un matrimonio perfecto donde lo único que faltaba es que tuvieran intimidad’.
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Leonor Acevedo, una mujer muy culta y posesiva, le escogía la ropa, sus comidas, le leía, fungía de su mánager, administraba sus bienes y viajaba por todo el mundo cuando a su hijo lo invitaban a conferencias. Inclusive, cuando vio que ya estaba entrada en años y le faltarían fuerzas para seguir cumpliendo su función, le buscó novia y lo casó.
También recordé al peruano Juan Gonzalo Rose (1927-1983), uno de los poetas que considero más tiernos. No solo escribía poemas, sino también canciones, como el legendario vals ‘Tu voz’. Ese tema me conmovió de niño, en la voz de la gran Tania Libertad, que por ese tiempo recién empezaba: ‘Tu voz, tu voz, tu voz, tu voz existe/ anida en el jardín de lo soñado/ inútil es decir que te he olvidado’.
Juan Gonzalo tuvo una vida azarosa. Al año de nacido, sus padres, profesores de colegio, fueron voluntarios para viajar a Tacna a enseñar en las escuelas la historia del país, después que estuviera en manos de los chilenos casi diez lustros. Su madre, Jesús Gros, tuvo una participación decisiva en su formación artística. Ella cantaba tangos y les cambiaba las letras para adaptarlas a la educación patriótica de sus alumnos.
El Búho sobre Juan Gonzalo Rose: Hoy quiero recordarlo como el hijo que idolatró a su madre
Su hijo se escapaba y se iba a la radio a cantar. Por defender a un compañero fue expulsado y lo enviaron a estudiar a Lima. Mientras estudiaba Educación en San Marcos se afilió al Apra, pero se decepcionó del viraje de Haya de la Torre e hizo activismo en la izquierda, y ante la represión de Odría se fue al exilio en México.
Este columnista ha escrito varias columnas sobre su producción literaria, pero hoy quiero recordarlo como el hijo que idolatró a su madre. Murió prematuramente a los 55 años y cuentan que fue por la depresión y el consumo de alcohol, a lo que le llevó la muerte de su mamá. Vivía con ella en una gran casona de Magdalena. Sus hermanos vendieron la casa y le alquilaron una habitación con pensión en Jesús María.
Él llamaba a su progenitora como ‘mi novia’. En una célebre entrevista de César Hildebrandt, el vate, que nunca quería ser entrevistado, reconoció que intentó suicidarse. Hay una ilustrativa anécdota sobre esta relación. En el año 1980, el maestro ya estaba mal, no solo de una cirrosis, sino del alma. Para animarlo, sus amigos le propusieron editar una antología de su obra. Él asintió sin mucho entusiasmo.
El libro se presentó en el local del Instituto Nacional de Cultura y estuvo abarrotado de intelectuales, periodistas y jóvenes admiradores de su obra. Juan Gonzalo estaba sorprendido. Escogió leer su conmovedor poema ‘La pregunta’: ‘Mi madre decía:/ si matas a pedradas los pajaritos blancos/ Dios te va a castigar;/ si pegas a tu amigo/ el de carita de asno/ Dios te va a castigar/ (…) Hoy me dicen:/ si no amas la guerra/ si no matas diariamente una paloma/ Dios te castigará./ No es este nuestro Dios, ¿verdad, mamá?…'.
Entonces todo el auditorio se sorprendió. Una anciana se paró en medio del público. Era Jesús Gros, su madre enferma que llegó de incógnito y no pudo aguantar escuchar ese poema dedicado a ella. A pasos temblorosos avanzó hacia el hijo querido y el hijo, a su vez, con lágrimas en los ojos, iba en busca de su madre. Solo pocos meses después, doña Jesús murió. Apago el televisor.
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