Este Búho está con los ojos bien abiertos por los comicios del 11 de abril. He seguido este tipo de procesos desde 1990, como reportero político, cronista y columnista siguiendo a candidatos en Lima y provincias. Pero nunca olvidaré cuando me tocó cubrir la alucinante e histórica campaña de 1990 y su segunda vuelta entre nuestro laureado novelista Mario Vargas Llosa y un ilustre desconocido rector de una universidad, Alberto Fujimori.
Mario, tras su ‘Waterloo’, se fue al extranjero a vivir. Nadie imaginó que su exilio voluntario lo aprovecharía para escribir un libro ‘sui generis’, que vio la luz en 1993 y sorprendió a la crítica: ‘El pez en el agua’. Ahí el arequipeño ajustaría cuentas con toda la llamada ‘clase política’. No solo sus adversarios, sino también sus aliados del Fredemo como Acción Popular, el PPC o ‘independientes’.
LA PLAZA SAN MARTÍN: Al cumplir 50 años, el novelista había confeccionado una lista de los trabajos que debía emprender en esa nueva etapa de su vida, todos relacionados con el arte: escribir tres novelas y una obra de teatro. La palabra ‘política’ no estaba en esa lista, pero de un plumazo pasaría a encabezarla.
Así lo recuerda: “... Yo ni lo sospechaba, ese 28 de julio de 1987, al mediodía, cuando en la pequeña radio portátil de mi amigo Freddy Cooper nos dispusimos a oír el discurso (del presidente Alan García ante el Congreso), entre ronquidos y tartamudeos del viejo aparato, bajo el sol candente de Punta Sal, su decisión de ‘nacionalizar y estatizar’ todos los bancos, las compañías de seguros y las financieras del Perú. (...) Apenas regresé a Lima, un par de días después, escribí un artículo, ‘Hacia el Perú totalitario’, que apareció en El Comercio el 2 de agosto, dando las razones de mi oposición a la medida y exhortando a los peruanos a oponerse a ella (...).
Los empleados de los bancos y demás empresas amenazadas se lanzaron a las calles, en Lima, en Arequipa, en Piura y otros lugares, en marchas y pequeños mítines que sorprendieron a todo el mundo, empezando por mí. A fin de apoyarlos, cuatro amigos íntimos, tres arquitectos: Luis Miró Quesada, Frederick Cooper y Miguel Cruchaga, y el pintor Fernando de Szyszlo (...), venían a proponerme que convocáramos una manifestación, en la que yo sería el orador de fondo. Acepté. Esa noche tuve con Patricia la primera de una serie de discusiones que durarían un año. ‘Si subes a ese estrado terminarás haciendo política y la literatura se irá al diablo. Y la familia se irá al diablo también’”.
EL WHISKY ENTRE MARIO Y ‘EL CHINO’: En el libro, nuestro Nobel cuenta que decidió reunirse con el candidato que quedó segundo, detrás de él, en las elecciones, Alberto Fujimori, para proponerle que estaba dispuesto a renunciar a participar en la segunda vuelta si el ‘Chino’ implementaba algunas reformas económicas básicas del programa del Fredemo, para sacar al país de la ruina dejada por el gobierno de García: “...
Al día siguiente de la primera vuelta, lunes 9 de abril de 1990, llamé temprano a Alberto Fujimori al Hotel Crillón, su cuartel general, y le dije que necesitaba conversar con él ese mismo día, sin testigos. Quedó en indicarme la hora y lugar de la cita, y así lo hizo, un poco más tarde: una dirección en las vecindades de la clínica San Juan de Dios, una casa contigua a una gasolinera y taller de mecánica. La casa estaba cerca de la salida a la Carretera Central, disimulada tras un muro.
Salió a abrirme el propio Fujimori y me llevé una sorpresa al descubrir, en ese modesto barrio, protegidos por altas paredes, un jardín japonés, de árboles enanos, estanques con puentecillos de madera y lamparillas, y una elegante residencia amueblada a lo oriental. Me sentí en un chifa o en una vivienda tradicional de Kioto u Osaka, no en Lima.
Fujimori me hizo pasar a una salita, con un ventanal sobre el jardín ante una mesa en la que había una botella de whisky y dos vasos, frente a frente, como para un desafío... Me miró un buen rato como si no me creyera, o como si en lo que acababa de decirle hubiera escondida alguna trampa. Por fin, recuperado de la sorpresa, comenzó, en tono vacilante, a hablar de mi patriotismo y mi generosidad, pero yo lo interrumpí diciéndole que nos tomáramos un trago y habláramos de cosas prácticas.
Sirvió un dedo de whisky en los vasos y me preguntó cuándo iba a hacer pública mi renuncia...”. ‘El pez en el agua’ es un extraordinario testimonio de un escritor que pensó ilusamente que podía ser presidente en un ‘mar de tiburones’. Apago el televisor.