Este Búho asistió al homenaje que la Feria Ricardo Palma le hizo a nuestro notable escritor Julio Ramón Ribeyro. Resulta paradójico que Miraflores sea el distrito que la gente identifica con su nacimiento, donde vivió parte de su niñez, adolescencia, juventud y hasta hay una plaza con su busto en homenaje. La verdad es que el narrador no nació en Miraflores, sino en Santa Beatriz en 1929, donde vivió los inicios de su niñez. Tampoco el entrañable distrito donde está enclavada la Feria del Libro lo vio morir aquel 4 de diciembre de 1994. Expiró en el Hospital de Neoplásicas de San Borja. Pero el escritor siempre será considerado como hijo ilustre miraflorino porque muchos de sus relatos están localizados en el distrito.
Debutó en la literatura a los 19 años con el cuento titulado ‘La vida gris’ publicado en la revista Correo Bolivariano, una publicación que rápidamente terminó en el cementerio de papel. El homenaje coincidía con el 50 aniversario de la publicación de su monumental obra cuentística titulada ‘La palabra del mudo’ (1973). Él mismo explicaba en el inicio sus razones para colocarle ese título: “En la mayoría de mis cuentos se expresan aquellos que en la vida están privados de la palabra, los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz. Yo les he restituido este hálito negado y les he permitido modular sus anhelos, sus arrebatos y sus angustias”. Creo que él en esos relatos sintetizó la fatalidad del infortunio de los de abajo, de una clase media venida a menos, de los empleados públicos, de los mediocres, arribistas o perdedores. Junto a todo esto una herencia kafkiana, como en el inolvidable cuento ‘La insignia’, donde un hombre encuentra una misteriosa insignia y de a pocos se involucra en una secta incomprensible en la que con absurdas pruebas llega a ser el presidente. ‘El banquete’ y la notable ‘Alienación’ son muestras del corrosivo humor negro que desnudaba el racismo y el arribismo impregnado en la sociedad peruana.
El año en que la editorial Seix Barral publica su obra cuentística en momentos dramáticos para el escritor, quien era diplomático con el cargo de representante peruano ante la Unesco en París, gracias al pedido de su esposa Alida Cordero a Consuelo Gonzales de Velasco, cónyuge del gobernante de facto Juan Velasco Alvarado. Ribeyro necesitaba de urgencia una operación oncológica que costaba varios miles de dólares y Alida recurre otra vez a la primera dama pidiéndole ayuda para su marido. El ‘Chino’ valoraba el apoyo de Ribeyro a la ‘revolución peruana’ y lo admiraba como escritor, por lo que el dinero llegó de inmediato en valija diplomática. La operación fue complicadísima y le sacaron casi todos los intestinos. Su mejor amigo Alfredo Bryce Echenique rememoró esas horas desesperadas en París. “Cuando terminamos esperamos por ese ‘tres por ciento de posibilidades que deja la ciencia al milagro’, me dijo textualmente el médico que operó a Julio Ramón de un cáncer al esófago que hizo metástasis. Y lo dejaron en un apartado de vidrio empañado en que se solía dejar a los muertos para que se los llevaran ya”, explicó el autor de ‘Un mundo para Julius’ sobre la vida de calamidades de su gran amigo. Ribeyro podía tener derecho a su pesimismo.
Él pertenecía a la misma generación de los grandes escritores del ‘boom latinoamericano’ con ‘obras totales’, como Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, que habían obtenido la fama y fortuna. Julio Ramón había escrito cuentos, tres novelas: ‘Crónica de San Gabriel’, ‘Los geniecillos dominicales’ y ‘Cambio de guardia’, y sentía que su trabajo no era reconocido. Por eso, en noviembre de 1976 anotaba en su diario: “Escritor discreto, tímido, laborioso, honesto, ejemplar, marginal, intimista, pulcro, lúcido: he allí algunos de los calificativos que me ha dado la crítica. Nadie me ha llamado nunca gran escritor. Porque seguramente no soy un gran escritor”. Sin embargo cuando Seix Barral publicó ‘La palabra del mudo’, el crítico Julio Ortega escribió: “Si el Perú desapareciera, este podría ser reconstruido gracias a estos relatos que se ubican entre Chejov y Maupassant”. Por los corrillos de la Feria se comentaban algunas de las anécdotas más increíbles que fueron escritas por Alfredo Bryce: Fue un día cualquiera que Ribeyro se apareció en su casa buscando una cámara de fotos para registrar a su hijo que estaba por nacer. Como Bryce no tenía máquina, se pasaron la tarde andando, comiendo y bebiendo pisco, vino y aguardiente en los bares donde Atahualpa Yupanqui dormía la siesta o Hemingway, en otra época, mataba la resaca. Las horas se volvieron días y el hijo (Julito) que tuvo con su esposa Alida Cordero nació sin su presencia. Parecía uno de sus personajes de ‘La palabra del mudo’. Ribeyro se fue solo en cuerpo. Su mito y sus obras posteriores, como su diario ‘La tentación del fracaso’, están in crescendo a pasos agigantados en Hispanoamérica y seguirán más homenajes. Apago el televisor.
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