Este Búho, en los momentos en que la guerra entre Rusia y Ucrania desnuda el nefasto y sanguinario papel del jerarca ruso Vladimir Putin, observa cómo salen a relucir sus sombrías actividades cuando era un miembro de la KGB, el temible servicio secreto de su país.
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Hoy como ayer, Europa está llena de espías, no solo rusos, sino norteamericanos de la CIA, ingleses del M16, israelíes del Mosad, entre otros. En esta segunda ‘guerra fría’ creo conveniente presentar a uno de los más grandes escritores de novelas de espías, como el británico David Cornwell, cuyo nombre no le dirá mucho a nadie, pero sí su seudónimo, John le Carré, autor de la célebre novela ‘El espía que surgió del frío’ (1963).
Es el responsable de que las novelas de espías ya nunca sean iguales y quien dejó al James Bond de Ian Fleming como un chancay de a sol y cuyas proezas de ‘superagente’ ya no se las cree nadie. En cambio, en esta novela de Le Carré, el protagonista, el espía Alec Leamas, es un hombre común y corriente. No tan seguro de sí mismo como el 007 que encarnó Sean Connery, ni tan seductor como Roger Moore o tan letal como Pierce Brosnan, los más carismáticos agentes 007 de las películas.
Leamas es un tipo simple y silvestre, sombrío, al que Inteligencia británica lo despacha del servicio activo y le da un puesto como burócrata de escritorio. Alec se resiste, exige una oportunidad, su razón de ser fue el sucio trabajo de espía luchando en las sombras tras la ‘Cortina de hierro’. No se cree un superhombre, sino todo lo contrario. A su amante, antes de hacer que la maten, le confesaba que los espías tienen mala catadura, son borrachos.
Y era todavía más sincero, pues decía que tanto los malos, o sea los comunistas, como los buenos, los occidentales, son, en el fondo, iguales de traicioneros. ‘Como en un chiquero cuando se pelean dos cerdos, al final los dos salen oliendo a mierda’. Por eso pegó la novela que batió récords de ventas y también la aclamada película dirigida por Martin Ritt en 1965 y protagonizada por un excelente Richard Burton.
El Búho sobre David Cornwell: El boom editorial lo obligó a renunciar al cuerpo diplomático y a su trabajo como agente
La Inteligencia británica le da una última oportunidad a Leamas. Debe infiltrarse en los servicios secretos de Alemania Oriental y trabajar con su archienemigo, pero para ello debe renegar públicamente de su organización, de sus jefes, amigos, de sí mismo. Anda de bar en bar, haciendo el papel de un despedido y perdedor alcohólico. Los rivales alemanes pisan el palito y logra ingresar a trabajar con la cúpula secreta comunista.
Pero nada es lo que parece en ese mundo sórdido, inescrupuloso y letal del contraespionaje. Y Alec se dará cuenta de que no es protagonista de ninguna gesta heroica, que solo es un peón desechable. Los comentarios favorables a la novela no se hicieron esperar. Legendarias luminarias de las novelas de espionaje la alabaron. El mítico Graham Greene (‘El americano impasible’) se expresó así del libro: ‘Es la mejor novela de espionaje que he leído nunca’. La vida del autor también es de novela. Nació en 1931 y falleció en 2020.
Hijo de un estafador inglés, ingresa a estudiar a la Universidad de Berna. Allí lo ‘capta’ la Inteligencia británica para que se infiltre entre los círculos de estudiantes marxistas de la universidad. Completó su carrera en Oxford y luego se desempeñó como profesor. Al iniciarse la ‘guerra fría’ y con una Berlín dividida, lo mandan como ‘diplomático’. En sus ratos libres escribe dos novelas de corte policial y espionaje que pasan desapercibidas.
Pero todo cambió con ‘El espía que surgió del frío’. El boom editorial lo obligó a renunciar al cuerpo diplomático y a su trabajo como agente. Su personaje, el cínico George Smiley, se hizo famoso. Para Smiley, ‘un espía es alguien que evitando cualquier reacción espontánea, debe eludir las emociones de la amistad y la lealtad’. Entre sus novelas más celebradas se ubican ‘El topo’ (1974), ‘La gente de Smiley’ (1979), ‘El infiltrado’ (1993) y ‘El jardinero fiel’ (2001). Cuando le espetaron por qué delató a amigos izquierdistas en su época universitaria, se defendió: ‘Hice cosas repugnantes, pero necesarias’.
Pero en su última novela, ‘El legado de los espías’ (2017), un viejo y retirado Smiley recibe la visita de su atribulado adjunto de tantas batallas clandestinas, Peter Guillam, algo menos viejo, quien le pide cuentas por las muertes de agentes amigos en tantas décadas de crímenes y traición. Smiley, viejo zorro, trata de calmar a su excalichín: ‘Nunca fuimos despiadados, teníamos una piedad más amplia, quizá mal dirigida, y sin duda inútil’. Cínico hasta la sepultura el célebre Smiley, o perdón, John le Carré. Apago el televisor.