Este Búho se sorprende al ver cómo pasan los años y observar en la lista de libros más vendidos de la literatura norteamericana, entre los cinco primeros lugares, a aquella entrañable novela que definiera el sueño americano, los relucientes años del jazz, locura y ginebras en la década de los veinte, los míticos ‘años locos’.
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Hablo de ‘El Gran Gatsby’, novela que dentro de tres años cumplirá un siglo entre los estantes de las bibliotecas y de las casas y, sobre todo, en la memoria de aquellos lectores que disfrutamos de sus esplendorosas y a la vez desgarradoras páginas de la vida del millonario Jay Gatsby.
Pero en esta columna intentaremos retratar el cuerpo y alma de su autor, quien fuera considerado por muchos como el mejor escritor de su generación, junto a otro incomprendido y también beodo, Thomas Wolfe, según opinión de otro peso pesado como William Faulkner. Nos referimos a Francis Scott Fitzgerald (Saint Paul, Minnesota, 24 de setiembre de 1896 – Hollywood, 21 de diciembre de 1940). Aquel veinteañero que hizo de su vida una obra, y de su amor una novela que él mismo escribiría entre pasiones y aventuras locas y desenfrenadas.
Como cuando tuvo que crear su primera novela, ‘A este lado del paraíso’, para recién poderle pedir la mano a la musa (anteriormente ya lo había rechazado por diferencias económicas) que sería la otra mitad de la leyenda de Scott, y por lo que fueran considerados como los grandes rostros de las fiestas parisinas de esos años. Al punto de que se decía que no había fiesta en París sino estaban presentes los Fitzgerald.
El Búho: Francis Scott Fitzgerald transparentaba, en todos los personajes principales de sus obras, su ser
Ella era Zelda Fitzgerald, una belleza sureña de cabellos brillantes como las luces del sol en verano, y de rostro hecho de porcelana. Sería la gloria, pero también la perdición de Scott, como Hemingway subrayaría en ‘París era una fiesta’. Libro póstumo de memorias y fuente de la que bebería Woody Allen para hacer la enternecedora película ‘Medianoche en París’ (2011), que se haría con la estatuilla al mejor guion original en los Oscar de 2012. Hemingway, quien fuera en su momento su mejor amigo, decía que alguien que pudo escribir una novela tan icónica como ‘El Gran Gatsby’, podía aún escribir algo superior.
Fitzgerald transparentaba, en todos los personajes principales de sus obras, su ser. Si se pudiera definir el alma de Fitzgerald, se podría decir, como el título de su segunda novela, describiendo aquella clase alta a la que tanto aspiró y llegó a palpar, de placeres epicúreos y hedonistas: Era un hermoso y maldito. Al llegar la ‘Gran Depresión’, aquella ilusión de los años veinte se caería a pedazos y, con ella, la fama y el talento de Scott. Atravesaría carencias creativas, las rentas apretujaban cada vez más a la par que se acentuaba en Zelda su esquizofrenia (moriría carbonizada años después en el sanatorio donde vivía).
Demoraría años en escribir y publicar ‘Suave es la noche’, encarnándose en el personaje de Dick Diver. Este libro sería notoriamente autobiográfico, plasmando la caída libre de su amor con Zelda como su enfermedad, a lo que ella respondería con ‘Resérvame el vals’. Libro que Scott boicoteó desde el primer momento que se enteró de su existencia, por todo lo que se leía en esas páginas, donde lo dejaba muy mal parado.
Al final la obra se mostraría al público con muchos recortes. Para entonces, escribiría una triste carta a Hemingway, en la cual dejaría en evidencia su tormentosa relación con el alcohol, que ya era el motor y motivo de su vida, y la soledad que lo atosigaba: “Mi última tendencia es derrumbarme alrededor de las 11 y, con lágrimas en los ojos y la ginebra derramándose, ponerme a contar que no tengo un solo amigo en el mundo”. El hombre que escribió la gran novela norteamericana del siglo XX se suicidó lentamente. Sumido en la depresión y el alcoholismo, como lo hacen muchas bellas almas que viven entre el delirio y la tristeza. Apago el televisor.
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