Hemingway en Talara
Hemingway en Talara

Este Búho tiene más de treinta años en el oficio de periodista y creo, con absoluta certeza, que el día a día te va acabando lentamente. Casi siempre llego a la medianoche a mi casa y apenas tengo tiempo de hacer las cosas que más me gustan en esta vida: leer y ver películas y series. Por eso me tomé unos días y chapé un avión a Tumbes para escapar del frío de la capital. El vuelo fue rápido y tranquilo. Apenas bajé me recogió una camioneta para llevarme al hotel a dos horas y media por una carretera sombría llena de huecos y con un paisaje que está peor que antes.

‘Tantos miserables corruptos que llegan a alcaldías y gobiernos regionales’, pensé. Desperté en la puerta del hotel y me sorprendió la foto de uno de mis escritores preferidos, Ernest Hemingway (Illinois 1899-Idaho 1961) con un inmenso merlín. Esta historia no es nueva para mí. Mi profesor en San Marcos, Manuel Jesús Orbegozo, fue quien me contó la travesía de primera mano. Él fue enviado por el diario La Crónica al Cabo Blanco Fishing Club, una pequeña caleta de Talara, junto a Jorge Donayre Belaunde (La Prensa) y Mario Saavedra Pinón (El Comercio).

Era una mañana de abril de 1956. Fue unos años antes que el escritor mujeriego y borracho acabara con su vida de un balazo de escopeta en la boca. En ese entonces, Hemingway ya era famoso. Había escrito en 1951 ‘El viejo y el mar’, novela corta que fue su último trabajo de ficción más famoso. El mismo Ernest parecía verse en un espejo cuando describe a Santiago, su personaje, el pescador que salió de la bahía cubana para cazar un ‘monstruo’. El novelista fue un personaje de su tiempo. Brilló por todo lo alto y terminó destruido psíquica y físicamente por una sociedad que lo endiosó. Cuando describió a ese viejo pescador parecía que escribía de él mismo: ‘Todo en él era viejo, salvo sus ojos, y estos tenían el mismo color del mar y eran alegres e invictos’. El legendario autor trascendió su obra, pues él mismo, con su 1.83 metros de estatura y cien kilos de peso era de por sí un personaje de novela universal. Había tantos Hemingway como dedos de las manos: el escritor, el periodista, el boxeador, el cazador, el torero aficionado, el político, el borracho, el espía, el desquiciado, el mujeriego. Tal vez esto último hizo del escritor de ‘Por quién doblan las campanas’ toda una leyenda. Ufanándose de ello afirmaba: ‘Me he acostado absolutamente con todas las mujeres que he querido y con las que no he querido, también’. Por algo se casó cinco veces.

A Talara llegó con la que sería su última esposa, la bella y sufrida Mary Welsh, que de buena periodista neoyorquina pasó a ser su última víctima, aquella que soportó los ataques de paranoia que dominaron los últimos días de ‘Ernie’, como lo llamaba ella. Un par de años antes había sufrido dos accidentes aéreos en África, en uno incluso llegaron cables a Nueva York dándolo por muerto. Arribó al norte del Perú solo por un motivo: cuatro años antes, en esas tibias aguas norteñas, se había pescado el primer merlín negro del mundo, de mil libras (unos 450 kilos). El novelista quería pescar otro merlín para utilizarlo en la película que estaban rodando en base a su novela ‘El viejo y el mar’. Demostró paciencia, pues tras varios días en el océano no solo pescaron un merlín, sino cuatro, el más grande de más de 300 kilos. Dicen que esa noche las provisiones de pisco del mítico ‘Fishing Club’ de Cabo Blanco se agotaron por la ‘garganta profunda’ del escritor, famoso por su resistencia alcohólica. La historia de ‘El viejo y el mar’, con la que el novelista ganó el premio Pulitzer en 1953, se basó en un hecho real que ‘Ernie’ publicó tres años antes en la revista ‘Esquire’ con el título de ‘Sobre el agua azul’, que retrataba la lucha de un solitario pescador cubano que atrapó un merlín de más de 400 kilos, y ya en ese relato había detalles embrionarios de lo que sería su laureada obra. Resulta paradójico que un hombre como él, que hizo de la victoria y el triunfo un discurso de vida y que incluso escribió: ‘El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado’, se haya suicidado. Apago el televisor.

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