Oswaldo Reynoso (Arequipa 1931-Lima 2016)
Oswaldo Reynoso (Arequipa 1931-Lima 2016)

Este Búho acaba de leer una reciente entrevista al escritor chileno Alberto Fuguet (‘Tinta roja’), en la que decía: “Creo que entendió mejor la ley de la calle que Vargas Llosa”. Muchos jóvenes no lo conocen y deberían leerlo. Reynoso (Arequipa 1931-Lima 2016) fue uno de los grandes escritores peruanos de la famosa ‘Generación del 50′, que bebió de esa Lima urbana y oscura, y lo plasmó en libros tan memorables como ‘Los inocentes’, una publicación que en los años sesenta alborotó a la conservadora sociedad limeña.

Reynoso fue un narrador y poeta que, sobre todo, vivió obsesionado con la perfección de la palabra. Fue un autor cercano a los jóvenes, a los que abría las puertas de su casa para aconsejarlos y guiarlos en el mundo de la literatura. Presentaba libros o escribía prólogos y los recomendaba en cada entrevista que concedía. Siempre pisó la calle, de donde se nutrió para sus más grandes creaciones.

Por ejemplo, era habitual verlo en el jirón Quilca, en el centro de Lima. A veces se instalaba en el bar Queirolo o en el desaparecido bar Don Lucho. Uno lo reconocía fácil: Era alto, corpulento y de cabello blanco. El maestro retrató sin pudor a la sociedad limeña de los años 50 en sus célebres libros: ‘Los inocentes’ (1961) y ‘En octubre no hay milagros’ (1965), y otros más de igual o mejor calidad.

En sus obras volcó su mirada de aquella Lima sórdida y lumpen. Convirtió el lenguaje ramplón en lenguaje literario. En esa época en que decir ‘gila’, ‘manyar’, ‘desahuevar’, ‘tombo’, ‘tono’ o hablar de la homosexualidad era satanizado por la sociedad y los intelectuales, el arequipeño causó un revuelo de magnitudes insospechadas con sus publicaciones.

‘Un escritor como usted va a sufrir mucho en el Perú’

En sus tardes de cervezas, Reynoso solía contar que cuando presentó ‘Los inocentes’, su más aclamado libro de cuentos, donde nacen los entrañables personajes ‘Cara de Ángel’, ‘Príncipe’, ‘Carambola’, ‘Colorete’ y ‘Rosquita’, se acercó con timidez hacia el poeta Martín Adán, quien estaba en un rincón del bar Palermo, y le entregó un ejemplar. Tiempo después y muy preocupado, Adán le dijo: ‘Un escritor como usted va a sufrir mucho en el Perú’.

Y no se equivocó. Reynoso fue casi criminalizado, apedreado. Sus libros eran prohibidos. Los muchachos tenían que leerlo a escondidas y comprarlos era casi vandalismo. Los críticos literarios eran salvajemente despiadados con él. Oswaldo Reynoso decía, con mucho orgullo, que no pertenecía a la argolla literaria peruana, esa que se da palmaditas en la espalda y se reseñan entre ellos. Llegaron a tildar su creación como ‘páginas hediondas’ y que debían ‘arrojarse a la basura’. Aun así, se convirtió en un escritor de culto. Leerlo en aquellos años de calzones con bobos era un acto de rebeldía, una protesta contra el establishment. Y él disfrutaba, porque también era un rebelde, un inconforme.

Su presencia en esa calle oscura y humeante que era Quilca, atiborrada de borrachos y vagabundos, de periodistas, de músicos, de estudiantes, de delincuentes y perros hambrientos, generaba un aura de solemnidad divina: ‘Ahí va el maestro’, decían los muchachos. Y él, humilde, respondía los saludos, sea quien sea. Parecía una oveja más del rebaño.

Hizo de ese mundo sombrío la materia prima de su creación literaria. Uno podía encontrar a los personajes de sus libros en esa calle o en cualquier otra donde impere la marginalidad. “Amo a mi país y el rostro de mi país es el rostro de la gente pobre, y yo escribo para ellos”, dijo alguna vez.

La noche de su muerte, recuerdo con claridad, fueron esos muchachos y personajes callejeros los que llenaron La Casa de la Literatura, lugar donde fue velado, para despedirse de él. Nadie lloró –o al menos nadie lo hizo en público-, pues Oswaldo Reynoso había hecho un pedido expreso: “Que sea una gran borrachera”. Y esa noche en el centro de Lima corrieron ríos de cerveza en su honor. Reynoso escribió: “No tengo nada que ver con la ‘cultura’ del espectáculo, del éxito, de la banalidad. Toda mi creación narrativa, anarquía estética y orgía de sensaciones, siempre ha estado dirigida a los pobres de mi patria y a los chibolos que lloran encerrados en su dormitorio”. Y nunca encontró un corazón a la altura de su inocencia. Apago el televisor.

MÁS INFORMACIÓN:



Contenido sugerido

Contenido GEC