(Foto: Municipalidad de Cerro Azul)
(Foto: Municipalidad de Cerro Azul)

Este Búho siempre recuerda la frase de su querido y viejo amigo, quien hoy descansa en paz, el fotógrafo Carlos ‘Chino’ Domínguez: “Perro que no camina, no encuentra hueso”. No concibo otra manera de hacer periodismo; por eso, hasta cuando salgo de vacaciones o me escapo de Lima, siempre estoy con los ojazos bien abiertos. Porque ni el analista más experimentado de Harvard puede hacer una radiografía tan real y fiel de la sociedad como el ciudadano de a pie, el que sufre y padece de manera directa la crisis política y de inseguridad.

A mis jóvenes colegas que me escriben al WhatsApp para pedirme consejos, les digo que vayan a los paraderos de buses, a los mercados y, en verano, sobre todo, a las populosas playas de nuestro litoral para “bañarse” con un poquito de realidad nacional. En esos espacios, donde confluyen todas las clases sociales y todas las razas, se puede medir el pulso de nuestro país.

Bien decía el poeta Antonio Machado: “Se hace camino al andar”. Por eso este columnista no puede estar quieto y aprovechó el fin de semana para darse una escapadita exprés al sur de nuestra ciudad. Tempranito partí desde el puente Atocongo, en San Juan de Miraflores,

“Anda a este restaurante, donde la especialidad es la carapulcra con sopa seca. Gastón Acurio es su caserito”, me animaron. Mientras mi movilidad recorría la serpenteante Panamericana Sur y el sol despuntaba, algunas familias aprovechaban los escasos rayitos de sol para disfrutar de las playas del sur chico: El Silencio, Punta Hermosa, San Bartolo, León Dormido.

Que Lima tenga tal cantidad de playas es un privilegio que hemos aprendido a disfrutar con el tiempo. Cada vez estas playas son más accesibles. Ahora hay más ofertas de transporte y de todos los costos.

Yo me subí a un miniván y un caballero que iba hasta su barrio en San Bartolo me dijo: “Ahora viajar es una ruleta rusa, no sabes cuándo un sicario aparecerá y disparará contra nosotros”. Agregó: “Yo viajo todos los días hasta Pueblo Libre y, la verdad, uno lo hace con miedo, con el temor de no saber si regresará a casa”.

El cobrador me aseguró lo mismo: “Señor Búho, ponga en su periódico que nos sentimos abandonados”. Uno, como periodista, cumple con su labor de informar, pero también se indigna y reniega con la incapacidad de nuestra clase política.

En Cañete, a donde llegué en una hora, me recibió una morena cimbreante: “Aquí preparamos la carapulcra con sopa seca desde hace 60 años. Vas a sentir el saborcito de la leña. Y el chanchito está jugoso”. Trajo el manjar en un plato de barro y lo acompañó con un refresco heladito de cebada con linaza, mientras me contaba: “Ahora nosotros tenemos que sacar un porcentaje de nuestras ventas para pagar a los que nos exigen cupos. Es aceptar sus reglas o cerrar nuestro emprendimiento, que nos sirve para subsistir”.

Este negocio, aunque pequeño, genera trabajo local. A pesar de los momentos difíciles, decidieron continuar con el restaurante. Ya por la tardecita, pasé por Cerro Azul, a unos cinco minutos de Cañete. Caminé por su hermoso muelle, abarrotado de enamoraditos y de pescadores aficionados. A pesar de los tiempos recios, entre la delincuencia y la inestabilidad política, los peruanos parecen afrontarlos con dignidad y coraje.

No hay otra fórmula de hacerle frente a la crisis que trabajando. Frente a ese mar inmenso, el atardecer y los ruidos de las gaviotas que regresaban a sus nidos, recordé esa canción de Micky Gonzales: “Dicen que la vida empezó en el mar / debe ser así, porque es un lindo lugar / en el mar yo te quiero más”. Apago el televisor.

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