Cada vez que se acerca un fin de año, este Búho a veces se baja del árbol para dejarse entrevistar, pero solo con estudiantes de Comunicaciones. Es bueno abrirles las puertas a los jóvenes. Al conversar con la mayoría compruebo que han leído muy poco y no es solo en aquellos que, de saque, me dicen como justificación que ‘van a seguir audiovisuales’. Pienso que deben ser las redes sociales.
No conozco un cineasta que no sea lector, incluso hay escritores, como Alberto Fuguet, que hacen cine. Y si un chico va a seguir Periodismo, con mayor razón. Sé que ahora en los colegios no se incentiva mucho la lectura. Pero bueno, ante esos ojos ávidos de los muchachos, les reitero que la universidad es el hábitat natural para sumergirse a fondo en los libros. Ahí disfruté las grandes novelas de escritores nacionales, como Vargas Llosa y Manuel Scorza, o de extranjeros, como Gabriel García Márquez. Esos son los básicos. Todos deberían leer las obras de esos tres, mínimo. Dejen un rato el ‘wasap’. Aquí les ‘juego’ tres clásicas de mi biblioteca cerebral.
CONVERSACIÓN EN LA CATEDRAL (1969): La trama se sitúa en el apogeo de la dictadura del general Manuel A. Odría, quien gobernó el país con mano dura y al compás del mambo y los boleros, de 1948 a 1956. Hace poco Vargas Llosa estuvo parado en lo que ahora es un corralón todo cochino... ‘La Catedral’ es un decadente bar ubicado a la espalda de la plaza Unión, donde el protagonista, Santiago Zavala, se reencuentra después de una década con el negro Ambrosio, el antiguo chofer de su padre, el otrora todopoderoso empresario Fermín Zavala, que se hizo millonario durante el gobierno de Odría.
Zavalita no lo sabe aún, pero su padre era conocido entre sus íntimos del régimen y los bulines exclusivos como ‘Bola de oro’, un homosexual que no salía del clóset, pero que evidenciaba predilección por el chinchano chofer Ambrosio. La novela, según el escritor, nació fruto de su propia frustración. Vargas Llosa utiliza novedosas y arriesgadas técnicas narrativas. Está en el bar con Ambrosio y en las tres líneas siguientes aparece la casa-bulín de ‘Cayo Mierda’, ministro del Interior de Odría, quien vendría a ser el siniestro y poderoso Alejandro Esparza Zañartu, que organiza ‘lugares de citas amorosas’ para la plutocracia, dando rienda suelta a sus bajos instintos. Un impresionante relato donde Mario busca la ‘novela total’ y desnuda el oprobio, la dictadura, la corrupción, la traición, el periodismo putañero, de burdeles y boîtes (salas de fiestas) que nos muestra con crudeza.
REDOBLE POR RANCAS (1970): Obra que lanza al estrellato narrativo al poeta Manuel Scorza (Lima 1928-Madrid 1983). Este libro es la otra cara de la moneda. A diferencia de ‘Conversación en La Catedral’, que desmenuza las intimidades del poder político citadino, su historia nos traslada a los Andes peruanos, donde Scorza nos presenta una ‘guerra silenciosa’ llevada durante siglos por los comuneros de Cerro de Pasco contra los hacendados y gamonales.
Ahora, el enemigo es más poderoso y fantasmal: la gran empresa minera norteamericana Cerro de Pasco Corporation, que engulle como un gigantesco monstruo sus cultivos, sus parcelas, su comunidad entera. Pero sobre todo, es la historia de cómo un juez provinciano, Francisco Montenegro, mantiene aterrorizados a los campesinos y acumula riquezas y tierras.
Su esposa, doña Pepita, es peor de abusiva. Tanto miedo le tienen los cerreños al juez que una mañana, mientras paseaba por la plaza, se le cayó un sol de oro, no se dio cuenta y siguió caminando. Sin embargo, todo el pueblo sí supo de la moneda, pero nadie intentó cogerla, por lo que se mantuvo allí por doce meses, hasta que el mismo juez, que paseaba otra vez, la vio y la levantó entusiasmado por su suerte. Héctor Chacón, ‘El Nictálope’, es el personaje principal de la novela que remeció conciencias.
CIEN AÑOS DE SOLEDAD (1967): La obra maestra de Gabriel García Márquez, el buque insignia de lo que se llamó ‘lo real maravilloso’, esa manera de relatar que cautivó al mundo, principalmente a los anglosajones con bellas mujeres que levitaban y se perdían en los ardientes cielos caribeños de donde llovían flores amarillas. Ya he leído algunos pésimos comentarios de su adaptación a las pantallas como miniserie.
Pero nadie, en el siglo pasado, pudo imitar a ‘Gabo’ en esa delirante historia de Aureliano Buendía y toda su estirpe, sus legiones de personajes y sus tres generaciones. Historias de guerras civiles, de rebeliones, de fusilamientos, de liberales y conservadores, en un pueblo llamado ‘Macondo’, donde no hay distinción entre lo real y lo irreal. El de Aracataca nunca pudo escribir otra novela tan extraordinaria como esta. Apago el televisor.
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