(Foto: Shutterstock)
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Este Búho observa el enfrentamiento diplomático entre Perú y México debido al asilo de la golpistaHa sido una chispa que poco a poco se ha ido convirtiendo en fuego y ha generado tensión con el país del norte. Pero nuestras historias se cruzan y es más lo que nos une de lo que nos separa.

Ingreso al túnel del tiempo y recuerdo como si fuera ayer mi viaje al hermoso país de ‘Pedro Páramo’. Fue una travesía en la que descubrí las costumbres y tradiciones de los herederos de la cultura azteca. Fue, acaso, una de las aventuras más alucinantes en mi vida, pues en dos semanas recorrí el Distrito Federal de extremo a extremo.

Mientras el avión aterrizaba, en mis audífonos sonaba Café Tacuba y su tema ‘Chilanga Banda’, que describe a la perfección la cultura popular del DF. “Mejor yo me echo una chela/ Y chance enchufo una chava/ Chambeando de chafirete/ Me sobra chupe y pachanga”.

Desde el aire, el DF se muestra imponente, lleno de caos, desorden, de modernidad, pero también de pobreza. No sabía si realmente llegaba a la capital mexicana o estaba aterrizando en Lima. Hay contrastes tan parecidos que uno podría confundirse.

Lo primero que hice tras registrarme en el hotel fue caminar por el casco histórico y buscar los clásicos tacos que se venden en cada esquina. La gastronomía mexicana es tan variada y exquisita que cada día iba descubriendo nuevos sabores.

Su comida callejera, en carretillas, también es punto de encuentro de la clase obrera. Mientras disfrutaba de un taco de suadero –mi favorito entre todos los tacos-conversé con los charros: “Dicen que Perú tiene la mejor gastronomía, no lo creo”. Y echó a reír un chaparrito con los bigotes de ‘Jaimito, el cartero’.

Los vestigios de su pasado milenario se pueden observar por donde se camine, pues la gran Tenochtitlan, capital del Imperio Mexica (Azteca), se erigió en el DF.

Luego, con la llegada de los españoles, fue destruida y reemplazada por grandes catedrales que se mantienen en pie hasta hoy. La modernidad del DF se confunde muchas veces con la pobreza de sus periferias.

Mientras caminaba por Paseo Reforma, la principal vía capitalina, me impresionaban los edificios interminables, con diseños vanguardistas, los autos modernísimos manejados por multimillonarios, mientras en la otra orilla se levantaban mercados ambulantes de migrantes, donde se perdían en el vicio de las drogas y el alcohol.

También quedé impactado cuando me di un paseo por Tepito, una especie de cachina mexicana. Aunque me advirtieron que era uno de los lugares más peligrosos de la ciudad, no tuve problema en perderme entre el comercio, los ambulantes y los pillos.

Siempre amables, ofrecían sus aguas frescas o sus riquísimos elotes con mantequilla y queso. En ese mismo lugar descubrí esa extraña -para mis ojos de turista- costumbre de los mexicanos de echarle picante hasta a las frutas, pues vendían sandía, mango y plátano picado en vasos condimentados con chamoy.

Una visita impostergable fue a la basílica de Santa María de Guadalupe, un punto de encuentro de católicos de todas partes del mundo. Recibe cientos de miles de personas y es uno de los engranajes más importantes en la economía de la ciudad.

Las noches en el DF son salvajes y no podía evitar echarme unas micheladas en la plaza Garibaldi, un lugar en donde mariachis entonan rancheras mañana, tarde y noche. Allí también se ubica el Museo del tequila y el mezcal. A pesar de que es uno de los lugares más emblemáticos de la música folclórica mexicana, por esas fechas lucía inseguro, oscuro y sucio.

En esa oscuridad, entre micheladas, conocí a una bella azteca, de ojitos negros y nariz delgadita. Llegaba de Oaxaca y después del DF tenía planeado cruzar la frontera hacia Estados Unidos.

Con su vocecita de canario y sazonada por las cervezas cantó ese himno de Pedro Infante: ‘Ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a la boca/ No se lo des a nadie, cielito lindo, que a mí me toca’.

Con una belleza enigmática, las mexicanas han ensalzado la figura de Frida Kahlo, la pintora que padeció las humillaciones de su marido Diego Rivera. Su casa, ubicada en Coyoacán, se ha convertido en museo. Su rostro se ha convertido en símbolo del amor atormentado.

Uno de los puntos turísticos principales es, de todas maneras, las pirámides de Teotihuacán, un complejo arqueológico en el extrarradio de Ciudad de México, con sus imponentes Pirámide de la Luna y Pirámide del Sol, construcciones que datan del siglo 1 d.C. La energía que se siente al llegar a su pico más alto es indescriptible y la vista al horizonte insuperable.

Fue un viaje inolvidable, en el que conocí su historia, hice amigos y disfruté de su exquisita comida. Me duele que en redes sociales mexicanos y peruanos se enfrenten por culpa de políticos indecentes. Apago el televisor.

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