Este Búho lee en trome.com que los pobladores de Machu Picchu realizaron un paro en protesta por diversas irregularidades en la venta de boletos. Me da rabia que nuestra ciudadela inca esté inmersa en estos problemas. Acá tiene mucho que ver el Ministerio de Cultura. Es increíble que no puedan garantizar una visita segura y ordenada a nuestro principal atractivo turístico.
Este país está de cabeza. Por eso mejor dejo de renegar para ingresar al túnel del tiempo. Año 1982. En la televisión rompía la telenovela ‘Dancing days’ con Sonia Braga y Antonio Fagundes, ‘Menudo’ encandilaba a las chibolas con ‘Súbete a mi moto’ y Sport Billy y ‘Naranjito’ calentaban la pantalla para el Mundial de España.
En aquellos días, este Búho enrumbó hacia el Cusco, con mi pata César Sánchez. Machu Picchu era nuestro objetivo. Nos fuimos en bus a Arequipa y de allí en tren a la Ciudad Imperial. Aquí nos encontramos con Miky Yufra, que nos llevó a un hostal de puros hippies en la calle Procuradores, que olía solo a marihuana.
En esos tiempos, Cusco era un lugar para el turismo de aventura. No había hoteles cinco estrellas como el ‘Monasterio’, ni restaurantes cinco tenedores como ahora. Una que otra pizzería y localcitos sencillos donde chupar y, claro, las discotecas. La alucinante ‘Abraxas’ (como el LP de Santana) o el ‘Muki’. Tuvimos suerte de que una pareja de izquierdistas con billetón, como Mensia de la Torre Ugarte y el flaco Oliveros, nos dejaron su espectacular casa en la curva de Sacsayhuamán con empleada incluida.
De allí se veía una maravillosa vista de la Plaza de Armas del Cusco. Para ir a Machu Picchu debíamos levantarnos a las 5:30 de la mañana, porque el tren popular salía a las 6. El otro salía a las 9, pero era carísimo, para turistas con plata. La empleada se olvidó de pasarnos la voz y perdimos el tren.
Felizmente hicimos grupo con unos gringos dormilones y logramos que nos acomodaran en un vagón que salía a las 8:30. De Aguas Calientes subimos por el Camino Inca a Machu Picchu. Recuerdo que se me cruzó una culebra. Cuando llegué a la ciudadela sentí que se me aceleraba el corazón. Recordé los poemas del gran Pablo Neruda sobre Machu Picchu.
Recorrimos los muros, el Intihuatana, el torreón, junto a turistas de todo el mundo, pero nos impactaron un par de mexicanas. En el regreso del tren les sacamos plan y quedamos en encontrarnos en la Plaza de Armas del Cusco. La puerta de nuestra habitación se abría por fuera, así que la empleada nos advirtió que no debíamos cerrarla, porque nos quedaríamos encerrados si ella no estaba.
Ya estábamos perfumados para llegar a la cita con las bellezas aztecas, cuando vimos con horror cómo la puerta del dormitorio se cerraba. Me tiré para impedirlo, pero fue en vano. ¡Nos quedamos encerrados! Con mi pata rogábamos para que la empleada llegara, pero la chibola se había ido a una fiesta folclórica.
Gritamos, maldijimos y nada. Esa era la última noche en el Cusco. No hubo discoteca, ni bellas mexicanas. Solo una fría habitación con dos jóvenes frustrados de perdernos en la noche cusqueña. Pero lo mejor sí lo disfrutamos. ¡Machu Picchu, sé que volveré a recorrerte! Apago el televisor.
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