Este Búho guarda con especial cariño ese consejo que, una tarde de cervezas y butifarras en el Queirolo, me regaló el legendario fotógrafo Carlos ‘Chino’ Domínguez: “Perro que no camina, no encuentra hueso”. Para ‘La retina del Perú’, como llamaban respetuosamente al gran ‘Chino’, que un periodista salga a las calles era elemental para cumplir su oficio. Es decir, para contar la noticia.
Por eso, bien protegido, me doy una vuelta por los principales puntos de nuestra ciudad. Es innegable que la cuarentena decretada por el gobierno de Francisco Sagasti es un saludo a la bandera. Una medida fantasma. Ha sido, más bien, una soga al cuello para las pequeñas y medianas empresas formales.
Basta con poner los ojos sobre Gamarra, donde los empresarios textiles reclaman con justicia y sensatez que sus puestos reabran. Muchos de ellos -angustiados por las cuentas que deben saldar a los bancos, a sus trabajadores o sus proveedores- se han lanzado a la calle como ambulantes para generar ingresos, aunque mínimos, pero que les ayudará a sobrevivir un día más.
Los pequeños restaurantes también se han visto afectados por la ‘cuarentena trucha’, que no les permite reabrir sus salones. Para estos huariques, que por lo general se levantan en la periferia de la capital, implementar el servicio de delivery es una opción imposible, pues supone un gasto extra que no pueden cubrir.
Y esta es la realidad que padecen diversos rubros empresariales. Mientras la gente busca sobrevivir día a día, buscándosela como sea y donde sea, nuestra clase política parece habitar otra realidad. Una realidad que les da su poder y su dinero, a costa de atropellar los derechos de los más necesitados.
Hierve la sangre cuando el ‘lagartazo’ Martín Vizcarra se sacude con sangre fría de las acusaciones de haber utilizado su cargo como presidente de la República para vacunarse contra el coronavirus y no solo él, sino su esposa y hermano. Todo esto mientras se aferra a su postulación parlamentaria para lograr la impunidad.
Acusa a una campaña demoledora en su contra, subestimando la inteligencia de los peruanos que hemos sido testigos de sus bajezas políticas, de su psicopatía, sazonadas con ‘Richard Swings’ o ‘Hayimis’. Mientras tanto, en las calles miles y miles de peruanos acampan los días con sus noches para conseguir oxígeno. Algunos centinelas, derrotados por la noticia que llegó a través del celular, van abandonando la guardia entre lágrimas. El virus se adelantó.
Otros, con la esperanza de encontrar una cama UCI, recorren toda la ciudad, de extremo a extremo, pero hoy es imposible hallar una, solo una. Todos los centros de salud han colapsado y el personal sanitario está mermado. Ese es el panorama que uno observa cuando va por las calles.
Los ciudadanos de a pie sienten el abandono por parte de sus autoridades. Pero me atrevería a decir que, además de abandono, sienten que los traicionan. En esta nefasta situación llegamos al año de pandemia, cuando se suponía que el proceso de vacunación ya debería ser una realidad galopante, como sucede con Chile.
En esta nefasta situación tenemos a las próximas elecciones presidenciales, con candidatos que ofrecen hasta ‘pócimas mágicas’ para salvar el país. Así nos acercamos a nuestro Bicentenario, cuando se supone que deberíamos ser un Estado sólido, transparente y eficiente. A los ciudadanos solo nos queda seguir bregando y resistir. Apago el televisor.