
Este Búho lee en los portales de noticias el anuncio de una nueva edición del Hay Festival Arequipa. Este evento cultural ya se ha convertido en uno de los más importantes del país. Esta vez tendrá como invitado estelar al escritor Mircea Cartarescu. He tenido la suerte de estar presente un par de veces y aproveché para recorrer la hermosa Ciudad Blanca. Cuando uno observa por la ventana del avión, no deja de sorprenderse con la majestuosidad del Misti, ese volcán que funge de guardiana, de vigía, de madre protectora de los arequipeños. También ve montañas secas de vegetación y de hielo.
La última vez que estuve por ahí, el taxista que manejaba por la avenida Aviación me dijo: “Somos una tierra bendecida. Somos orgullosos de nuestra cultura, de nuestra geografía, de nuestra gastronomía. ¿Qué le falta a este departamento? ¡Nada! Si hasta playas tenemos. Nosotros debemos ser la capital del Perú”.
Ese amor incalculable por su terruño confunde a los extraños, algunos los llaman soberbios o creídos. Y hasta les han dedicado bromas, ‘los arequipeños nacen a los siete meses, porque ni sus madres los aguantan’. Entonces, le pedí al taxista que me dejara en el mercado San Camilo, en el corazón de la ciudad. Con mis ojazos observé ambulantes, gentes que iban y venían, pistas congestionadas de taxis, oficinistas, serenos que caminaban sin sentido.
Entonces, me detuve y vi las portadas de los diarios: el Melgar estaba a punto de pasar a la final del torneo nacional. El fútbol también alimenta el ego de los arequipeños. Me acerqué al puestito de una mamita que vendía salteños, una especie de empanadas rellenas de papa, ají amarillo y demás hierbas. La gente hacía cola. Adentro, en el mercado, en el segundo piso, las ollas hervían.
Para las seis de la mañana deben estar listos el caldo de cabeza de cordero, el adobo, el costillar, el rocoto relleno, el solterito de queso. Ocupar un espacio era casi imposible. “Es que aquí todo es riquísimo”, me dijo una cocinera sin signos de humildad. Me pedí una contundente patasca y le eché encima hierbabuena picadita.
Recuerdo haber ingresado a su catedral. Construida con sillar en su totalidad. Adentro guarda estatuas del Sagrado Corazón o de la Sagrada Familia. Un púlpito indescriptiblemente bello tallado en madera. Además, un órgano de viento, el que se considera uno de los más grandes de Latinoamérica. “Si usted viene los jueves a las cinco de la tarde, podrá oír el ensayo del tecladista”, me reveló el guardián.
Aquella última vez que viajé, eran días de fiesta a las faldas del Misti. Se celebraba una edición más del Hay Festival, un evento que convocó a escritores, historiadores, ilustradores, periodistas, científicos y más personalidades del mundo académico para debatir sobre la actualidad cultural, política y social. Este festival marcó un precedente en el país. Nunca antes un evento de tal envergadura había tomado una ciudad que no fuera Lima.
Tuvo que ver en algo nuestro fallecido premio Nobel Mario Vargas Llosa, quien sugirió a los organizadores del Hay llevar este festival a su tierra natal. Desde entonces y hasta ahora, excepto por dos años que se realizó de manera virtual, cada noviembre Arequipa recibe a destacados e importantes personajes que durante varios días debaten, polemizan y desmenuzan diversos temas, como el racismo, la emergencia climática, la política, la poesía y más. Esto ha generado una dinámica económica que impacta en la ciudad.
Cada vez son más los turistas que llegan exclusivamente para este evento, me contó la directora internacional del festival, Cristina Fuentes. Gracias al Hay se está descentralizando la cultura. Luego de mi recorrido por Arequipa, con un calorcito propio de la sierra, no tuve más opción que dirigirme hasta el mirador de Yanahuara para disfrutar de un quesito helado y una frutillada. Apago el televisor.
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