Son tiempos violentos en Lima, esta gran urbe, y, en general, en todo el país. | Foto: Andina
Son tiempos violentos en Lima, esta gran urbe, y, en general, en todo el país. | Foto: Andina

Este Búho se ensucia los zapatos y camina la gran ciudad de la furia, ‘donde nadie sabe de mí y yo soy parte de todos’, como reza la canción de los emblemáticos Soda Stereo. Las historias están en la calle y es allí donde hay que buscarlas. Por eso converso con mujeres que hacen el mercado, con taxistas, con cobradores de combi, con ambulantes y jóvenes estudiantes. Son tiempos violentos en esta gran urbe y, en general, en todo el país.

La ola delincuencial ha sobrepasado al mismo gobierno, que no sabe cómo enfrentar este cáncer. La gran mayoría ve con desilusión el panorama. El futuro es sombrío si continuamos bajo el manto oscuro de esta clase política que dirige al Perú. Además de una economía golpeada, la delincuencia avanza sin freno.

Los colegas de policiales informan día a día de crímenes más horrendos unos que otros, asesinatos, extorsiones, secuestros. Son pan de cada día los atentados contra el transporte público. Disparan y dejan explosivos a la luz del día. No hay respeto por la vida y lo peor es que están doblegando a la presidenta y sus ministros, impávidos ante estos hechos.

“Yo soy de San Juan de Lurigancho, vivo por la 11 de Las Flores, y todos los días hay asaltos al paso. No le miento, arranchan celulares o cogotean a la gente que camina por la noche. Los extorsionadores se pasean por las calles campantes, nadie dice nada”, me comenta un vecino de ese pujante distrito.

En Gamarra, el emporio textil más grande del país y uno de los motores más importantes de nuestra economía, muchas tienditas han cerrado. Son emprendimientos que se abrieron con ilusión, pero que terminaron encallando, parafraseando al gran Joaquín Sabina, en el bulevar de los sueños rotos.

“Aquí sobrevivimos a duras penas, definitivamente la crisis política, la delincuencia, nos afecta directamente”, me relata una comerciante que no sabe hasta cuándo podrá resistir con su negocio, pues las ventas han disminuido a más de la mitad.

Abro los ojos para seguir recorriendo esta ciudad, a la que los rockerazos de Leuzemia cantaban: “Lima angustiada. Lima violenta. Lima injusta. Lima mórbida”. En Villa María del Triunfo, precisamente al terminal pesquero, llegan pescados fresquitos día a día. Aquí caen de madrugada la mayor parte de cebicheros de la capital. Aunque cada vez son menos, pues muchos han ido desapareciendo por culpa de la recesión y otros muchos por las extorsiones.

Susan, una madre de familia que tiene su puesto, me dice: “Señor periodista, antes vendía más de cincuenta kilos de perico al día, ahora esa cifra se ha reducido drásticamente. Muchos de mis caseros ya no vienen y otros compran poquito, porque no tienen ventas”, me relata mientras filetea.

Los peruanos no tiramos la toalla

A pesar del panorama sombrío, ninguna de las personas con las que conversé tiene intenciones de ‘tirar la toalla’. Son peruanos que en plena desgracia se reinventan y enfrentan los embates criminales. Eso sí, se sienten abandonados por el Estado, que lejos de preocuparse por el bien común, están enfocados en sus propios problemas políticos, tratando de salvarse el pellejo, maquillando la realidad y viviendo en un mundo de fantasía.

No son ‘mentes siniestras’, como la del muñeco diabólico Chucky y su novia, los que crean estas historias, es la realidad y el día a día de millones de compatriotas, señora presidenta. Apago el televisor.

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