
Este Búho tiene claro que en todos lados se cuecen habas. No es exclusividad de nuestro país los políticos escandalosos, sórdidos, turbios, corruptos y populistas. Las potencias mundiales también tienen su fauna local. Uno de esos políticos que destacó por su díscola vida fue Rob Ford, alcalde de Toronto, Canadá. En Netflix acaban de lanzar un documental repasando su desastrosa gestión, que estuvo marcada por el consumo de alcohol y drogas. ‘Fiasco total: el alcalde del caos’, se llama la producción. En ella retratan al impresentable Rob Ford, un político populista de extrema derecha. Llegó a la alcaldía de la ciudad más grande e importante de Canadá gracias al hartazgo ciudadano. Entonces se había desatado una crisis sanitaria en Toronto debido a una huelga de los trabajadores de limpieza. La basura se acumulaba en las calles y el calor de más de 30 grados hacía que se desprendieran olores nauseabundos. Las ratas y mapaches hicieron lo suyo. Frente a ese caos, el entonces alcalde renunció y se convocó a elecciones. Rob Ford, hijo de un adinerado empresario, tenía una vida política mediocre, marcada por las puyas, los escándalos y los enfrentamientos personales. Cuando decidió lanzarse a la alcaldía en 2010 nadie creyó que ganaría las elecciones, ni su propio equipo de campaña. Lo subestimaron. Rob Ford apeló al populismo barato. Iba a las casas de sus seguidores a arreglarles el jardín o a hacer trabajos de gasfitería. Tenía contacto directo con los ciudadanos, a quienes dejaba sus tarjetitas y les decía: “Si tienen un problema en casa, solo llámenme”. Su aspecto de gordito bonachón lo hacía parecer un hombre bueno, sin malicia. Así, la gente lo empezó a ver como un tipo campechano, como un hombre del pueblo, lejos de esos estereotipos de saco y corbata. Alcanzó tanta popularidad que mientras otros candidatos llenaban locales con apenas 200 personas, él lo hacía con más de 2 mil asistentes.
Era una estrella de rock. Su éxito era inminente y así fue. Para sus concejales y opositores hizo un buen gobierno durante su primer año. Aunque polémico, pues muchas veces dejó su cargo al aire para dedicarse a su verdadera pasión: la de entrenador de fútbol. Contaba con un gran respaldo popular. Pero un video sería el inicio de su debacle. Se trató de una cinta que recorría las redacciones de los periódicos. En ella se veía al flamante alcalde fumando heroína y en total estado de ebriedad, lanzando amenazas a sus opositores y escupiendo frases racistas. Cuando fue consultado, Rob Ford lo negó tajantemente. Entonces inició una campaña de desprestigio contra los medios de comunicación, sembrando desconfianza para victimizarse. Fue pionero en demonizar a los periodistas. Señalaba que era una artimaña de la izquierda para desestabilizar su gestión. Fue tanta su campaña para desacreditar a los periodistas que logró que la mitad de ciudadanos de su localidad le creyera. Poco después de lavarse las manos, el video vio la luz. Y, efectivamente, era el alcalde drogándose. Pero no fue un video, sino dos. No tuvo más remedio que admitir su adicción. Cuando la opinión pública creía que iba a renunciar por decencia, se atornilló al poder e informó que no abandonaría el cargo. El tramo final de su gestión estuvo plagado por más escándalos de sus excesos y sus vicios, aunque siempre contó con el respaldo popular. Por eso intentó la reelección. Para muchos especialistas, sus posibilidades eran altas, a pesar de su tormentosa vida. Fue un cáncer el que detuvo esas ambiciones políticas, finalmente. En este punto me resulta sorprendente cómo un personaje como Rob Ford contó durante todo su gobierno con el apoyo de la ciudadanía, a pesar de ser un confeso adicto al alcohol y las drogas duras. No era un político cabal, ni eficiente, ni honesto, ni decente. Sino un hombre carismático a quien le resbalaban las acusaciones más graves. ¿Por qué tuvo tanta aceptación un político como él? Quizá la respuesta sea que el hartazgo de la gente con los políticos de siempre hizo que vean a este gordito como una opción más honesta y cercana a ellos. Un hombre con defectos, con claroscuros, como cualquiera de nosotros. Pero era, a fin de cuentas, un tremendo lobo vestido de ‘chanchito’ encantador. Apago el televisor.








