Este Búho maneja su carrito por la Costa Verde. Atardece y el tráfico se va poniendo pesado. La vista del sol cayendo en el horizonte amansa el estrés. Escucho en la radio ‘Cuando pienses en volver’, del gran Pedro Suárez Vértiz. Es el himno de los compatriotas que se han marchado del Perú en busca de nuevas oportunidades. Pienso en los miles de jovencitos que lejos de su familia y de sus amigos hacen patria honesta y honradamente.
Algunos han llegado hasta la lejana Australia, en donde cuidan niños o atienden en cafeterías. Muchos en España cogen oportunidades en el rubro de la construcción o como conserjes. En Estados Unidos se desempeñan como jardineros, meseros y carpinteros. Han guardado en la maleta sus títulos universitarios para ejercer oficios que jamás hubieran imaginado.
Hasta el año pasado, casi medio millón de peruanos salieron al extranjero sin intenciones de volver, según informó la Superintendencia Nacional de Migraciones. Es lamentable que esta cantidad de compatriotas tengan que buscar oportunidades lejos de casa, en tierras ajenas, a cientos de miles de kilómetros y en actividades muy distintas a las que alguna vez aspiraron.
Esto es consecuencia, sin duda, de un país puesto contra la pared por la delincuencia y la crisis económica y política. Son años de desidia por parte de nuestra clase política, ineficiente y corrupta, que nos ha llevado a esta situación. Cada semana se publican más denuncias contra congresistas, ministros y la propia presidenta, que leyes a favor de la población. Ni los jueces o fiscales se salvan.
Una querida amiga me escribió hace algunos días desde Sídney: “Búho, yo soy comunicadora, pero realmente en Perú no encontraba un puesto laboral estable o los sueldos eran muy bajos. Tomé un curso de asistencia al adulto mayor y con eso me vine aquí. El sueldo es bueno. Pero se extraña la familia y a los amigos. Como tu terruño, nada”, me dice. Allá cuidó niños, atendió en restaurantes. Migrar no es irse de vacaciones. Tienes que esforzarte día a día, cuidar tu trabajo, tragarte los malos tratos, los abusos, adaptarte a un nuevo idioma y costumbre, ahorrar moneda a moneda. Y si te va mal, no hay a quién buscar, no está el hombro sobre el cual recostarse.
Es por eso quizá que la canción de Pedrito pegó tanto en las comunidades peruanas. Trabajas hasta muy tarde y no puedes descansar. Las palabras de tu madre empiezan a sonar: “Cuando tú te estés muriendo por un poco de amor, hijito, sigue adelante, domina el corazón”. A pesar de nuestra situación actual, no soy pesimista, siempre lo digo. Este país es inmenso y no por su extensión territorial, sino por la calidad de su gente, por el temple y la resiliencia de cada uno de sus habitantes. Ya hemos vencido el flagelo del terrorismo y hemos sobrevivido a una pandemia, pese a Vizcarra.
Nos hemos reinventado después de cada desgracia. El peruano no se queda sentado esperando, sale con sus triciclos o carretillas a las calles a vender fruta, enciende su carrito y taxea, emprende su propio negocio, camina kilómetros vendiendo helados o gaseosas. La corrupción parece una enfermedad incurable, pero está en nuestras manos salvarnos, si elegimos a conciencia a nuestros representantes en el Parlamento y la presidencia. Aún quedan largos meses para las elecciones, pero ya deberíamos ir analizando los perfiles de quienes a viva voz se anuncian como candidatos e ir descartando a aquellos que lanzan propuestas afiebradas y delirantes.
Del pueblo y sus decisiones depende la reconstrucción de este país, carcomido por los ‘hambrientos’ políticos, que ocupan su cargo solo para beneficio propio y de quienes los subvencionaron, y no con la finalidad de darle un presente y un futuro con oportunidades a nuestros jóvenes.
Mientras voy por el malecón, con el cielo naranja como fuego, entiendo lo que decía mi querida amiga Desiré, una peruana migrante, quien hace un año dejó este mundo a consecuencia de un cáncer sorpresivo: “Uno no migra porque quiere, sino porque lo necesita. Porque uno nunca quiere alejarse de los que ama. Pero si en tu país no está lo que necesitas, pues toca buscarlo fuera de él. Y no sabes cuánto lloro con esa canción”. Desiré falleció lejos de su familia, de sus amigos, de ese barrio donde creció y al que siempre quiso volver. Y eso no se le desea a nadie. Apago el televisor.