Este Búho es un convencido de que hemos llegado a la punta del iceberg en lo referente al imparable y explosivo crecimiento de la criminalidad y la inseguridad ciudadana en el Perú.
El país está de cabeza y lo peor es que tenemos un gobierno incompetente que no sabe resolver los problemas que padecen los millones de peruanos. Uno ya no sabe si reír o llorar.
A la presidenta la jalonean de los cabellos en Ayacucho y de inmediato saca del cargo al comandante general de la Policía como si fuera un estropajo. Es un acto abusivo e ilegal. Ayer conocía más detalles de la muerte del empresario minero y es de terror.
Matan a dos miembros de su seguridad y se lo llevan. Pedían diez millones de dólares, pero ayer apareció su cadáver con una pinta en el estómago que decía: ‘Por no pagar completo’. Lo habían mutilado y descerrajado un balazo en la cabeza.
La sierra de La Libertad se ha convertido en tierra de nadie
¿Y qué hace el gobierno? Nada. Ahora todo es más brutal y violento. Así el país no puede crecer. Las bandas de los tristemente célebres ‘saltimbanquis’ (asaltantes de bancos) de las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado ya son historia.
Las pandillas como la surquillana de ‘La Metralleta’, con ‘Caman Baby’ y ‘La Gringa’, o ‘Los Elegantes’, robarresidencias del ‘Loco Perochena’, fueron desarticuladas por los ‘tigres’ de la antigua Policía de Investigaciones, la PIP, los llamados ‘rayas’, y también por las draconianas leyes del gobierno militar: un delincuente que mataba a un policía era juzgado por un tribunal militar que le imponía la pena de muerte.
Hoy la delincuencia ya no cree en nadie ni respeta nada
No es que uno quiera ver algo ‘positivo’ en los delincuentes de antaño. Pero al menos estos tenían lo que llamaban ‘códigos del hampa’. Hoy la delincuencia ya no cree en nadie ni respeta nada. El batallador grupo Terna no se da abasto para enfrentar a la terrible ola delincuencial existente. Por eso me cayó a pelo ver el documental ‘Ciudad del miedo: Nueva York vs. la mafia’, del director Sam Hobkinson.
Nueva York entre los años 1970 y 1980 era una ciudad capturada por la mafia. Las cinco grandes familias, de esas que vimos en ‘El Padrino’, controlaban no solo los clásicos negocios ilegales, como las drogas, la prostitución, juego, extorsión, secuestros o sicariato. Sino que habían capturado también negocios legales: la construcción, sindicatos de camioneros, obreros, recojo de basura, puertos, proveedores de pescado, restaurantes, hoteles.
El FBI no podía hacer nada. ‘Jugábamos con los mafiosos al gato y al ratón’, sostiene uno de los detectives que comenzaron en 1979 a combatir al crimen de manera diferente. Antes, los policías capturaban en flagrancia a los llamados ‘soldados’ de las familias, pero no tenían cómo vincularlos con el ‘jefe’ de la familia. Se sabía que capos como Paul Castellano mandaban matar, pero no había evidencias que lo probaran.
Los ‘soldados’ se ‘comían’ algunos años de prisión, pero no delataban a su jefe. Sin embargo, el FBI sí tenía una herramienta legal para poder encarcelar a las ‘cabezas’ de la organización. Nunca habían puesto en ejecución una ley que promovió un destacado jurista de la Universidad de Cornell: la famosa Ley RICO, que significaba que la justicia podía encarcelar no solo al sicario que apretaba el gatillo, al que extorsionaba, sino también al jefe que le ordenaba cometer el delito.
Vemos en el documental a Paul Castellano, el poderoso jefe de la familia Gambino, a quien tenían que colocarle un micrófono en su residencia en Staten Island. Como sabían que Castellano tenía el exclusivo servicio de cable de la entonces novísima CNN, indujeron una interferencia y el mafioso tuvo que llamar a la compañía de cable para que arreglen el desperfecto. Fue así que el FBI mandó a un detective.
El documental también nos presenta el testimonio de otra agente que transcribió las 600 horas de conversaciones de Castellano dirigiendo sus sucios negocios. Ella reveló que no solamente ‘pescaron’ al mafioso con las manos en la droga, sino también escucharon jadeos y palabras amorosas: ¡Don Paul engañaba a su esposa con su empleada del hogar, la dominicana Gloria Olarte!
Así, uno a uno los cinco jefes de las familias de Nueva York fueron llevados a juicio por el implacable fiscal Rudolf Giuliani. Todos los jefes fueron sentenciados, menos el más importante, Paul Castellano. El capo pagó dos millones de dólares de fianza, pero en diciembre de 1985 fue asesinado a tiros en Manhattan. Crimen ordenado por John Gotti, quien lo sucedió en el cargo. No es exagerado decir que la criminalidad en Lima es similar a la de aquella Nueva York. Se necesita mucha inteligencia y una estrategia para derrotar a los malditos delincuentes. Apago el televisor.