Calatos en los circos
Calatos en los circos

Este Búho va manejando hacia la Redacción de Trome, cruza la ciudad para llegar a Pando, en San Miguel, y se nota el ambiente de julio. Pese a que es feriado, un tráfico infernal y miles de personas que suben al vuelo a taxis colectivos y buses. Los escolares tendrán tiempo libre para irse de viaje o acudir a los diversos espectáculos que se presentan en estas fechas. Los tiempos han cambiado. Veo a casi todos los chicos, niños pequeños incluso, ensimismados frente a la pantalla del celular. Me parece bien que hayan cancelado ese llamado ‘Circo de los Dioses’, donde unos calatos iban a hacer un show de striptease bajo una carpa. ¡Increíble! Y encima eran tremendos mañosones.

Este columnista recuerda los circos de su niñez. Habían los de primer nivel, como el ‘Ruso’ o el ‘Holiday on Ice’, que era de patinaje sobre hielo en el Coliseo Amauta. O los populares, como el ‘Modelo’ o el de ‘Los hermanos Fuentes Gasca’, que se levantaban sobre terrales. Pero nada podrá reemplazar a la clásica y entrañable carpa que, a veces, aparecía remendada y parchada, como las de la avenida Alfonso Ugarte o la plaza Grau. La verdad es que siempre me gustó el mes de julio. Eran los años maravillosos. De pequeño, recuerdo las inmensas carpas y los extraños personajes que se instalaban cerca a nuestras casas. En nuestra inocencia, nos maravillábamos o esperábamos que saliera el gran domador para poner en ‘vereda’ a los temibles leones y tigres de Bengala. Pero la realidad era completamente diferente.

Esos animales eran tratados de la manera más cruel. Estaban condenados a pasar su cautiverio en reducidas jaulas, que les ocasionaban problemas en los huesos y les hacían perder movilidad y reflejos. Además, los dopaban, les cortaban las garras y hasta los colmillos con tenazas para proteger al domador. En realidad, esas criaturas de Dios ya no podían atacar a nadie. Estaban tan mal alimentadas que eran incapaces de ser un peligro. Recuerdo que uno de esos circos, uno mexicano, llegó al descampado que había hace años frente a Plaza San Miguel, donde ahora está lleno de casinos.

Recuerdo que con mi mancha nos sentábamos en el parque a escuchar embobados sus miles de historias. Eran extranjeros llegados de diferentes países. Mexicanos, rusos, rumanos, brasileños y búlgaros. Los hombres eran bondadosos y nos regalaban golosinas de sus países y hasta nos hacían entrar gratis. Las mujeres, algunas parecían muñequitas, coqueteaban con los mayores, a quienes mirábamos con envidia. Ellas trabajaban como equilibristas, malabaristas o modelos del domador. A veces salían en calzoncitos y se reían cuando los ‘mocosos’ las mirábamos extasiados. Se maravillaban también con nuestras historias, con la cultura inca.

Ahora que soy mayor me doy cuenta de que ellos no trabajaban para hacerse millonarios. Tal vez en sus países de origen podían ganar más que viajando todo el tiempo, a veces en condiciones muy duras. Pero el circo era su vida. Eran verdaderos artistas de la carpa. Muchos formaban parte de una misma familia. Papá, mamá, hijos, yernos. Todos viajaban juntos y laboraban haciendo reír y arrancando aplausos del público. Hoy, los tiempos han cambiado. Ahora hay mucho payaso que levanta su carpa y estafa a los niños con espectáculos realmente indignos. Hasta mañosos estriptiseros. Eso sí, está prohibido el maltrato animal. Apago el televisor.

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