Este Búho continúa viendo películas en este ‘aislamiento obligatorio’. Justo volví a ver la impresionante producción nacional ‘La ciudad y los perros’ (1985), del director Francisco Lombardi. Ese filme que hizo que Lombardi obtuviera el premio al ‘Mejor director’ en el prestigioso Festival de Cine de San Sebastián. La diestra mano de ‘Pancho’ se apoyó en un extraordinario elenco, donde se combinaban a actores históricos como Luis Álvarez, consagrados como Alberto Isola, Gustavo Bueno o Ramón García, y una camada de ‘cachorros’ talentosos con gran futuro, como Juan Manuel Ochoa, extraordinario en el papel de ‘Jaguar’, Pablo Serra ‘El Poeta’, Toño Vega, Aristóteles Picho, Miguel Iza y otros ‘cadetes’ chibolos.
Después de 35 años de estrenada la película, el director y algunos actores se volvieron a reunir para una causa humanitaria. El actor que hizo de ‘Jaguar’ se encuentra en el hospital librando una batalla contra el cáncer. Por eso grabaron un video para solicitar colaboraciones para su tratamiento. Lombardi grita ¡¡acción!! y aparecen con sus uniformes de soldados los actores de ayer, un canoso Gustavo Bueno (teniente Gamboa), Ramón García (teniente Huarina) y los cadetes Miguel Iza y Toño Vega. Todos reunidos para solicitar solidaridad para su compañero enfermo. ‘La ciudad y los perros’ es un filme de culto, y por ello inolvidable, al igual que la novela.
La obra literaria fue una de las que más me impactó cuando la leí en segundo de secundaria. Vargas Llosa relató la historia brutal y apasionante de los escolares internos del Colegio Militar Leoncio Prado. ‘Los perros’ eran los cadetes nuevos de tercer año y Vargas Llosa fue uno de ellos. Quedó profundamente marcado en sus dos años como alumno del tercer y cuarto año de media, en ese colegio donde, según él, un padre brutal y abusivo lo matriculó para quitarle las ganas de dedicarse a la literatura y alejarlo de la familia Llosa de Miraflores. Pero ‘el tiro le salió por la culata’. ‘Por el contrario, entre 1950 y 1951, encerrado entre esas rejas corroídas por la humedad, de La Perla en el Callao, en esos días y noches grises, de tristísima neblina, leí y escribí como no lo había hecho nunca antes y empecé a ser (aunque entonces no lo supiera) un escritor’, recordó el autor muchos años después en su libro de memorias ‘El pez en el agua’.
En esos dos años, además, el joven miraflorino se ganó el respeto y la admiración de sus compañeros, muchos de ellos achorados, abusivos, con la magia de su pluma: les escribía hermosas cartas de amor para las enamoradas y eróticas para los que les gustaba ‘volar cometa’.
‘Además, debo al Leoncio Prado haber descubierto lo que era el país donde había nacido: una sociedad muy distinta de aquella, pequeñita, delimitada por las fronteras de la clase media, en la que hasta entonces viví (...). La mayoría de nosotros llevaba a ese espacio claustral los prejuicios, complejos, animosidades y rencores sociales y raciales que habíamos mamado desde la infancia y allí se vertían en las relaciones personales y oficiales, y encontraban maneras de desfogarse en esos ritos que, como ‘el bautizo’ o las jerarquías militares entre los propios estudiantes, legitimaban la matonería y el abuso’, reflexionaba el novelista en ‘El pez en el agua’.
Una de las grandes interrogantes de ‘La ciudad y los perros’, desde que fue publicada, es si el ‘Jaguar’ mató al ‘Esclavo’ durante una práctica de guerra. A Vargas Llosa le volvieron a hacer la pregunta hace unos años y contestó así: “Yo fui a México a ver a un gran crítico francés, que dirigía la comisión de literatura de la editorial Gallimard. Él había leído mi novela y yo fui a verlo en su oficina de la Unesco. Me dijo que le gustó mucho el personaje del ‘Jaguar’ porque se atribuye un crimen que no cometió para reconquistar la autoridad sobre sus compañeros. Yo le dije: El ‘Jaguar’ sí cometió ese crimen’. Entonces, me miró y me dijo: ‘Usted se equivoca. Usted no entiende su novela. Para el ‘Jaguar’, perder el liderazgo era una tragedia infinitamente superior a la de ser considerado un criminal’. Me convenció (su versión), aunque cuando escribí la novela yo pensé que sí lo había matado”.
Y remató con una frase genial: ‘Creo que es un gran error preguntarle a un autor cómo es esto o lo otro’. Es decir, para nuestro Nobel, vale más la verdad del lector que la verdad del escritor. Es lo maravilloso de la literatura. Y ojalá que ‘El Jaguar’, tremendo actor, reciba la solidaridad de quienes admiraron su inolvidable papel. Apago el televisor.