Este Búho sube a un taxi y el conductor me dice: ‘Señor, ¿ya se enteró de la barrabasada que está haciendo el alcalde Jorge Muñoz?’. Miré al taxista y tendría sus 50 años. Por lo tanto, ya había nacido en 1974, cuando el gobierno militar del general Juan ‘Chino’ Velasco Alvarado emitió ese alucinante decreto supremo, en el se obligaba a los automovilistas a comprar calcomanías para que identifiquen que no iban a circular determinados días de la semana. El sticker rojo que debías colocar en tu parabrisas te prohibía circular los lunes y miércoles; el blanco, los martes y jueves.
Pero había otros para los taxistas, que no les permitía circular los sábados y domingos. Cuando escuché al conductor pensé una de mis frases preferidas: ‘La ignorancia es atrevida’. Para empezar, la medida dictada por el gobierno de Velasco se dio por otros motivos, radicalmente distintos a los del alcalde Jorge Muñoz. Fue porque había una crisis de petróleo a nivel mundial, pues por la recién creada OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) pusieron en jaque a todas las naciones dependientes del crudo y el Perú, con una política económica desastrosa por las nacionalizaciones, vio colapsado su crédito. La situación se volvió crítica, a pesar de que teníamos un parque automotor de solo 180 mil vehículos.
En ese tiempo el parque automotor hasta se había reducido, pues los militares, con su prédica ‘antiimperialista’, habían expulsado a las plantas de automóviles norteamericanas como Ford, Chrysler y General Motors, entre otras, y solo en el Perú se ensamblaban los ‘lanchones’ Dodge, se armaban los Datsun, Hillman, y se fabricaban unos micros horribles en la planta de Moraveco, esos que bendecían los mañosos ‘paleteros’, porque eran chiquitos y se llenaban como latas de sardinas.
Esa situación no se vive hoy, pues el parque automotor limeño se ha desbordado y circulan ¡1 millón setecientos mil vehículos en Lima y Callao! Hoy, uno puede comprar un carrito ‘de tercera’ a mil 500 dólares y circulan en Lima hasta chatarras del siglo pasado misma Cuba comunista. La Vía Expresa hace rato que, en las llamadas ‘horas punta’, dejó de ser ‘expresa’ y parece una procesión del Señor de los Milagros, pero de autos. Algo hay que hacer, sé que el plan llamado ‘Pico y placa’ de Muñoz no le va a gustar a nadie, pero ¡por favor!, hay que ser realistas. El parque automotor colapsó, no somos como Japón o Estados Unidos, donde a los carros con cinco años de antigüedad los mandan al cementerio de la chatarra. Pero bueno, el director me pide: ‘Búho, tú experimentaste esa época de las calcomanías, cuéntales a nuestros lectores jóvenes cómo se vivió en esos tiempos’.
Bueno, para empezar, a nadie le gustaba que le prohibieran transitar con su auto. Segundo, dio cólera, mi abuelo Julio con su tremendo Chevrolet le mentaba la madre a Velasco en mi presencia: ‘¡Carajo, que me prohíban circular lo acepto, pero que me obliguen a comprar la calcomanía y hacer esa tremenda cola, no me jo...! Mi viejito lo calmaba: ‘Papá, yo voy’. Después se arrepintió y yo lo requinté a él. La cola en el Banco de la Nación era kilométrica y el formulario costaba ¡cinco mil soles de la época!, porque en la mentalidad socializante de los ‘asesores izquierdistas’, quien tenía carro tenía plata. Mi abuelo hacía movilidades y como él, sufrieron miles de automovilistas. Los que daban servicio de movilidad se loqueaban, pues tenían que contratar a otro carro para que recoja a los alumnos. Esta medida del ‘Gringo Karl’ Muñoz me parece desesperada e informal.
Se supone que el ‘colorado’ llegaba de Miraflores a Lima con un plan moderno que iba a resolver los graves problemas que tiene la capital, pero esto lo pone al nivel del militar dictador Juan Velasco Alvarado. Nada menos que eso. Apago el televisor.
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