Este Búho vio con pesar las ‘elecciones’ que se realizaron ayer en Venezuela, pues en realidad fueron un circo. Sin los principales candidatos de la oposición, con numerosas denuncias de irregularidades y una masiva ausencia de ciudadanos que decidieron no votar, pues señalaban que de cualquier forma iba a reelegirse el impresentable de Nicolás Maduro, esos ‘comicios’ no pueden ser tomados en serio por nadie. Lo que están pasando en estos momentos nuestros hermanos ‘llaneros’, no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Están viviendo como si pelearan una guerra y estuvieran cercados por el enemigo, intentando sobrevivir con alucinante escasez de productos básicos, no solo de alimentos -leche, fideos, arroz, pan, carne-, sino también de artículos de aseo, como jabón e incluso papel higiénico, que afecta a todos. Se vive una desastrosa situación política, social y económica, sin parangón para un país que se preciaba de ser uno de los tres mayores consumidores de whisky en el mundo. El presidente Hugo Chávez sacaba pecho cuando la crisis de Medio Oriente y los conflictos en Irán, Irak y Kuwait elevaron a niveles asombrosos el precio del barril de petróleo: ‘Los pobres venezolanos toman whisky’. Este columnista una vez, en pleno gobierno chavista, ya vislumbraba niveles de desorganización y hasta desidia entre los funcionarios, como en el aeropuerto, por ejemplo. Los itinerarios no se cumplían y los pasajeros quedaban varados, pero siempre había una ‘solución’. Una guapa azafata de la aerolínea estatal sacaba botellas de whisky y unos sanguchitos para los viajeros enardecidos.
A las barriadas llegaban camiones del Ejército llevando cocinas, refrigeradoras, carne, leche, arroz y azúcar para los comités chavistas, que se multiplicaban. Eran esas masas las que apoyaban a rabiar al comandante y marchaban fieras por las calles para apedrear a los locales de los diarios de oposición, para agredir a políticos que reclamaban democracia a un presidente que se había atornillado en el poder. Hoy todo eso es un recuerdo lejano. El país está sumido en una guerra civil. Por un lado están la Policía y el Ejército, que apoyan al inepto presidente Maduro; y por el otro, un ejército de hambrientos que se moviliza de noche, en la oscuridad total que producen los apagones, para saquear comercios en busca de comida. En una nación con un clima tropical -donde sus habitantes ven un aparato de aire acondicionado como un artículo de primera necesidad-, los hogares se convierten en un horno cuando se va la electricidad. Resulta paradójico que Venezuela fuera la primera en implementar, en la zona del Caribe, tecnología de punta, con médicos ‘cerebritos’ cubanos, para combatir la malaria y diabetes. Se daba el lujo de enviar doctores y medicinas a las zonas más pobres de Bolivia. Hoy, los estantes de las farmacias están vacíos.
Las protestas por la escasez son desgarradoras. Niños enfermos de diabetes, cáncer, paperas, deshidratación o de simple sarampión se mueren porque no hay medicinas en los hospitales. La desesperación es tal, que miles de venzolanos huyen rumbo al Perú y otro países en busca de ayuda. Venezuela se desangra, se consume de sed, de hambre, de calor, a oscuras, sin medicinas, mientras Maduro niega que exista esta crisis e impide que su pueblo reciba la ayuda humanitaria que muchos países le ruegan para enviar. Este sujeto cruel, incapaz de conmoverse con el dolor de su gente, se desespera por seguir en el poder. En estos momentos de angustia, desde las montañas del Sorte, en el estado de Yaracuy, miles hacen peregrinaciones hacia el cerro donde está la estatua natural de la diosa más popular de la región: María Lionza. Sí, la diosa pagana de indios, negros y descendientes de hispanos. Todos acuden para pedirle ‘un milagrito’ al son de ese extraordinario tema que le dedicara Rubén Blades. Para muchos, solo un milagro puede salvar a la patria de Bolívar, llevada al despeñadero por el chavismo. Apago el televisor.
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