Este Búho vive de una manera muy especial la . La disfruté de pequeño, pero de adulto y como padre de familia la siento un poco rara, ahora que mi hija entra a la pubertad. Cuando era niña, la disfrutábamos juntos, con los juguetes, esperando las doce para abrirlos. Ahora me quedo lelo, pues me pide tres regalos, uno de ellos, el último iPhone que recién ha llegado al país. ¡Quééé! No pude evitar ingresar al ‘túnel del tiempo’. Finales de los años sesenta. Pedíamos una pelota Viniball, unos patines, juguetes al alcance de los bolsillos del papá. Pero cuando el militar Juan Velasco Alvarado dio un golpe de Estado a Fernando Belaunde, también nos aplicó un golpe a los niños. Al principio, mi infancia continuó siendo feliz, hasta que un año después ya no había en las tiendas los juguetes importados a control remoto. Recuerdo que había esperado esa Navidad para que Papá Noel me trajera esa espectacular pista de carreras que vendían en la tienda Oechsle, pero nunca llegó a mi arbolito. En su lugar, el viejo barbudo me dejó un Lego, era con rueditas, ventanas para armar... alucinante, pero no me gustó. Ahí me di cuenta de que no existía Papá Noel, porque mi madre, ante mi rabieta, trató de explicarme que mi padrino, mi querido tío Juan, hermano de mi papá, se había recorrido todo Lima para buscar los benditos carritos de carrera y no los encontró por ningún lado, porque el Gobierno había prohibido la venta de juguetes importados.

Hay que ser sinceros, los niños de antes creíamos en Santa, no como ahora que mi sobrinita Tita, de cinco añitos, me dice: ‘Tío, ¿qué me vas a regalar en Navidad? Papá Noel no existe, tú eres Papá Noel, mi papá también y mi abuelito igual’. ¡Increíble! Antes le escribíamos cartas, las dejábamos en un zapato y nos acostábamos temprano para, al despertar, ver los regalos al pie del árbol. Nos levantábamos justo a la medianoche. En los años maravillosos, esta fecha estaba rodeada de una aureola especial. El ‘Tío Johnny’, ese entrañable programa infantil, le daba un gran peso a la noche. Fue el pionero en cantar el clásico tema navideño de Bing Crosby, ‘Santa Claus Is Coming to Town’, al que bautizó en castellano: ‘Santa Claus no tardará en llegar’. ‘No llorar, mejor es reír/ si te portas bien, te digo el porqué,/ Santa Claus no tardará en llegar’. Ahora nadie quita de las radios, en época navideña, temas ‘cachondos’ y salvajes como ‘Felices los cuatro’ o esa que cantan las chicas a voz en cuello en las discos y salsódromos, de Becky G y Bad Bunny: ‘A mí me gustan mayores, esos que llaman señores...’. Son canciones muy alejadas del espíritu navideño. Es que ya no hay programas en la televisión abierta con conductores tipo el ‘Tío Johnny’ o Yola Polastri, esta última hasta ahora batalla como un ‘Quijote’ haciendo shows en vivo, porque la TV ya no la contrata. Yola es una grande, sus canciones hasta ahora son clásicos. Tampoco hay dalinas, Karinas, María Pías ni Timoteos. Al contrario, algunas que salen calatas en las tardes animan shows para niños. Recuerdo que el primer gran regalo de Navidad que recibí fue aquella bicicleta Velamos, una guerrera marca checoslovaca que tenía llantas areneras. Hoy en día, los chibolos piden el smartphone 7 u 8, nada para abajo, pues un celular ‘chanchito’ es una ofensa. Por su lado, las cervecerías compiten por los mejores comerciales ‘cheleros’ para estas fiestas. ¿Dónde quedaron los mensajes de que la Navidad es, ante todo, una fecha de reflexión? Veo con preocupación a una ‘generación del silencio’. Algunos chicos que pasan a la adolescencia y casi no hablan con sus padres por estar pegados al celular, ‘wasapeando’, o en la computadora jugando jueguitos en línea. Y lo digo con conocimiento de causa, porque mi hijita no escapa a estos estereotipos. Me quedé corto, mañana continúo. Apago el televisor.

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