Este Búho debe hacer una atingencia antes de explayarse en esta columna. Fui admirador de Michael Jackson. Bailé hasta el cansancio su música en aquellas míticas fiestas en la Unidad Mirones, cuando sacó su notable primer disco solista, el ya clásico ‘The Wall’ (1979), con el hipnótico single ‘Don’t stop Till you get enough’. Inclusive, en 1993, con mi buen amigo el periodista Juan Carlos Tafur y Tatiana Béjar, habíamos comprado entradas para occidente -las más caras- para ver su concierto en el Estadio Nacional, proyectado para el 26 de octubre de ese año. Pero al final el propio Jacko canceló el show.
Volviendo a la actualidad, este columnista estaba convencido, desde hace varios lustros, que Michael Jackson era un pederasta que se salía con la suya tras consumar sus atroces delitos, porque compraba con millones de dólares a los padres de los niños abusados y así hacía ‘arreglos extrajudiciales’. Tanto poder tuvo el músico, o mejor dicho, la millonaria industria que estaba detrás de él, que logró protegerlo para que nunca fuera encarcelado ni lo condenaran.
Solo después de muerto ha podido salir a la luz un documental, ‘Leaving Neverland’, que demuestra, de manera brutal, lo que era en realidad el ‘Rey del pop’, quien construyó su rancho ‘Neverland’, un inmenso parque de diversiones infantiles, para tener su propio coto de caza de niños. Queda al descubierto así el verdadero Michael, un depredador sexual de infantes.
‘Leaving Neverland’ muestra al público, con una certeza de ley matemática, que el músico era un monstruo y, al menos, destrozó literalmente la vida de los dos niños, que hoy adultos dieron su escalofriante testimonio: Wade Robson de 37 años y James ‘Jimmy’ Safechuck de 40, que declararon sin tapujos y a rostro descubierto al equipo que comandaba el director Dan Reed para la cadena HBO.
Para mayores datos, cuando el cantante inició sus abusos con ellos, solo contaban con siete y diez años. No hay nada más impactante que la realidad. El documental se limita a presentar el testimonio de ambas víctimas en la actualidad, quienes pasaron por el dolorosísimo ejercicio de recordar lo que vivieron en ese infierno de su niñez ultrajada.
Cuando proyectaron por primera vez el documental en el Festival de Sundance, algunos asistentes corrían al baño a vomitar. Es que las revelaciones de las víctimas estremecen y por consideración a mis lectores no voy a detallarlas. Solo diré que había retorcidas ‘ceremonias’, como el ‘matrimonio’ entre el pedófilo y un niño de siete años, con ‘noche de bodas’ consumada.
Era tan siniestro y calculador, según conto Wade, que activaba una alarma, por si alguien se acercaba a la habitación. El documental muestra a ambos, un niño que imitaba a Michael y otro que salía con él en el comercial de Pepsi Cola, quienes fueron víctimas también de la complicidad y el deslumbramiento de sus familias por los regalos y dinero de Jackson.
Wade relata que ‘abusó de mí desde los siete y trató de violarme a los catorce años. Cada vez que dormí con él abuso de mí’. Aseguró que el músico le decía que ‘era amor mutuo y si alguien se entera de lo que hacemos tú y yo iríamos a la cárcel y nuestras vidas se destruirían’.
Los hermanos del cantante salieron públicamente al frente a defenderlo, sosteniendo que ‘hacen todo esto para ganar dinero y lucrar con la familia’.
Pero ni Wade ni James cobraron un centavo para hablar en el documental. Es más, en él se ve a James quemando los abundantes regalos que le dio el músico, algunos de ellos quizás valorizados en decenas de miles de dólares. Ningún dinero del mundo podrá justificar la destrucción de sus vidas por un pederasta que los usó y después los cambió por otros, como si botara un papel arrugado. Michael Jackson era más monstruoso que su personaje de ‘Thriller’.
Apago el televisor.
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