Este Búho considera que los escritores clásicos norteamericanos son los que funden su nombre y apellido con su monumental obra: Truman Capote (‘A sangre fría’), Ernest Hemingway (‘Adiós a las armas’, ‘El viejo y el mar’), F. Scott Fitzgerald (‘El gran Gatsby’) y también Mario Puzo con ‘El padrino’. ¿Por qué entonces el voluminoso escritor nacido en el picante barrio neoyorquino de Hell’s Kitchen (la ‘Cocina del infierno’) no es considerado también un clásico, a pesar de inaugurar un nuevo género literario con su increíble novela negra mafiosa? Puzo era hijo de padres italianos analfabetos que migraron como tantos miles a Nueva York. ‘Pateó latas’ en ese barrio maleadísimo en esa época, en el llamado East Side (Lado Este) de Manhattan, antes de que sea una de las zonas más exclusivas. Corría el año 1920 y los papás del bebé Puzo vislumbraron que en ese lugar maldito, su destino no podía ser otro que convertirse en un mafioso más o, con suerte, lograr salir de la escoria a punta de estudio. Sus progenitores decidieron que todos sus esfuerzos en la vida se enfocarían en hacer de su hijo un hombre con una profesión en la ‘tierra de las oportunidades’. Y Mario cumplió. Era el obeso chancón que seguramente hizo amigos entre los que luego serían los capos mafiosos de su libro. No hay otra razón para que lograra obtener información tan privilegiada de la ‘Cosa Nostra’, la escribiera y desnudara el peligro y la magnitud del crimen organizado en Nueva York y el país, y por ello no hubiera sido asesinado por ‘soplón’. Quienes no solo hemos visto las películas decenas de veces, sino también leído y releído el voluminoso libro, nos dimos cuenta de que don Mario, en primer lugar, no es un ‘escribidor de la mafia’. Si uno lee con atención, cuando ‘Don Corleone’ es descrito por el novelista, lo hace en su otra faceta y no solo como un padre amoroso con sus hijos y su familia y ahijados, sino también como un tipo siniestro y sin escrúpulos. Y eso se lee cuando su ‘ahijado’, el cantante Johnny Fontane, el gran actor y cantante hijo de italianos, guapo y seductor, va a pedirle ayuda el día del matrimonio de la hija del ‘Don’.
Le cuenta que el poderoso dueño del estudio de Hollywood no le quiere dar un papel en la próxima gran película de la compañía con el que podría relanzar su carrera, pero en verdad se lo niega porque el galán Johnny le arrebató a una joven estrella de la que estaba enamorado el ‘viejo verde’. Corleone envía a su brazo derecho, Tom Hagen, para que ‘le haga una oferta que no podrá rechazar’. Pero Jack Woltz se entera de que viene de parte del ‘Don’, lo invita a cenar a su mansión para darle las malas noticias de que nunca le dará el papel a Johnny. Antes, lo había llevado a conocer sus caballerizas y allí le muestra un pura sangre ganador de los principales premios estadounidenses. ‘Me costó seiscientos mil dólares -se lee en el libro-, pero no volverá a correr. Lo tendré como semental. Khartoum...’, susurraba mientras lo acariciaba. En el libro y en la película, el millonario productor se despierta de madrugada en su inmensa cama ¡y ve la cabeza ensangrentada de su invaluable y amado pura sangre entre sus sábanas y su pijama! En el filme, solo se escuchan los gritos de asco y terror del poderoso Woltz, en la soledad de la madrugada californiana. Sin embargo, en el libro leímos la reflexión del autor respecto a ese hecho: ‘Woltz no era estúpido, sino simplemente un gran ególatra que había calculado mal el poder de Don Corleone. Acababa de tener una prueba. Comprendió el mensaje. Se dio cuenta de que, a pesar de su riqueza, a pesar de sus contactos con el presidente de Estados Unidos, a pesar de su tantas veces cacareada amistad con el director del FBI, a pesar de todo, un oscuro importador de aceite de oliva italiano podía matarlo cuando y como le viniera en gana. ¡Y todo por no querer dar a Johnny Fontane el papel que quería!’. Hubo quienes sostuvieron que Puzo tenía conexiones y ‘trabajaba’ para la mafia. Nada que ver. La única vez que estuvo a punto de sufrir una agresión por su célebre novela fue una noche mientras cenaba solo en un restaurante italiano una típica ternera, tal como la que degustó el ‘capitán de policía’ McCluskey cuando fue asesinado. Un ebrio e iracundo Frank Sinatra, junto con una ‘batería’, irrumpió en el recinto con una pistola para ajustarle cuentas porque, como todo el mundo, vio en el personaje de Johnny Fontane a su mismísima persona. La sangre no llegó al río, porque lo que Frank no sabía era que esos matones italianos que lo acompañaban trabajaban para un capo de la mafia, que lo último que podía permitir era que asesinaran a Puzo, porque el FBI culparía a la mafia del crimen. Hay otros libros del inmenso don Mario para comentarles, pero eso será otra historia. Apago el televisor.