Este Búho vuelve a revisar las imágenes de ese alumno del colegio ‘Dora Mayer’ del Callao y no deja de sorprenderse cómo se está perdiendo la autoridad a todo nivel en este país. Cada día, a más tecnología, más salvajismo. El escolar malcriado tiene la desfachatez de amenazar a la profesora con arrojarle su celular por la ventana. Si a ese chico no lo corrigen, ahí tendrán un futuro delincuente. Y no exagero. Ingreso al túnel del tiempo para recordar mi época de escolar, sobre todo a mis maestros más entrañables, a los cuales respetaba mucho. Recuerdo que en mi niñez estaba muy de moda una película llamada ‘Al maestro con cariño’, un filme inglés de culto.
Era la historia de un profesor de color que llega como docente nuevo a una escuela pública de los barrios bajos de Londres, donde la mayoría son incorregibles chicos y chicas blancos. Ya se imaginan cómo miraban al recién llegado. Lo humillan, pero el docente, personificado por el gran Sidney Poitier, logra con tesón, inteligencia y amor por el educando, domar a esa rugiente horda de tigres y tigresas del salón. Hasta la canción fue un hit.
Recuerdo a un gran profesor de secundaria, de Geografía del Perú y el Mundo: Zacarías, ‘el bueno’. Era de lentes, de modales muy finos, un hombre educado que no solía gritar. Pero era un estudioso de su materia y logró tener uno de los mejores gabinetes de Geografía entre las grandes unidades escolares de Lima. Nos presentaba documentales de Estados Unidos y Alemania, que conseguía en las embajadas de Alemania Oriental y Occidental, porque no hacía distinción política. Estábamos al día con los descubrimientos de astronomía, geografía, flora y fauna.
Este columnista se gana la vida en este noble oficio de periodista. Le agradezco siempre a mis padres, pero también a los profesores que me tocaron. Tanto en el colegio como en la universidad. Pero, sobre todo, en el colegio ‘Santísima Trinidad’, de curas trinitarios en primaria, y en el emblemático ‘Hipólito Unanue’, la Gran Unidad Escolar de la Unidad Vecinal ‘Mirones’ en secundaria. Gaby, la señorita de las hermosas piernas, porque era minifaldera, como se estilaba en la época, me enseñó a leer y a sumar.
Los profesores parecían dedicados a los alumnos todo el día. Inclusive, un sábado podían llegar a tu casa, a departir un lonche con los padres, el alumno y hablaban de los avances del niño. A pesar de haber vivido a mil por hora y anclado en decenas de puertos, aún los recuerdo con cariño y, sobre todo, con agradecimiento.
Como periodista, me puedo permitir ingresar a terrenos procelosos, pero a la vez cautivantes como la literatura. No lo podría hacer sino hubiese existido mi profesor de literatura de segundo de secundaria: ‘Miguelito’, que me introdujo en el mundo mágico de los libros de César Vallejo, Vargas Llosa, Abraham Valdelomar, Julio Ramón Ribeyro, José María Arguedas, Enrique López Albújar, Julián Huanay, que leía a los doce años. ‘Miguelito’ tenía una voz bajita, era introvertido, seguro nunca podría ser un gritón, pero vaya que marcó no solo a este Búho, sino a muchos alumnos, hoy grandes profesionales que lo recuerdan. Como esa noche inolvidable de la cena de gala, por los veinticinco años de la promoción. Su nombre era el más coreado y se sentía su ausencia. Así deberían ser los profesores de hoy, tener vocación y enseñar con dedicación, pero también ganarse el respeto de sus alumnos.
Ser maestro no solo es impartir conocimientos, sino también enseñar a ser buenas personas. La disciplina en los colegios es muy importante para el desarrollo intelectual y psicológico de los alumnos. A esos desubicados escolares que maltrataron a su profesora habría que recordarles la frase ‘¡Al maestro con cariño!’. Apago el televisor.
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