Madame Bobary una obra de arte de la literatura universal.
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Este Búho volvió a releer la monumental novela de Gustave Flaubert, ‘Madame Bovary’, gracias al obsequio navideño de una gran amiga, aunque esta vez vino en una edición empastada y con pasajes de su correspondencia personal. Algunos lustros atrás había ‘devorado’ esa novela en las solitarias gradas del inmenso estadio sanmarquino, cuando era un muchachito soñador y romántico decadente como Emma Bovary, el personaje que haría célebre a Flaubert. Se demoró 56 meses en escribirla.

Para Mario Vargas Llosa, admirador furibundo del francés nacido en Ruan, en 1821, y fallecido en Baja Normandía, en 1880, Flaubert es el ‘padre de la novela moderna’ y en el notable ensayo sobre ‘La orgía perpetua - Flaubert y Madame Bovary’ (1975), sostiene que ‘es el escritor que me hubiera gustado ser’. Incluso en ese relato, Mario hace una confesión que asombró a muchos, cuando escribe ‘un secreto entre Emma (Bovary) y yo’.

Nuestro novelista había llegado a París por primera vez en 1959, con poco dinero y la promesa de una beca. Lo único que tiene claro es que quiere ser escritor. Pero en la ‘Ciudad Luz’, en un momento determinado, entra en una grave crisis emocional, ‘un disgusto profundo de la vida’, tal y como escribe. Y aunque parezca increíble en un hombre que amaba tanto la vida como el arequipeño, pensó seriamente en suicidarse. Así, durante esos días de profunda depresión, relee ‘Madame Bovary’, sobre todo la parte en la que Emma decide matarse tomando una pócima de arsénico.

Es tal la maestría, la perfección de Flaubert para narrar la agonía de su heroína, y de la escena en que los desesperados esposo, médicos y boticarios tratan de salvarle infructuosamente la vida, que el joven Mario se entusiasma y se recupera con ganas de volverse un narrador tan magistral como Flaubert.

La verdad es que al leer ‘Madame Bovary’, uno no puede evitar imaginar cómo el autor pudo escribir una novela tan portentosa y cómo despliega ese huracán de palabras e imágenes para detallarnos hasta lo más mínimo, por ejemplo, cómo se decolora un mosquito al ahogarse en una copa de vino. Porque hasta esos mínimos matices de la vida cotidiana de la burguesía provinciana nos los muestra el francés.

Flaubert se burla del romanticismo en la historia de aquella mujer bella, lectora compulsiva, insatisfecha, casada con un médico de pueblo al que le separa todo y ni teniendo una hijita o amantes, puede mitigar su inconformismo. Para la leyenda, el galo decidió publicar su novela por entregas, entre octubre y diciembre de 1956, en la revista ‘Revue’ de París.

La sociedad pacata de la época lo acusó de inmoral y pervertido, y le hicieron un juicio bajo los cargos de ‘ultraje a la moral pública, religiosa y a las buenas costumbres’. Pero los tribunales le dieron la razón al escritor y pudo por fin publicar todo en forma de libro.

El novelista había escrito 4 mil 500 folios de ‘Madame Bovary’, pero al final los redujo a 500. Sus editores le aconsejaron reducir 30 más. Este aceptó, pero en la imprenta le sacaron 70 más. Muchos se preguntan qué fue lo que irritó tanto a las mojigatas autoridades de la Francia del siglo XIX. Porque Flaubert no describió ninguna escena sexual explícita de su protagonista, una mujer adultera. Solo hay una escena donde ‘se supone’ que Emma y su pretendiente dan vueltas en un carruaje jalado por caballos, por todo Yonville. ¿Entonces por qué lo calificaban de indecente?

¿Acaso porque se aburría y despreciaba a su marido, el medico sencillote y brutote de Charles? ¿O porque también se hastiaba de sus amantes Léon y Rodolphe? Los últimos años en la vida de Flaubert estuvieron signados por problemas de salud, depresión, ansiedad y nerviosismo. Se aisló del mundo y próximo a morir, le escribió a la escritora George Sand: ‘Dudo que haya un próximo cataclismo, porque nada de lo previsto sucede. La internacional quizá acabe triunfando, pero no como ella cree, no como se teme. ¡Ay, qué cansado estoy del innoble obrero, del necio burgués, del estúpido campesino y del odioso eclesiástico! Por eso me pierdo, todo lo que puedo, en la Antigüedad’.

Gustave Flaubert también dejó un legado, su correspondencia personal, e intercambió epístolas con grandes personajes de su época, de la que definió Vargas Llosa: ‘Aparte del interés que tiene seguir una vida humana tan difícil y áspera (...) creo que la correspondencia de Flaubert constituye el mejor amigo para una vocación literaria que se inicia, el ejemplo más provechoso con que puede contar un escritor joven en el destino que ha elegido’. Digno elogio de un alumno aventajando a su gran maestro. Apago el televisor. 

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