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Los viajes de El Búho al Cusco

El Búho recuerda las travesías que pasó en la Ciudad Imperial.

Este Búho recibe por fin una buena noticia. Luego de semanas de paros, bloqueos y sabotajes a la línea del tren a , que obligaron a que la ‘maravilla del mundo’ cerrara sus puertas, las autoridades del histórico monumento y la empresa Perú Rail reabrieron sus servicios y poco a poco los turistas están volviendo. Por el vandalismo y hasta saqueos en Cusco, miles de turistas nacionales y extranjeros se habían quedado sin ver sus maravillas y las pérdidas en el turismo de la región se contabilizan en millones de soles diarios.

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Sacando pluma, en 50 días 418 millones de soles en pérdidas. Acabo de volver a ver un espectacular especial, ‘Machu Picchu: La joya del emperador’ (2011), que presentó América Televisión y fue producido por el historiador Henry Mitrani, mi amigo de la Facultad de Sociales de San Marcos. Chinchano, miraflorino y uno de los ‘patas’ más cultos y divertidos de aquella época de los ochentas. El especial es espectacular y fue concebido por Mitrani para conmemorar los cien años de la llegada del arqueólogo norteamericano Hiram Bingham a la ciudadela escondida y la que presentaría al mundo entero en 1911. En una anterior columna les conté sobre mi primer viaje al Cusco en 1980.

Mi segundo viaje se realizó en 1982

En la televisión rompía la telenovela brasileña ‘Dancing days’ con Sonia Braga, el grupo juvenil ‘Menudo’ encandilaba a las chibolas con ‘Súbete a mi moto’ y ‘Sport Billy’, y ‘Naranjito’ calentaba la pantalla para el Mundial de España 82. En aquellos días, este columnista enrumbó hacia la ciudad imperial con mi compañero César Sánchez, ex Católica, recalado en Sociología en la cuatricentenaria, quien tenía ‘contactos’ en esa ciudad. Al llegar nos encontramos con ‘Miky’ Yufra, mi amigo de la Unidad Vecinal Mirones, quien nos llevó a un hostal barato de puros hippies en la calle Procuradores, que solo olía a marihuana. En esos tiempos, la ciudad era un lugar para el turismo de mochileros. Había una que otra pizzería ‘ficha’ y un montón de localcitos sencillos donde comer o tomar y, claro, las discotecas. La ácida ‘Abraxas’, ‘Las Quenas’ o el ‘Muki’. Solo pasamos una noche en el hotel de los hippies.

Tuvimos suerte de que el ‘contacto’ de César, una pareja de izquierdistas egresados de la Católica con solvencia económica, como Pepita de La Torre Ugarte Amat y León y el flaco Oliveros, nos dejaron su espectacular casa en la curva que va a Sacsayhuamán, con ama de llaves incluida, porque se fueron de cacería al monte. De allí se veía una maravillosa vista de la Plaza de Armas. Tenían una biblioteca espectacular y leí ‘Conversación en la catedral’ de Mario Vargas Llosa, que me cautivó tanto que me perdí algún tour por leerla en la terraza tomando sendas cervecitas. Para ir a Machu Picchu debíamos levantarnos a las 5:30 de la mañana, porque el ‘tren popular’ salía a las 6.

El otro salía a las 9, pero era carísimo, para turistas con plata. La empleada se olvidó de pasarnos la voz y perdimos el tren. Felizmente hicimos grupo con unos gringos dormilones y logramos que nos acomodaran en un vagón especial que salió dos horas después. De Aguas Calientes subimos por el Camino Inca que ya había recorrido. Cuando llegué a la ciudadela, sentí que se me aceleraba el corazón. Recordé los poemas del gran Pablo Neruda sobre Machu Picchu. Recorrimos los muros, el Intihuatana, el torreón, junto a turistas de todo el mundo, pero nos impactaron un par de guapas mexicanas. En el regreso del tren les ‘sacamos plan’ y quedamos en encontrarnos en la Plaza de Armas en la noche, para ir a la discoteca.

La puerta de nuestra habitación se abría por fuera, así que la empleada nos advirtió que no debíamos cerrarla, porque nos quedaríamos encerrados si ella no estaba. Ya estábamos bañados y perfumados para llegar a la cita con las bellezas aztecas, cuando vimos con horror cómo la puerta del dormitorio se cerraba lenta pero inexorablemente. Me tiré para impedirlo, pero fue en vano. La empleada no estaba. ¡¡Nos quedamos encerrados!! Con mi pata rogábamos para que la chica llegara, pero se había ido a una fiesta folclórica de amanecida. Gritamos, maldecimos nuestra suerte y nada. Esa era la última noche en el Cusco. No hubo discoteca, ni bellas mexicanas. Solo una fría habitación con dos jóvenes frustrados de perdernos en la noche imperial. Pero lo mejor sí lo disfrutamos. ¡Machu Picchu! Luego volvería otras veces al Cusco y una vez más subiría a la ciudadela, pero con la mejor compañía del mundo: mi hija. Apago el televisor.

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