Este Búho lee en las redes sociales que Fabián Ochoa Vásquez, uno de los fundadores del Cártel de Medellín y socio de Pablo Escobar, fue liberado tras cumplir 26 años de prisión en Estados Unidos. El narcotraficante ahora tiene 67 años y está bajo custodia de una agencia federal, mientras se decide su deportación a Colombia. Fue condenado inicialmente a 30 años de cárcel por el envío de más de treinta toneladas de cocaína a Estados Unidos a fines de los años noventa. Pero colaboró con la justicia y le redujeron la pena.
A este columnista se le vienen a la mente los hombres de confianza de Pablo Escobar. Jhon Jairo Velásquez, ‘Popeye’, uno de sus principales gatilleros, tuvo un triste final por un mal incurable. El sicario, según confesión, asesinó con mano propia a más de 300 personas y es responsable de la muerte de otras 3 mil por ‘coches bomba’. El psicópata salió en el 2004 libre después de 23 años de carcelería y, en esa oportunidad, dijo que era un ‘hombre nuevo’.
Pero no tardó mucho y lo volvieron a ‘pescar’ realizando actividades ilícitas y asistiendo a reuniones y fiestas en casas de capos de la droga. En mayo del 2018 volvió a la cárcel al ser acusado por extorsión y asociación para delinquir al amenazar a familias de Antioquia para que le entregaran sus propiedades que antaño fueron adquiridas por el ‘Cártel de Medellín’ con dinero de la droga.
Irónicamente ganó mucho dinero ofreciendo entrevistas a distintos medios de comunicación de todo el mundo y publicó libros. Uno de ellos fue un bestseller, que compró la cadena Caracol y dio pie a la exitosa miniserie ‘Sobreviviendo a Pablo Escobar, Alias J.J.’, que luego fue adquirida por la plataforma de streaming Netflix.
Pero la explosión mediática de la vida de este criminal, presentada en la serie como si sus fechorías fueran las de un héroe, dio lugar a un debate en Colombia sobre la necesidad de la sociedad de controlar los contenidos de ciertas producciones que terminaban haciendo apología del delito e influían en la niñez y juventud.
Al final de su vida regresó a la cárcel y se le detectó un cáncer, por lo que solicitó terminar sus días en libertad, pero le denegaron ese beneficio y lo cambiaron de la prisión de máxima seguridad de Valledupar, en el Caribe, a la de Bogotá, para que tenga mejor atención médica. El sicario tuvo al menos la suerte de morir en una cama y no asesinado como la tristemente célebre ‘madrina’ de la droga, Griselda Blanco, quien después de purgar cárcel en Estados Unidos regresó a vivir a Medellín como una viejita ama de casa y fue acribillada en un mercado cuando compraba carne.
AUGE Y CAÍDA DEL CAPO
Pablo Escobar no solo logró acumular una fortuna de más de 10 mil millones de dólares, según la revista Forbes, sino que estuvo a punto de tumbarse a la frágil y carcomida democracia colombiana a punta de asesinatos, secuestros y ‘coches bomba’, dirigidos no solo a los poderes del Estado, sino a supermercados o farmacias.
Pablo Escobar, quien surgió robando carros en Medellín y acumuló su fortuna primigenia viajando al Perú por pasta básica de cocaína para luego procesarla e introducirla a Estados Unidos, se convirtió en el capo del ‘Cártel de Medellín’ y hacía ingresar aviones repletos de droga a Estados Unidos o en lanchas rápidas desde Las Bahamas, Puerto Rico, Cuba y hasta por la Nicaragua sandinista.
En ese país Pablo tuvo su Waterloo. Su piloto norteamericano le tomó una foto a él y a su socio Gilberto Rodríguez Orejuela, ‘El mexicano’, cargando droga. La DEA contactó con el piloto y le ofreció inmunidad e integrarse en el programa de protección a testigos si declaraba. Esa foto fue primera plana en El Espectador. Fue la primera vez que el ‘protector’, ‘el millonario’, ‘el benefactor’ Escobar quedaba desnudado ante la opinión pública como un vulgar narcotraficante. El ‘patrón’ actuó con saña. Mandó a ‘Popeye’ a asesinar al piloto.
Y en Bogotá mandó a su sicario a organizar el atentado contra Guillermo Cano Isaza, director de El Espectador, el único periodista que no tuvo miedo y en sus editoriales exigía que el Estado se enfrente a los narcotraficantes. Y dos años después, cuando los hijos de don Guillermo valientemente siguieron denunciando al narcotráfico, Escobar mandó a poner un ‘coche bomba’ con 100 kilos de dinamita y destruyó el periódico. Al día siguiente, en una rudimentaria imprenta, el diario salió a las calles con un título histórico y valiente: ‘¡Seguimos adelante!’. Apago el televisor.
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