Este siempre trata de reflexionar en estas fechas de Navidad, pese a que nuestros seres más cercanos nos sumergen en la vorágine de esta festividad que, lamentablemente, tiene más de comercial y de regalos que de espíritu cristiano.

Y más aún si mi engreída nació un 24 de diciembre, así que imagínense. Pero ahora me veo en la necesidad de preguntarme ¿qué está pasando en nuestro país? ¿Cómo hemos podido llegar a este estado de barbarie, como lo demuestra la cifra de feminicidios que tristemente rompió récords, pues este año se llegó a 171 víctimas? Siendo el último el ocurrido en El Agustino, donde un desquiciado marido no solo mató a su pareja, sino también a su hijastro adolescente y a su propia hijita.

Definitivamente, en mi mesa, a la hora de Nochebuena, rezaremos una plegaria por esa familia destruida por una locura que, sinceramente, no la veíamos en mis tiempos de niñez. En esa época los padres de todas las condiciones sociales se esforzaban por hacer creer a sus hijos que existía Papá Noel. Llegaban a escondidas con los regalos. Si su casa era pequeña, le pedían el favor al vecino para que los guardara. A uno lo mandaban a dormir a las ocho de la noche, como de costumbre. Si te despertabas a medianoche por el ruido de los cohetones, bajabas y encontrabas al pie del árbol tu esperado regalo. ‘Papá Noel ya se fue’, te decían. Eso a los cuatro o cinco añitos. Después ya sospechábamos quiénes en verdad nos hacían los mejores regalos, en mi caso mi padrino Juan.

En aquellas épocas los vecinos compartían la Navidad en la Unidad Vecinal Mirones, cerca de San Marcos. Después de las doce, los palomillas, con nuestras mejores ropas, íbamos a las casas de nuestros vecinos a desearles una ¡Feliz Navidad! y nos recibían con pavo, chocolate y panetón, y terminábamos empanzados. Hoy las navidades son cerradas, los hijos casados la pasan con su familia y recién al día siguiente van a saludar a sus viejitos. Esa Navidad individualista fue otra de las tristes herencias nefastas del maldito terrorismo de Sendero Luminoso. La gente no quería salir de su casa por miedo a los bombazos o los apagones que malograban todas las celebraciones.

Pero decía que lo más bonito de las navidades de mis tiempos era que los niños creíamos en Papá Noel. En los únicos tres canales de señal abierta, los animadores infantiles como el ‘Tío Johnny’ nos cantaban ese clásico navideño de Bing Crosby, ‘Santa Claus is coming to town’ (Papá Noel llegó a la ciudad) con una letra zanahoria: ‘No debes llorar, mejor es reír, si te portas bien, te digo el por qué, Santa Claus llegó a la ciudad’.

Siento que los niños ya no son como los de antes. No digo que los de ayer fuimos mejores que los de hoy. Son épocas distintas. De repente la niñez en los años cincuenta, sesenta y hasta setenta fueron muy parecidas. Pero de los ochentas para adelante todo se trastocó, para mal, con la irrupción de Sendero Luminoso y luego con la inevitable revolución tecnológica que cambió nuestro estilo de vida y, fundamentalmente, a los niños. Los de antaño veíamos la Navidad como una fecha para cumplir nuestros sueños, de la pelota de cuero y con paños, la bicicleta, los juegos de salón, la carrera de carritos a control remoto -antes que Velasco absurdamente prohibiera la importación de juguetes- y las chicas las muñecas. Y al día siguiente jugábamos con nuestros amigos en el parque. Hoy veo que los niños ya no piden pelotas ni bicicletas, piden tablets, celulares de última generación. Si uno los deja, la tecnología envuelve tanto a un niño o a un adolescente que pueden ver al papá como un estorbo. Los que somos padres en esta época estamos en una disyuntiva. La tecnología es vital en la educación de nuestros hijos. En el colegio de mi cachorra, todos los años le entregan una tablet que solo puede utilizarse para los envíos de tareas, clases desarrolladas en el colegio. Aparte tiene su laptop con internet, otra herramienta imprescindible, pues es preferible comprarle una a que la jovencita vaya a una cabina pública, donde está expuesta a muchos peligros. Esa es la verdad. Felizmente mi hija en Navidad no me ha pedido ningún celular mejor que el que ya tiene, aunque sé de chicos y chicas menores que ella que ya están exigiendo a sus padres los últimos modelos. Pero la Navidad y su espíritu nunca van a cambiar. Por eso les deseo de todo corazón, no sé si una feliz Navidad, pero al menos unas fiestas en paz, en compañía de los seres que aman.

Apago el televisor.


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