Este Búho se enteró de la muerte de Juan Carlos Ferrando, el menor de los hijos del inmenso animador de televisión Augusto Ferrando, el mítico ‘Zambo’, creador y conductor de ‘Trampolín a la Fama’, el programa que batió los récords Guinness por más de tres décadas, y no pude dejar de pensar en el destino, en lo cruel o caprichoso que puede resultar.
Digo que el destino es caprichoso y cruel porque murió pobre, casi olvidado, quien fuera no solo el preferido del poderoso don Augusto y el más talentoso y emprendedor. El único que aceptó seguir estudios en el extranjero, mientras sus hermanos mayores optaban por cargarle el maletín o hacerle los mandados a su papá, recibiendo suculentas propinas que parecían sueldos.
En plena época hippie, moda que era mal vista por el gobierno ‘nacionalista’ del general Juan Velasco Alvarado, el jovencito Juan Carlos, ‘open mind’, andaba en carros convertibles último modelo. Pero ya le había dado algunos dolores de cabeza a su padre, al ser detenido en fiestas organizadas en su casa de playa, calificadas por los rígidos militares como ‘orgías’.
Para el animador, un moreno gigante y criollón, que mantenía una relación a dos bandas con su esposa Mechita y la guapa hermana de esta, la ‘tía Julia’, le era inconcebible que su hijo preferido rechazara a algunas bailarinas y vedettes.
Muerto su padre, confesaría que le pagó una clínica para que secretamente le inyectaran hormonas, todo infructuosamente. Por eso, cuando su hijo le propuso irse a estudiar producción en la mismísima BBC de Londres, el ‘Zambo’ le firmó al toque el cheque y lo embarcó en un vuelo de ‘Vámonos con Faucett’.
Augusto se volvió millonario. Cuando estatizaron Panamericana, hizo un negocio redondo con los militares. “No me paguen sueldo, me conformo con la publicidad del set y los avisos que yo lleve al programa”, dijo. Los milicos nunca imaginaron que Ferrando llenaría el set con publicidades de todas las marcas e ingeniosos eslogans, como ‘Que a tu hijo no le pongan chapas en el colegio, dale leche Gloria’ y otros. Todos se peleaban por anunciar en ‘Trampolín’. Aparte facturaba otro tanto en su programa hípico radial, con sus caballos de carrera, negocios inmobiliarios en Miami y, por si fuera poco, era empresario artístico con la legendaria ‘Peña Ferrando’, que recorría Lima y provincias con sus estrellas en cines y teatros de barrio.
Como todo triunfador, el ‘Zambo’ tenía sus detractores, pero lo que nadie podía negarle era su debilidad con sus hijos. Los sobreprotegió tanto que les quitó personalidad a Rubén y ‘Chicho’, quienes hasta casados y con hijos dependieron totalmente de su padre. En cambio, el animador apostaba todo por su hijo menor.
Pero Ferrando murió y, según denunciaron sus vástagos, fue su amante, la ‘tía Julia’, quien se quedó con todas las propiedades, joyas y dinero del animador. Sin el papá protector, sus hijos se dejaron vencer por la diabetes. Solo quedó Juan Carlos batallando desde su casa-teatro, en La Perla.
Cuando la maldita enfermedad lo mandó gravemente al hospital en el 2017 y hasta lo dieron por muerto, recibió al recorrido periodista de espectáculos y marketero Marcos Mendoza -amigo de la familia Ferrando de antaño- y le reveló detalles poco conocidos de la relación con su papa: “Nos engreía demasiado. Como tenía canje con Faucett, nos decía ‘vamos a desayunar a Piura’ y por la tarde nos llevaba en otro avión a Tacna a comer camarones”.
Cuando se recibió de productor de televisión, su progenitor lo llevó a Las Vegas. “Llegamos a una feria de artefactos de comunicación. Escogí los equipos más modernos y caros, y él sacó su chequera y pagó”, aseguró. Y logró que su padre le montara todo un estudio de producción de televisión y con sus contactos le consiguió trabajo en un canal de Costa Rica. Allí se convirtió en uno de los mejores productores de videoclips y comerciales del país ‘tico’.
Sin embargo, regresó al Perú en los noventas para apoyar al animador después que ‘renunciara’ a ‘Trampolín’ porque Fujimori le ganó a Vargas Llosa. Lo demás es historia conocida. No sé por qué este epílogo me hizo recordar el final de la monumental ‘Cien años de soledad’, de Gabriel García Márquez: ‘Porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra’.
Apago el televisor.