Este Búho, cada vez que ve en la televisión reportajes que denuncian nuestro inhumano sistema carcelario, se da cuenta de que es el reflejo injusto de la sociedad actual. Los internos que tienen dinero ostentan el poder y los que no, están destinados a vivir una vida miserable. Lo vemos en los penales de Lurigancho o Miguel Castro Castro, donde los ‘taitas’, los ‘capos’ o ‘Charlies’ viven a todo lujo. Todo esto me hace recordar un librito que está en mi cabecera y que leí por allá cuando tenía doce años: ‘El Sexto’, de José María Arguedas. Esa novela me pintó un mundo carcelario tan igual de injusto e inhumano que el que se vive ahora. A los jóvenes les cuento que ‘El Sexto’ era una tétrica prisión en el Centro de Lima, entre las avenidas Bolivia y España, y recién fue claustrada en el primer gobierno de Alan García, cuyo padre fue su ‘inquilino’ al haber sido preso político aprista. José María la publicó en 1961 y en 1962 ganó el Premio Literario Ricardo Palma. La escribió con base en una experiencia personal. De joven, estudiando en la universidad, fue testigo de la encarnizada pugna política entre los comunistas y los apristas. Si bien no militaba en ninguna organización, simpatizaba más con los primeros, pues había leído a Jose Carlos Mariátegui, quien en sus ‘Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana’ había resaltado el estudio del problema del indio y la tierra, a diferencia del líder del Apra, que desdeñaba la importancia del indio en una transformación y democratización de la sociedad oligárquica de entonces y le daba protagonismo a ‘los trabajadores manuales e intelectuales’. Pero todas esas diferencias en el claustro se borraron cuando las autoridades universitarias anunciaron la visita de un general del dictador italiano Benito Mussolini a la San Marcos. Los estudiantes de ambos bandos se unieron en una protesta que tiró abajo la ceremonia y al militar italiano de cabeza en la pileta del patio central. Las protestas enfurecieron al dictador Oscar R. Benavides, quien ordenó encarcelar en ‘El Sexto’ a todos los estudiantes que participaron. El joven Jose María pasaría once meses en ese sórdido penal.
Desde aquel entonces pensó en escribir una novela que tuviera como fondo el tema carcelario, pero que englobara algo más, como la visión del Perú dividido desde lo más hondo. Por ese mundo carcelario, claustrofóbico, inhumano, abusivo, racialmente injusto y cruel, tiene que transitar el joven estudiante serrano Gabriel; aquel era el Perú donde vivió el escritor en su juventud y que yo no conocía. Con dictaduras férreas como la de Benavides, que con represión pugnaba por frenar los necesarios cambios sociales que reclamaban las mayorías, desde intelectuales y universitarios hasta obreros y campesinos. Por eso dicha represión hacia los partidos se plasmaba con encerrarlos en la cárcel, donde no solo se les privaba de su libertad, sino que había personajes lumpenescos y asesinos que constituían un doble castigo para los luchadores sociales. Era una tortura y un martirio vivir en un lugar plagado de psicópatas y criminales. Como el negro asesino ‘Puñalada’, que era el que dominaba el penal junto con un travesti experto con el cuchillo y con varios muertos encima, el ‘Rosita’, que todavía vive con un ‘sargento’ acusado de violación. Completaba la maldita trinidad un delincuente criollo al que le gustaba que le canten valses como ‘Anita, ven’, ‘Cuando ya no me quieras’ o ‘Ídolo’. En ese mundo desconocido y sórdido recae un estudiante de la sierra, Gabriel -el álter ego de José María-, que no militaba en ningún partido, pero llega a la celda de un viejo minero serrano, Alejandro Cámac, comunista de los íntegros y que tiene un ojo infectado por el que supura pus. Cámac es un hombre que pese a que dio la vida por su partido, siempre desconfió de los líderes estudiantiles de Lima, que se sentían superiores a los obreros porque manejaban lecturas y daban buenos discursos. ‘El Sexto’ de José María es el reflejo de lo que es el Perú de las décadas de los treinta, cuarenta y cincuenta. En el bajo mundo de ‘El Sexto’, el personaje encarnado en un negro asesino y ladrón, ‘Puñalada’, ejerce el papel del ‘castigador’. Si los políticos están encerrados por reclamar un mundo justo, qué mejor que un negro psicópata, un homosexual cruel y un criollo borrachín se unan para hecerles ‘la vida a cuadritos’. Así pensaba el siniestro ministro de Gobierno de la dictadura. Para ello, los delincuentes hasta organizan un prostíbulo donde esclavizan a jóvenes que caían en ‘vagancia’ en el penal, como ‘El Clavel’. La visión idílica de Arguedas, su corazón nostálgico por el ande y por sus ríos cristalinos quedan patentados con esta frase de Gabriel, durante el entierro de su protector Alejandro Cámac: ‘Hermano Cámac -dije pronunciando las palabras-, ahora hemos descendido más hondo. Llévame tú que ahora eres poderoso, llévame a alguno de los ríos más grandes de nuestra patria, el Pampas, Apurímac o Mantaro. ¡Yo veré el río, la luz que juega sobre el remanso (...) y me purificaré de todo lo que he visto en esta cueva de Lima’. Apago el televisor.
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