Este Búho en sus épocas de sanmarquino se sentaba en el estadio vacío, silencioso, donde solo algunas parejas que se amaban sin ojos chismosos y abnegados atletas daban vueltas y vueltas a la pista atlética. No estaba modernizado como hoy, era ‘un elefante blanco’. Pero a mí me servía para leer a Jorge Luis Borges.
De muchacho me hice adicto a su narrativa, desde que me compré una cajita de tres tomos: ‘Cuentos Completos de Jorge Luis Borges’, de Alianza Editorial. Pero no había leído su poesía. Confieso que recién de adulto descubrí sus poemas. Y en verdad tiene unos muy hermosos. Pero me sorprendió su producción romántica. Porque sufrió una ceguera temprana que heredó de su padre, un abogado que escribió una novela. Al ser invidente, el escritor pasó a depender a tiempo completo de su madre, Leonor Acevedo. Ella era una mujer culta, traductora que a los veinte años dominaba cuatro idiomas. Se encargaba de vestirlo, alimentarlo, acompañarlo a las charlas, conferencias por todo el mundo. Cobraba los cheques, administraba su dinero, negociaba con las editoriales. Esa relación limitaba, por obvias razones, que su hijo se relacionara con mujeres, admiradoras, y era celosa, posesiva, y alejaba ‘a las peligrosas’ que querían mantener una relación más allá de la amistad con su célebre hijo. Pero en todo caso, Jorge Luis era un enamorado del sentimiento: ‘Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo. /Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles. Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar. Ya los ejércitos me cercan, las hordas. (Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.) El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo’. (fragmento de ‘El amenazado’).
El autor de ‘El Aleph’ destacaba: ‘Si tuviera que señalar un hecho capital en mi vida, diría que la biblioteca de mi padre. En realidad creo no haber salido nunca de esta biblioteca’. A los siete años escribió su primer relato, ‘La visera fatal’, inspirado en ‘El Quijote de La Mancha’. A los cuatro ya escribía y leía en inglés y castellano.
Pero sigamos con el ‘Borges enamorado’: ‘Habré de levantar la vasta vida que aún ahora es tu espejo: cada mañana habré de reconstruirla./Desde que te alejaste, cuántos lugares se han tornado vanos y sin sentido, iguales a luces en el día. /Tardes que fueron nicho de tu imagen, músicas en que siempre me aguardabas, palabras de aquel tiempo, yo tendré que quebrarlas con mis manos. /¿En qué hondonada esconderé mi alma para que no vea tu ausencia que como un sol terrible, sin ocaso, brilla definitiva y despiadada? /Tu ausencia me rodea como la cuerda a la garganta, el mar al que se hunde’ (‘Ausencia’).
Un biógrafo, Alejandro Vaccaro, afirmó que esa relación era como ‘la de un perfecto matrimonio que solo excluía el sexo’. Fue la mamá quien decidió que su ‘Georgie’, como lo llamaba, debía casarse en 1967. Y le escogió a una exenamorada de juventud que había enviudado: Elsa Astete, de 57 años, mientras Jorge Luis tenía 67.
En el libro ‘El señor Borges’, testimonio de Epifanía Uveda, su mucama durante 40 almanaques, y Vaccaro, ella afirma: “Doña Leonor dijo: ‘Cuando yo me muera, esta sí que me lo va a cuidar bien’”. Pero se equivocó. El escritor, la primera noche de bodas, se quedó a dormir en la casa de su mamá. Según la empleada, Elsa no lo atendía bien, le decía ‘vístete tú solo’. ¡Cómo se iba a vestir si era ciego! A los tres años el escritor se hartó. Dijo que salía a pasear con un amigo y no regresó. Su madre recibió la llamada de una enfurecida esposa: “¡Su hijo me dijo ‘prepárame una sopa para la noche’ y nunca vino. Ahora llegó un abogado para que firme los papeles del divorcio. ¡Es un cobarde!”.
Doña Leonor se alegró, pero su satisfacción duró poco, pues comenzó a visitar a su hijo María Kodama, una hija de japonés treintañera y licenciada en Literatura, a quien ‘Georgie’ conoció años atrás. Una vez la anciana la ‘cuadró’ a la salida de la casa, de acuerdo al testimonio de la mucama: “¿Usted está enamorada de mi hijo?”, inquirió. “Estoy enamorada de la obra de Borges, no del hombre”, respondió. La mamá se derrumbó en un sofá, devastada, y gritó a su hija: “¡Norah, esta china se va a quedar con todo!”.
La extraordinaria mujer y posesiva madre siguió guiando a su hijo hasta que murió a los 99 años. María Kodama pasó a ser la mujer que la reemplazaría en los viajes por el mundo y se convirtió en su administradora editorial y financiera. Borges murió en 1986. Antes de su último aliento, el eterno ‘no creyente’ rezó el ‘Padrenuestro’ en varios idiomas. Por si acaso.
Apago el televisor.