Este Búho pegó un grito al cielo cuando leyó un artículo suelto en el periódico: ‘Murió el cómico Jerry Lewis, a los 91 años’. Los noticieros también dieron la información escueta junto a los tornados en China y los accidentes automovilísticos en el mundo, en los que se ven a motociclistas volar mortalmente por los aires o a viejitas aplastadas por un camión gigante. Hace cincuenta años Jerry Lewis era el actor mejor pagado del mundo. El comediante ingresó en el momento en que la televisión se apoderaba de las audiencias estadounidenses, en plenos años cincuenta. Creó un personaje hilarante, el de un hombre adulto con mentalidad de niño y que, por lo tanto, inmerso en un mundo de mayores, va cometiendo torpezas. La caracterización de Jerry Lewis, para la que se colocaba unos dientotes y hablaba con voz de aniñado y engreído, era la personificación de un idiota. Era tan torpe que hacía reír. Distinto a otro gran cómico estadounidense, Groucho Marx, quien basaba el potencial de su humor no solo en sus lentecitos intelectuales y sus legendarios bigotazos, sino, sobre todo, en ese humor fino que cortaba como cuchillo y que era fruto de su cosecha, pues él mismo escribía los guiones.
Jerry Lewis, en cambio, tenía como materia prima humorística sus gags físicos, muecas, movimientos de ojos y sus chillidos. Podemos decir que es el padre, o mejor dicho, el abuelo de Jim Carrey, quien le debe muchísimo del éxito de su estilo, al igual que al inglés Mick Myers, el torpe espía inglés de ‘Austin Powers’. Al principio, Jerry actuaba con otro grande, el actor y cantante Dean Martin, que hacía la del típico seductor e inteligente sujeto que arreglaba los desaguisados del idiota de su protegido Jerry. Pero a partir del éxito de ‘El profesor chiflado’ (1963), que Jerry Lewis mismo dirigió, se convirtió en una megaestrella mundial.
Décadas después, hubo un ‘remake’ de la película y la protagonizó Eddie Murphy, donde demostró que el actor no solo podía hacer de tonto. En el largometraje, que era una parodia de Dr Jekyll y Mr Hyde, Lewis, aparte del tímido profesor de química Julius Kelp, también encarna a otra de sus personalidades, haciendo el papel del galán ‘Buddy Love’, el narcisista que trae loca a la bella Ms. Stella Purdy (Stella Stevens). A partir de allí sería la estrella de Paramount Pictures y haría decenas de películas de botones, médico, vaquero, asaltante, bailarín, y en todos esos papeles encarnaba al torpe que desesperaba a las autoridades y jefes, pero que hacía desternillar de risa a la platea. En el Perú, el ‘Loco’ Ureta y las muecas del ‘Chato’ Barraza, en sus inicios, muestran la influencia que tuvo en la comicidad mundial. Recuerdo que la cazuela del mítico cine Mirones se llenaba cuando anunciaban una comedia del norteamericano. A varios sonsitos del barrio los apodaban ‘Jerry Lewis’. Pero su estrella se eclipsó en los setenta. Ya había perdido esa energía y empezaban a imponerse los shows de cómicos como Dick Van Dyke, el programa The Sonny and Cher Comedy Hour, o músicos como Tom Jones. Aparecieron otros comediantes, guionistas y hasta directores como Woody Allen o Mel Brooks y los críticos en Estados Unidos lo ningunearon mientras se rendían ante los cómicos del programa sabatino ‘Saturday Night Live’, a finales de los setenta, sin saber que John Belushi, Chevy Chase, Steve Martin o Rick Moranis (‘La tiendita del horror’) eran sus fervientes admiradores. Sin embargo, a inicios de los ochenta, un gran cineasta como Martin Scorsese lo convocó para un filme que también sería un grandioso homenaje: ‘El rey de la comedia’ (1982). Allí, el gran cómico se interpreta a sí mismo, en un papel casi dramático. Es el famoso en el ostracismo, pero con la personalidad del divo de antaño. Dos jóvenes: Una chica histérica que vive enamorada del veterano actor y quiere llevárselo a la cama, y un aspirante a comediante fanático de Jerry Lewis. Como la antigua estrella los arrocha, ambos deciden secuestrarlo a punta de armas de fuego. Es, en el fondo, una velada crítica al ‘show business’ gringo y cómo las estrellas nunca están fijas y para siempre en el firmamento. En ese momento, recién la obtusa crítica ‘progre’ se rindió a un actor de culto. Se fue a los 91 años el ‘Profesor Chiflado’, ese que nos hacía carcajear en la cazuela del cine de mi barrio. Gracias, maestro, por esas risas infantiles, que fueron las más auténticas. Apago el televisor.
NOTICIAS SUGERIDAS
Contenido GEC