Este Búho se despertó y como por inercia prendió su celular. Ingresé a la página web de Trome y una noticia me hizo saltar de la cama: Murió Iván Cruz, el ‘Rey del bolero’, decía el titular. No puede ser, pensé. Los íconos de la música popular en el Perú se están muriendo. Iván Cruz era uno de ellos, el monarca de los boleros cantineros.
Víctor Francisco de la Cruz Dávila (Callao, 1946-2023) era su verdadero nombre, pero le clavaron la chapa de Iván porque desde que tenía doce años ya era mujeriego. “Me pusieron por Iván, el Terrible”, confesó. Como buen chalaco, ingresó a la Escuela Técnica de la Marina y se recibió como enfermero naval. Muy pocos saben que sirvió 18 años como marino. Por eso muchos se sorprendieron que lo atendieran y velaran en el Hospital Naval.
Ya siendo técnico cantaba en orquestas salseras del Callao y salía con la hija de un oficial y ella le pidió a su papá que lo ayudara. El oficial lo contacta con el gran Rulli Rendo y este lo lleva a una gran disquera. Allí el maestro Marco Antonio Collazos lo convenció para que ya no cante baladas ni salsas, sino boleros, donde los reyes eran Lucho Barrios y Pedrito Otiniano.
Iván fue bendecido: su primer disco, que contenía sus clásicos ‘Me dices que te vas’ y ‘Mozo, dame otra copa’, se vendió más que los discos de los Bee Gees y la Fania. Ese flaquito pelucón cantaba el bolero distinto, y más tenía de Mick Jagger que de bolerista en terno como la estrella internacional Lucho Barrios.
Las chalacas y los achorados llenaban los teatros donde se presentaba. En esa época, la música disco y la salsa estaban matando al bolero. “Iván Cruz lo salvó”, reconoció el recordado Pedrito Otiniano. Era el engreído de Augusto Ferrando en la famosa ‘Peña Ferrando’. Estaba casado con Yolanda Flores, la madre de sus hijos, la incondicional que soportaba sus infidelidades, sus borracheras y, como el bolerista reconoció, “mis terribles adicciones a las drogas”.
Iván Cruz: los excesos lo dominaron
En una época, cuando los excesos lo dominaron, el maestro se alejó del hogar a vivir su turbulenta vida solo con las mujeres que se aprovechaban de sus jugosos contratos para viajar a la selva, donde ganó muy buen dinero. “Nos llevaban en un avión hasta el aeropuerto del departamento, de allí en auto a un pueblito y subíamos en una lancha o bote hasta llegar selva adentro. Iba con mi orquesta, pero también me acompañaban artistas, vedettes, que después de mi presentación se quedaban como ‘amigas’ del capo por unos quince a veinte días y regresaban bien forradas”, contó alguna vez.
Cruz siempre dijo: “Gané discos de oro entre 1976 y 1980, hacía giras por Latinoamérica, pero estaba alejado de Dios”.
En esos años el ‘bolero cantinero’ era un boom en las famosas cantinas. Recuerdo que desde chibolo este columnista sentía atracción por esos locales, que ‘sapeábamos’ con mis amigos palomillas desde afuera. Recuerdo una que la llamaban ‘La cámara de gas’. Le pusieron así porque funcionaba en un sótano y solo había unas ventanitas arriba, donde veías los zapatos de los hombres que caminaban. Imagínense ese asfixiante ambiente, con el humo de cigarrillos, el sudor en verano y el olor que emanaban baños llenos de aserrín.
Así eran las cantinas, un fenómeno muy peruano. No había cantinas en otros países de Sudamérica. Locales donde no se vendía comida, ni siquiera galletas. Solo cerveza, trago corto o cigarros porque los hombres -y eventuales mujeres- solo iban a emborracharse, a matar sus penas.
Por más misia y por más barrio marginal donde estuviera ubicada, nunca faltaba una rocola, esa máquina donde ponías una monedita y te sonaba un disco. Así, los hombres ebrios, decepcionados, lloraban sin rubor. Casi siempre los discos eran de boleros cantineros. Allí ‘rayaban’ las canciones de Cruz.
En ‘La cámara de gas’ vi llorar a hombres recios, obreros, achorados, cuando ponían ‘Déjenme vivir mi vida’, ‘Me dices que te vas’, ‘Mozo, deme otra copa’, y pedían cantidades navegables de licor.
El ‘Rey del bolero’ vivía en carne propia sus canciones. . Enfermo, cansado de tantos desarreglos, decidió cambiar radicalmente de vida. Volvió con su esposa, con la que se casó de nuevo. Dejó el licor, las drogas y se volvió ‘un pastor de Dios’ y construyó una iglesia evangélica en su casa del Callao.
Así se mantuvo ‘limpio’ por años, pero después de la pandemia algo pasó. De su casa retiró el cartel de su iglesia, se bajó del púlpito y comenzó a vender su colección de autos antiguos. El año pasado fue ampayado tomando cerveza solo en una chingana del Callao.
El ídolo reconoció que había recaído en el licor, pero juró por sus hijos “a esa maldita droga no regreso nunca más, porque fue la culpable de mis desgracias”. El gran Iván Cruz murió a los 77 años por complicaciones con una antigua diabetes. Se nos fue un ídolo popular, el último gran bolerista tras la partida de Lucho Barrios, Pedrito Otiniano y Guiller. Hoy nadie sale de las cantinas. Buen viaje, maestro. Apago el televisor.