House of Cards ha vuelto. Para este Búho, las series de intriga política nunca fueron iguales después de la emisión de ‘House of Cards’, que el mundo pudo ver por la plataforma de ‘streaming’ de Netflix. Desde un primer momento se convirtió en el buque insignia de la referida empresa. La idea -hay que decirlo- no era del todo nueva. La ‘House of Cards’ original se estrenó en 1990 en Inglaterra y se convirtió en un éxito rotundo porque se estrenó justo cuando la ‘Dama de hierro’, Margaret Thatcher, se retiraba y el partido conservador pugnaba por buscar un reemplazo que al menos le llegara a la cintura. El show televisivo pegó al toque porque su protagonista era un político conservador maquiavélicamente inteligente y estratosféricamente ambicioso.
Un conocido periodista que trabajó con Alejandro Toledo y que le sabía todos sus ‘chicharrones’ me reveló: ‘Búho, aunque no lo creas, el ‘Cholo’ era hincha de la versión inglesa de ‘House of Cards’, pero también le gustaba la versión norteamericana porque hubiese querido que su primera dama sea una Claire Underwood (interpretada por la exquisita Robin Wright)’. El político británico conservador que, en base a intrigas, complots, calumnias, emboscadas y hasta crímenes logra llegar a convertirse en el primer ministro británico es Francis Urquhart, el homónimo de Frank Underwood (extraordinario Kevin Spacey) de la versión norteamericana. Pero fue Francis quien le enseñó a Frank, varios lustros antes, el efecto que causa ante la teleaudiencia que un político le hable a la cámara para lanzar frases que lo desnudan como un canalla, como un hipócrita, como un doble cara.
Dicen que los productores de ‘House of Cards’ adoptaron ese recurso del afamado teatro shakesperiano, que se conoce como “romper la cuarta pared” (breaking the fourth wall). Este columnista debe reconocer que Kevin Spacey llevó esta impresionante acción televisiva a su máxima expresión en la serie de Netflix. Tanto Francis como Frank sedujeron a dos periodistas jóvenes, bellas y ambiciosas para que los ayuden a hundir a sus enemigos. Pero su comportamiento político resultaba tan ruin, tan vil, que ni la ambición y seducción por el poder impidieron a las chicas intentar denunciarlos ante la opinión pública. Antes que eso suceda, el inglés lanzó al vacio a su amante reportera desde un edificio gubernamental; mientras que el estadounidense, de Carolina del Sur, optó por el rápido accionar de empujar a su joven aventura a los rieles del metro. La ascensión al poder de ambos personajes se hizo con las manos manchadas de sangre.
Otra cosa en común en las dos ‘House of Cards’ es que las primeras damas no estaban en plan decorativo. Conformaban una perfecta y bien afiatada ‘sociedad conyugal’, una S.A.C. Solo en ese aspecto, no en inteligencia ni agallas, es que se parecían Alejandro Toledo y Ollanta Humala a los ganadores primer ministro británico y presidente de los Estados Unidos. Pero había una abismal diferencia entre ellos. En los matrimonios de ambas series primaba, por sobre todas las cosas, la ambición por el poder y no por el vil dinero ni la angurria hipotecaria. Todo lo contrario al Cholo y su ¡Elianeeeeee!, que aceptaron millonarias coimas de Odebrecht para pagar la hipoteca de su casa de playa, comprar oficinas y residencias lujosas ¡a nombre de su suegra!; mientras ‘Cosito’ y Nadine chapaban millones de verdes de sus amigos brasileños. Otra coincidencia: estas sociedades conyugales eran matrimonios de pantalla, dormían en camas separadas.
Frank y Claire Underwood, en vez de hacer el amor, se sentaban mirando a la ventana de su departamento en la parte tranquila de Washington, a la luz de la luna y a medianoche, a compartir un cigarrillo. Así terminaban su día, maquinando antes de dormir. Ella lo engañaba con un fotógrafo amigo de juventud. Él tenía encontrones con un miembro de su seguridad y con una bella y joven periodista. Pero aun con todo eso, nunca se iban a divorciar en ‘House of Cards’.
La ‘House of Cards’ inglesa solo duró dos temporadas porque a los británicos no les gustan los culebrones, al contrario de los norteamericanos, a quienes les encanta eternizar las series con tal de ganar más regalías. En el caso de ‘House of Cards’, la renovación de temporadas sí se justifica. Hay otros enemigos como el terrorismo del ISIS, que entra con fuerza en la quinta temporada que se acaba de estrenar en Netflix y que no voy a adelantar. Solo diré que tiene trece episodios y que veremos una electrizante contienda electoral entre los Underwood frente a un peligroso adversario, el temperamental candidato republicano Will Conway (¿Trump escuché por ahí?). Una serie imprescindible para quien pretende entender lo incomprensible de la política. Apago el televisor.