Este Búho no puede dejar de asombrarse ante las multitudinarias movilizaciones de provincianos que buscan, desesperadamente, salir de Lima, debido a la maldita pandemia. Y me parece paradójico este fenómeno, pues desde la segunda mitad del siglo pasado, la capital se vio sacudida por oleadas de migrantes de todo el país. Las condiciones en que viajaban los provincianos para llegar a la capital eran extremadamente duras. No viajaban en buses interprovinciales: ‘bajaban de la sierra a pie’. Buscando llegar hasta la carretera Panamericana, en busca de camiones para llegar a la soñada capital.
Oswaldo Hidalgo, el dueño de ‘Vistony’, la exitosa empresa de lubricantes que compite con las grandes firmas norteamericanas, confesó que lo que vivió con sus padres y hermanos oriundos de un pueblito de la Cordillera Negra de Áncash: ‘Salimos caminando con nuestras maletas de ropa y una máquina de coser Singer, con ella comenzaría mi primer negocio en La Parada. Llegamos y nos asentamos en el cono norte’.
Pero la Lima tradicional no miraba con buenos ojos a los migrantes. Campesinas con polleras que hablaban ‘un idioma extraño’, el quechua, eran vistas hasta con burla. Pero eso no amilanaba a los provincianos. En la entrañable novela ‘El retoño’, del escritor obrero Julián Huanay, se narra la historia de Juanito Rumi. Un niño de Cerro de Pasco que hace lo imposible para llegar a Lima, la soñada, la de los grandes ómnibus y edificios. Juanito emprende un viaje a pie y en el camino trabaja como minero y casi muere de tuberculosis, hasta de apañador de algodón en las haciendas que rodeaban la capital, donde contrae el paludismo. Al final logra llegar a Lima, de la hacienda al hospital Dos de Mayo, solo, sin saber qué hacer ante la imponente ciudad. Pero la capital no estaba preparaba para recibir a las decenas de miles de compatriotas que llegaban a ubicarse en galpones, corralones de paisanos.
El gobierno de Manuel Odría, aprovechando la bonanza económica que significó la guerra de Corea, construyó Unidades Vecinales en barrios populares para una emergente clase media. Allí tenemos Matute, Mirones y los ‘barrios obreros’. Los miles de migrantes no estaban en los planes de las élites. Pero la necesidad hizo que durante ese régimen se produjeran las primeras invasiones cerca de Lima, en terrenos eriazos próximos al río Rímac. Por primera vez se veían chozas de esteras con la bandera peruana y la fundación fue en una fecha muy querida para el gobernante, el día que dio su golpe de Estado. María, la esposa de Odría, era la engreída. Era como una ‘madrina’ que llevaba cocinas y víveres a las barriadas y los invasores la comparaban con Evita Perón. Al general peruano no le disgustaba sentirse al nivel de un líder como Perón.
Pero después de las invasiones de ‘7 de Octubre’ o ‘Condevilla’, toleradas por el establishment, porque no eran ‘visibles’, la represión y la violencia se instalarían en la ciudad cuando un misterioso personaje, apodado ‘Poncho Negro’, organizó –planificadamente– las invasiones de los cerros más cercanos al Centro de Lima: San Cosme y San Pedro.
De cabello negrísimo, barba negra y poncho azabache, Ernesto Sánchez Silva, ese era su nombre real, se convirtió ‘en el enemigo público número uno de Lima’. El diario ‘Última Hora’, el más vendido y popular de Lima de ese entonces, publicó un fotón con su cara: ‘El rey de las invasiones’. Los diarios de la época lo tildaban de ser un vulgar delincuente, que vendía los terrenos a los invasores. Se convirtió en un ser mítico que desaparecía por la noche entre las covachas de los cerros, otros decían que había hecho ‘un pacto con el diablo’.
‘Poncho Negro’ encabezó 132 invasiones extendiendo su fama a San Juan de Lurigancho y Comas. Me quedé corto. Mañana continúo con más de ‘Poncho Negro’ y de las invasiones en Villa El Salvador.
Apago el televisor.