Este Búho se asombró al ver a miles de familias pugnar por encontrar un medio de transporte que los devuelva a sus pueblos de origen. Desde mediados del siglo pasado, Lima se fue convirtiendo en una metrópoli de ‘todas las sangres’, una ciudad provinciana. Pero el fenómeno de la migración de la capital a las provincias -en este caso empujada por el maldito coronavirus- es un hecho nuevo y me permitió recordar las épocas en que los migrantes tomaron por asalto los cerros más cercanos a la capital, capitaneados por un ‘invasor’ natural, el mítico ‘Poncho Negro’.

Ernesto Sánchez Silva era su nombre verdadero y pocos sabían que había nacido en Huacho. Los invasores decían que cayó del cielo, y los dueños de urbanizaciones y funcionarios del Estado aseguraban que había salido del infierno. Desde inicios de los sesentas encabezó 132 invasiones, siendo las más emblemáticas las de los cerros San Cosme, San Pedro y 7 de Octubre, en El Agustino. Con peluca a lo Jesucristo, barba y su infaltable poncho azabache, Ernesto era para miles de invasores un mesías, un líder que les iba a entregar la tierra prometida, una parcela de terreno para tener la casa propia, así sea en la punta de un cerro cercano a Lima. Y lo hizo. Nadie le conoció oficio, tal vez aficiones: gran cantante y eximio cocinero, porque quizás su verdadera profesión fue la de ‘invasor’.

Cerebro, caudillo y, sobre todo, escurridizo líder. Para el gobierno, los alcaldes y los dueños de las urbanizadoras era el ‘enemigo público número uno’. Le colgaron una leyenda negra, de que ‘traficaba con terrenos’, que tenía amantes en cada invasión y un ejército de hijos. Después de ocupar los cerros de El Agustino, ‘Poncho’ bautizó los cerros de San Juan de Lurigancho, Canto Grande y Comas. Y luego desapareció.

En el 2013 fue ubicado, el hombre que durante 30 años lideró las invasiones en la capital, a los 96 años vivía en una covacha en el cerro 7 de Octubre, de El Agustino. Se recurseaba recogiendo comida de los restaurantes para venderla a las chancherías. ‘Pero antes separo para mí y mis animalitos’, acotaba. Ante la pregunta: ¿traficó con terrenos?, respondió: ‘Nunca. Yo aposté por los que menos tenían, porque las tierras no son de nadie, son de Dios y para sus hijos. Si hubiese comercializado los terrenos hoy sería dueño de los conos y urbanizaciones’.

Luego de ello su vida se convirtió en un misterio y nadie sabe si está vivo o ha fallecido. Muchos se preguntan si se atrevió a ocupar a la fuerza un nicho en el cementerio antes de que le llegara su hora.

EL GENERAL QUE ENCARCELÓ A UN MONSEÑOR: En 1971 se gestó la toma del cerro de Pamplona que miraba a la Panamericana Sur, donde todavía existían haciendas que ya estaban destinadas a convertirse en urbanizaciones. Eso resultaba inadmisible para el ministro del Interior, general Armando Artola, quien llegó como una tromba a la reunión de los dirigentes de la toma con representantes del Ministerio de Vivienda. El pelado militar interrumpió el diálogo y exigió a los efectivos del orden que detuvieran a los dirigentes. Luego ordenó que un batallón de la Policía desalojara a sangre y fuego a los invasores. El monseñor auxiliar de Lima, Luis Bambarén, ante la indiferencia de las autoridades, decidió ponerse del lado del padre La Matta de San Juan, quien apoyaba a los invasores. Participó de la misa ‘en el campo de batalla’ y durante la homilía dijo que ‘Cristo estaba con los desposeídos’, apoyando a los pobladores. Un enfurecido Artola mandó detener en la Prefectura de Lima al monseñor, generando un conflicto entre la iglesia y el gobierno. El presidente Juan Velasco Alvarado liberó el mismo día a Bambarén y el desautorizado Artola se vio obligado a renunciar. El gobierno negoció con los ‘invasores’ para que aceptaran unos terrenos en el interior del ‘Lomo de Corvina’ cerca a Lurín. Era un inmenso arenal y muchos pensaron que sería imposible vivir en ese desierto. ‘Allí nunca crecerá una planta ni podremos hacer una columna de ladrillo’, dijeron. Hoy es un megadistrito. Pese a ello, desde aquel 1971, Villa El Salvador, nombre sugerido por Bambarén, se convirtió en un distrito emblemático recibiendo en 1987 el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia. Los migrantes hicieron el milagro.

Apago el televisor.

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