Este Búho siente que tiene el deber de escribir sobre una película que trate sobre periodistas que se han inmolado por ejercer la profesión de la manera más digna. Sobre todo en estos momentos, cuando en nuestro país poderes oscuros y siniestros amenazan al periodismo valiente que solo buscó, por sobre todas las cosas, destapar la verdad en el fétido caso de la ‘repartija’ de magistrados corruptos.
Recordé al hombre de prensa que tuvo que sufrir tantos calvarios como aquel enviado a cubrir la Guerra civil camboyana, en 1972. Aquí la historia. El filme fue titulado en el Perú ‘Los Gritos del Silencio’ (The Killing Fields, 1984) y lo vi en un cine del Centro, creo que en el Excelsior del jirón de la Unión, antes que estuviera invadido por las pulgas de los juegos de Play Station. Sydney Schanberg (Sam Waterston), el protagonista, es un intrépido reportero que no le corre a una comisión peligrosa en su competitivo diario, The New York Times que, en 1972, lo envía a Camboya para informar a sus lectores acerca del conflicto que enfrenta a las tropas norteamericanas con los comunistas locales, llamados Jemeres Rojos (Khmers Rouges, en francés), liderados por Pol Pot.
Los comunistas están ganando la guerra y cada vez se hace más difícil conseguir fuentes informativas en la parte del país controlada por los estadounidenses. El periodista no hubiese hecho nada si no fuera por la ayuda de un corajudo y valiente intérprete local, Dith Pran, un hombre de prensa por naturaleza. Era un radar mágico para olfatear la noticia y también para conseguirla de primera mano, sin ningún intermediario y sin coimas, como acostumbraban obtener primicias otros corresponsales extranjeros.
Sydney, gracias a la ayuda de Pran, ‘baila’ a sus colegas foráneos. Ambos conforman un ‘dúo dinámico’ y salvan el pellejo en un ambiente siniestro, donde las delaciones, las traiciones y las emboscadas son propias de una guerra cruel y están a la orden del día y de la noche. Sufren hasta las propias censuras y persecuciones del Ejército norteamericano, que les quiere imponer lo que deben y no deben publicar. Toda una afrenta para un periodista independiente y valeroso. Cuando la volví a ver hace poco en DVD, me hizo recordar a los valerosos periodistas mártires de Uchuraccay, que por no fiarse de los ‘partes oficiales’ del Comando Político Militar de Ayacucho, viajaron a Iquicha y trágicamente encontraron la muerte.
Pero cuando los ‘gringos’ se retiran derrotados de Camboya ante el ingreso de las huestes sedientas de venganza de los Jemeres Rojos, Sydney y Pran no evacúan el país como lo hicieron la mayoría de sus acobardados colegas, sino que prefieren quedarse y se refugian en la Embajada de Francia, desde donde continúan mandando despachos para dar a conocer los genocidios perpetrados contra la población civil, mujeres y niños, por parte de los esbirros de Pol Pot, que acusan a los camboyanos de ‘haber colaborado’ con los gringos. Era un genocidio que no tenía parangón desde la Alemania nazi y la Segunda Guerra Mundial. Los despachos de Sydney y Pran alertaron al mundo del exterminio ejecutado en la mal llamada Kampuchea Democrática. Se habla de hasta ¡dos millones de víctimas! que el profesional difundió al mundo desde su escondite en la embajada. Al descubrir Pol Pot que había periodistas extranjeros dando cuenta del baño de sangre de sus tropas, ordenó la expulsión de todos ellos de Kampuchea. Pero no dejaron salir a Pran, que cae en manos de los niños asesinos educados por el régimen, al estilo de los senderistas en Ayacucho de los ochenta.
Mientras tanto, en Washington, Sydney recibe el premio Pulitzer y en su discurso, fustiga la política de su nación por lo que sucedió en Camboya y por el olvido de los prisioneros que se pudren en las mazmorras de Pol Pot, como su amigo Pran. Este vive un calvario. Hambriento en un campo de concentración, debe comer ratas para no morir. Pasa sus días condenado a trabajos forzados. Sabe inglés y francés, pero lo oculta. En la extraordinaria cinta reconoce que ‘únicamente sobreviven los mudos’. Las huestes de Pol Pot, cuyo verdadero nombre es Saloth Sar, se aseguraron de que no quedase nadie que pudiera contar el genocidio de esa dictadura ultraizquierdista con la que simpatizaba Abimael Guzmán. Sydney Schanberg escribió primero artículos periodísticos y luego un libro que inspiró la película ganadora de tres premios Óscar. Murió a los 82 años en Nueva York tras sufrir un ataque al corazón. Schanberg fue un periodista de raza y su libro, al escribirlo de primera mano, es material para los historiadores que estudian la cruenta guerra de Camboya. Una película imperdible. Un sublime homenaje al periodismo de raza. Ese que nunca morirá. Apago el televisor.
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