Este Búho acaba de leer ‘El puente’, de Gay Talese (Nueva Jersey 1932), uno de los padres del llamado ‘Nuevo periodismo’. Como sabemos, solo trabajó en un diario, el inmenso The New York Times, antes de dedicarse a escribir crónicas y reportajes de manera independiente para las mejores revistas norteamericanas. Pero en el mismo periódico ya había impuesto un estilo al escribir crónicas sobre la vida cotidiana, privilegiando las voces anónimas, no a la noticia en sí, sino lo que la rodeaba, de manera magistral e imnovadora.
Justamente ‘El puente’ es el resultado de doce crónicas publicadas en The New York Times a lo largo de cinco años, sobre la construcción del célebre puente colgante Verrazano-Narrows que uniría Brooklyn con Staten Island. Esa serie de reportajes fueron tan impresionantes que se convirtieron en un libro. Ya en sus inicios, el periodista demostraba que su visión iba más allá de presentar la supuesta noticia en sí: ‘Al lector no le va a interesar la fabulosa estructura metálica, sino los miles de personajes anónimos que dejaron sangre, sudor, lágrimas y hasta la vida para lograr construir esa obra maestra’.
Al estilo de la letra de ‘Juan Albañil’ de Tite Curet, que inmortalizara el gran Cheo Feliciano, Talese se centra en los llamados ‘boomers’, esa legión de trabajadores a los que compara con los pioneros conquistadores del viejo oeste. Obreros calificados que viajan por todo el país trabajando en proyectos arquitectónicos, puentes, rascacielos de gran envergadura. Con ellos va a convivir diariamente, saliendo de su cómoda oficina del Times para adentrarse en el ruido infernal, el polvo, hasta en sus tumultuosas tabernas donde estos legionarios evaden con whisky, cerveza y mujeres, las durísimas condiciones laborales, la soledad, el desarraigo.
Durante la presentación del libro para su edición en español, le preguntaron qué había sentido al releer su obra. ‘Me ha gustado mucho. He vuelto a repasar mi juventud. Vivo escribiendo sobre los otros, he aprendido conociendo lo que recojo de los otros’. El libro finaliza como ‘Juan Albañil’, donde los obreros están prohibidos de ingresar. Talese es testigo de la inauguración del puente y ve una fila interminable de autos oficiales, encabezados por el alcalde, congresistas y hombres del gobierno que están en los primeros lugares. El periodista se da el trabajo de averiguar en qué lugar está ubicado el arquitecto, uno de los responsables de la magna construccion: ‘está en la fila dieciocho... y los ‘boomers’ han desaparecido’.
Un año despues, en 1965, el periodista tomó una decisión arriesgada. Dejó The New York Times, pese a que era su pluma principal y una de las mejor remuneradas. ‘Me sentía encorsetado’, sostendría. La revista ‘Esquire’ lo contrató para realizar un reportaje al cantante Frank Sinatra, que estaba en Las Vegas y no quería saber nada con ningún periodista, sobre todo con Talese.
La revista le dio 5 mil dólares y boletos de avión para Las Vegas. Allí logró, tal vez, el mejor perfil de Sinatra en su memorable artículo ‘Frank Sinatra está resfriado’ y, según los editores, ‘el mejor reportaje en la historia de la revista’. El periodista nunca habló con el divo, pero estuvo muy cerca de él en varios ambientes, justo una vez donde vio que estaba acatarrado y malhumorado. El periodista se metió en el cerebro de 75 personas del entorno del intérprete: un doble, el hombre que le salvó la vida en el mar, amigos de infancia, ‘las noviecitas’ que paraban con él, la que le guardaba el ‘bisoñé’. Y extraordinarios testimonios de sus hijos, madre, esposas, y lo que había escuchado de terceros. En ‘Esquire’ hizo memorables perfiles de Ernest Hemingway, Fidel Castro o los boxeadores Muhammad Ali y Floyd Patterson.
Al escritor le debemos la serie ‘Los Soprano’, pues se comentó que sus personajes estaban inspirados en su libro ‘Honrarás a tu padre’ (1971), sobre la familia mafiosa ‘Los Bonano’. Ya más cuajado, integraba ese selecto grupo de escritores del periodismo de no ficción, junto al inigualable Truman Capote, Norman Mailer y Tom Wolfe, aunque siempre puso objeciones a que se hiciera trampa y se utilizara ficción en los trabajos, pues reclamaba ‘la mayor objetividad’. El mérito del escritor, hijo de un sastre, es que siempre privilegió la calle. ‘Presto atención a la gente ordinaria porque soy ordinario’, sostenía.
El ‘viejo’ no usa celular y no entra a las redes. ‘No las comprendo’, asegura. El maestro es quisquilloso. Su estilo nunca ha cambiado. Siempre anda con ternos impecables, de marca y se molesta cuando van a entrevistarlo sin corbata. Su costumbre es usar zapatos de tres mil dolares. ‘¿Por qué solo cuando uno muere le ponen la mejor ropa? La gente debería vestirse tan bien cuando está viva, no solo muerta’, se defiende. Todo un maestro.
Apago el televisor.