Este Búho asiste emocionado a una fecha trascendental. El aniversario de la extraordinaria novela de Gabriel García Márquez, ese libro por el que quizás se le abrieron las puertas del Premio Nobel de Literatura. ‘Cien años de soledad’ cumple un siglo dividido en dos. Son cincuenta años en los que el alucinante relato de aquel pueblo de Macondo y su respectivo origen, evolución y decadencia hicieron de la obra de ‘Gabo’ el segundo libro de habla hispana más leído en el mundo después de ‘El Quijote de la Mancha’, de Miguel de Cervantes Saavedra. Pero hay una gran historia detrás de la novela. El boom de la literatura latinoamericana ya tenía a Mario Vargas Llosa (‘La ciudad y los perros’ 1962) y Julio Cortázar (‘Rayuela’ 1963) como sus más grandes abanderados. El mismo Gabo confesó cómo concibió su célebre novela. “Era 1965 e iba con mi esposa Mercedes y mis dos hijos en automóvil de México a Acapulco. En eso siento un tremendo estremeciento, al punto que estuve por atropellar a una vaca. Mi hijito Rodrigo lanzó un grito de alegría: ‘Cuando sea grande yo también voy a atropellar vacas’. Pero ese grito era porque había tenido una premonición que se mostró tal cual en la playa. ‘Allí no tuve sosiego ni paz, algo me rondaba la cabeza. ‘El martes, cuando regresé de la playa, me senté en la máquina para escribir una frase inicial que no podía soportar dentro de mí: ‘Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo’. Desde entonces no me interrumpí ni un solo día, en una especie de sueño demoledor hasta la línea final, en la que a Macondo se lo lleva el carajo”. Desde esos dieciocho meses que demoró en escribirla, fumando 60 cigarrillos diarios, la economía familiar estaba quebrada. Mercedes hacía malabares con el presupuesto familiar.
Al final, llevaron al correo las quinientas hojas del manuscrito. ¡Pero solo tenían dinero para enviar la mitad! Desesperado, Gabo envió la mitad del libro, mientras Mercedes volaba a su departamento a empeñar la secadora, la batidora y otros artefactos y regresó con el dinero. Allí le soltó a su marido una frase sacada de un relato del escritor de Aracataca: ‘Ahora resulta que la novela es mala’. Pero el director de la Editorial Sudamericana de Argentina aseguró que ni bien leyó los primeros capítulos, le pareció una obra maestra. Y no se equivocó. En la primera semana se vendieron 1800 libros. A la siguiente se triplicó la cantidad y en la tercera se agotó la edición. García Márquez se convirtió en una celebridad primero en Argentina y luego en América Latina y España. En parte porque en la península, líder del mercado editorial hispanoamericano, se enteraron de que el poderoso editor Carlos Barral, dueño de la Editorial Seix Barral, la ‘creadora’ del boom, rechazó el manuscrito de Gabo y lo ignoró. Una decisión que lo atormentó toda su vida. En el siglo pasado nadie pudo imitar esa delirante historia de Aureliano Buendía y su estirpe, sus legiones de personajes, sus tres generaciones. Personajes inolvidables, como Melquíades o Remedios, la bella. Remedios, hija de Arcadio Buendía y Santa Sofía de la Piedad, era la mujer más hermosa del mundo, pero todos los hombres que la pretenden, irremediablemente encuentran la muerte. Un día, ella asciende increíblemente a los cielos. El gran Gabo escribió así la desaparición de la diosa de Macondo: “Remedios, la bella, estaba transparentada por una palidez intensa. -¿Te sientes mal? -le preguntó. Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima. -Al contrario -dijo-, nunca me he sentido mejor. Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerines y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria”. Recuerdo que cuando terminé la última línea de la novela, también me sentí levitar. Apago el televisor.
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