Este Búho dejó de ser incrédulo. Cuando me datearon hace algún tiempo que el escritor estadounidense de culto (Jackson, Misisipi, 1944) iba a llegar como invitado estrella a la Feria Internacional del Libro de Lima (), respondí ‘mejor cuéntame una de vaqueros’. Es que aparte de haber recibido el Premio Princesa de Asturias, Ford es uno de mis escritores vivos norteamericanos referentes. Conocí su obra gracias a mi amigo Juan Carlos Tafur, allá por el año 1992, donde compartíamos además de trabajo, una vida a cien por hora con música y libros. Él me hizo conocer a Raymond Carver, con su inolvidable libro ‘¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?’. “Si te gusta Carver, te va a gustar Ford”, me dijo Juan Carlos. El primer libro de cuentos que cayó en mis manos me impresionó: ‘Great Falls’ (1986). Los críticos lo calificaron como un estilo de ‘realismo sucio’, relatos de perdedores extraviados del sueño americano, en lugares de los Estados Unidos que después retrataría David Lynch en ‘Corazón salvaje’. Pueblitos en medio de la nada, en Montana, las Montañas Rocosas. Historias sin final feliz... Pero el éxito de su crítica no vino de la mano con el de las ventas. Después revelaría que fue su esposa quien le dijo que escribiera sobre ‘alguien que fuera feliz’. Así nació su ‘trilogía’ en Estados Unidos con su mítico personaje Frank Bascombe: ‘El periodista deportivo’, ‘Incendios’ y ‘Acción de gracias’. El narrador ‘sucio’ creó un personaje menos desconocido y se convirtió ‘en la conciencia social y moral de América’. Richard cuestiona el sistema de la mano de un don nadie, inocuo al sistema, pero con una postura transgresora, que corroe y le hace daño. Le tomó treinta años componer esta trilogía que seguramente se agotará en la Feria del Libro.

Frank es un antiguo agente inmobiliario, meditabundo, se separó de su esposa, padeció un cáncer y lo peor, vio morir a su hijito de nueve años. Al ser un escritor, frustrado se metió a periodista deportivo. Ford también lo fue y de los buenos. Pero este columnista acaba de leer su novela ‘Canadá’ (2012) y me dejó impresionado. Tiene uno de los comienzos más impactantes de la narrativa de los últimos tiempos. Lean: ‘Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vinieron después. El atraco es la parte más importante, ya que nos puso a mi hermana y a mí en la senda que acabarían tomando nuestras vidas. Nada tendría sentido si no contara esto antes’. Dell Parsons, el protagonista, lo vivió cuando tenía quince años. Quien narra la historia es él mismo, pero con cincuenta años más. La extraordinaria narrativa de Ford hace que se ponga en la piel del quinceañero, quien describe el principio de su mundo con su padre, aviador en la Segunda Guerra Mundial, y su madre, una menuda judía. Un típico matrimonio tan dispar, que los involucrados no se dan cuenta del error de la unión hasta que ya es demasiado tarde. Dell relata cómo sus padres se quiebran y deciden jugarse el todo o nada al intentar robar un banco. Fallan y son capturados. La madre, que fue siempre la más inteligente, decide que antes que los cojan los servicios sociales y los manden a un orfanato, mejor huyan a Canadá. Solo lo logra Dell, quien allí cae en manos de un norteamericano siniestro, Arthur Remlinger, y el muchacho perderá lo poco o mucho que le quedaba de inocencia, dentro de esa vorágine de violencia vivida que es el grandote país al norte de Estados Unidos. No cuento más. Solo digo que la novela es una hermosa elegía a la pérdida de la inocencia, a los sortilegios del destino que les toca a los infantes cuando están en ciernes y no se sabe qué es peor: no haber escogido nacer o nacer en un lugar con los padres equivocados. Richard Ford públicamente recomienda a los escritores jóvenes no tener hijos si quieren de verdad consagrarse. Pero su personaje, Dell, a mi parecer, es el hijo que el maestro se niega a concebir. Apago el televisor.

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