A este Búho le cayó como un baldazo de agua fría la muerte de la joven Eyvi Ágreda Marchena. La joven de 22 años que fue rociada con gasolina y quemada viva mientras viajaba en un bus en Miraflores, la noche del 24 de abril pasado. Su agonía duró poco más de un mes. El criminal, Carlos Javier Hualpa Vacas, de 36 años, la acosaba desde hace mucho tiempo y finalmente la atacó de esa forma tan bestial en venganza porque ella nunca quiso estar con él.
La familia de Eyvi exige justicia y la pena de muerte para él. La joven cajamarquina resultó con gran parte de su cuerpo quemado y no pudo soportar la infección generalizada, pues sin piel su organismo estaba expuesto a todo tipo de bacterias. Los médicos habían logrado salvarla tras dos episodios anteriores de infecciones graves, pero los microbios se hacían cada vez más fuertes hasta que se volvieron inmunes a cualquier antibiótico y acabaron con su vida. Lamentablemente, Eyvi es una más de la larguísima lista de peruanas víctimas de cobardes que las atacan de todas las formas imaginables, ya sea en el hogar, el centro de labores o en la calle. Ella era una chica que trabajaba de forma honrada en un service. Vino a Lima, como tantos provincianos, por falta de oportunidades en su tierra, para luchar por un futuro mejor, sin lastimar a nadie, sin robar o estafar. Su objetivo era ayudar a su familia. Pero apareció un demonio, que nunca fue nada de ella, y le malogró la vida. Poco después del ataque, la policía capturó a Hualpa Vacas y, como el miedoso que es, se orinó en los pantalones y negó una y otra vez que era el culpable. Pero al final, luego de entrar en contradicciones y ante las versiones de los testigos que lo reconocieron, tuvo que aceptar que fue él quien cometió semejante salvajismo por despecho. ‘El año pasado cuando la vi triste, le regalé un peluche y un ramo de flores. Pero ella se molestaba. Decía que no era su pareja (...). Sentía que tenía que darle un escarmiento. Cuando observé que el vehículo se detuvo, saqué de mi mochila una botella de litro de yogur que contenía gasolina y se lo arrojé’, confesó a los agentes sobre la manera en que agredió a Eyvi.
Este miserable no es ningún loco, sino un ser lleno de maldad que planificó el violento ataque con semanas de anticipación. Incluso, actuó con absoluta ventaja, pues su víctima dormía en el bus cuando él la bañó con la gasolina y le prendió fuego. ‘La botella de plástico tenía la boca grande y era más fácil echarle el combustible. Estaba llena hasta la mitad. El bus se movió y se esparció por todo su cuerpo. A mí también me cayó un poco. Luego cogí un fósforo, lo prendí y se lo lancé’, relató a los efectivos como si estuviera contándoles sobre un paseo por el campo. Pero además, esta mente retorcida reconoció que ‘nunca llegamos a tener una relación sentimental. Le propuse estar juntos en octubre del 2015. Ella se negó. Me dijo que tenía enamorado’. Si existiera justicia de verdad, correspondería que a Carlos Hualpa le apliquen la ‘ley del talión: ojo por ojo y diente por diente’. Debería recibir un castigo idéntico al crimen que cometió. Hoy, en tiempos modernos, la sociedad se rige por el Código Penal, pero en algunas cárceles los presos, en ciertos casos como violaciones o agresiones tan salvajes como la cometida por este sujeto contra Eyvi, prefieren hacer justicia por propia mano. Por eso, el asesino está confinado en el área de Prevención del penal Ancón I, para evitar algún atentado contra su vida. Eyvi es la demostración de que las mujeres en el Perú corren grave peligro y que deben ser protegidas por las autoridades y la sociedad. Debemos comprometernos a jamás dejar pasar por alto ninguna agresión a una mujer. Podría ser la diferencia entre la vida y la muerte. Apago el televisor.