Este Búho es un eterno admirador de Blanca Varela, nuestra inmensa poetisa nacida en su entrañable Puerto Supe, en agosto de 1926. Ella dejó este mundo hace diez años. Blanca, como Chabuca Granda y Doris Gibson en el ‘Olimpo’, y Alicia Maguiña en la tierra, son ejemplos de mujeres brillantes. En una reveladora entrevista -de las pocas que concedió- con Patrick Rosas, en París, ella le confesó que no le gustaba que se le etiquetara como una poeta ‘feminista’. Su poesía es visceral. Nunca tuvo complacencias con nada ni con nadie. Por eso, no militó en ningún partido político ni en ningún colectivo.
De jovencita, paraba rodeada de hombres, claro, brillantes y devotos como su esposo, el artista plástico Fernando de Szyszlo y ese par de compinches tan genios como ella, Javier Sologuren y Jorge Eduardo Eielson. Su admirador más ferviente es, increíblemente, Mario Vargas Llosa, quien aseguraba que ‘en esa hoguera de las vanidades en la que se desenvuelven los poetas, Blanca es un lunar’. Y recalcaba ‘la parsimonia de la poetisa para publicar sus libros’. Nunca tuvo la necesidad imperiosa de publicar cada año, cada lustro. Y lo confesó: Cuando Patrick Rosas le preguntó si ‘existe un periodo de gestación específicamente poético que el vate debe respetar’, respondió: ‘Yo creo que sí. En muy pocas ocasiones he podido escribir algo de lo que yo diga inmediatamente: esto está bien’.
Para que calibren bien cómo la poetisa se demoraba en ‘dar a luz’ un nuevo libro, recapitulemos los años en que salieron sus poemarios: ‘Ese puerto existe’ (1959), ‘Luz de día’ (1963), ‘Valses y otras falsas confesiones’ (1972), ‘Canto villano’ (1978), ‘Ejercicios materiales’ (1993), ‘Libro de barro’ (1993), etc.
Un año después, Blanca sufriría el mayor dolor de toda su vida y del cual nunca se pudo recuperar, a pesar de ser una mujer de temple. Creo que nadie puede volver a ser el mismo después de perder a un hijo. Su engreído, el arquitecto Alonso de Szyszlo, falleció en un fatídico accidente de avión cuando la nave despegaba de Arequipa, y todos sus ocupantes murieron.
Blanca, en su último libro, ‘Falso teclado’, publicado póstumamente, digitó el orden de los poemas y el final es, precisamente, un texto desgarrador referido a la muerte. Porque la inmensa poeta nunca pudo digerir la partida de Alonso. Conocí al hijo de Blanca a través de mi gran amigo, el entrañable escritor Oscar Malca. Era un pata que se hacía querer y por quien hasta ahora nos rebelamos ante ese injusto destino que se lleva a los buenos y deja vivitos y coleando a tantos corruptos.
Ese último poema de Varela, titulado ‘Nadie nos dice cómo’, quiero compartirlo con mis lectores: ‘Nadie nos dice cómo voltear la cara contra la pared y morirnos sencillamente, así como lo hicieron el gato o el perro de la casa, o el elefante que caminó en pos de su agonía como quien va a una impostergable ceremonia batiendo orejas al compás del cadencioso resuello de su trompa, solo en el reino animal hay ejemplares de tal comportamiento, cambiar el paso acercarse y oler lo ya vivido y dar la vuelta, sencillamente dar la vuelta’.
Termino con sus sabias palabras en esa entrevista de Patrick Rosas: ‘Yo creo que lo que hay de optimista en lo que escribo es que yo creo que la vida es esta, con su decadencia, con su esplendor en la primera juventud y en la infancia. Pero que hay que vivir siempre como si fuera el día definitivo, el último día. Siempre hay que proceder con la integridad que tú vas adquiriendo con el tiempo. Para mí, la muerte no es, pues, un castigo. Yo no soy pesimista’. Hace diez años se marchó a encontrarse, seguramente, con su hijo Alonso. Contra lo que se pudiera pensar, antes que poeta, Blanca Varela fue madre. Como la de todos nosotros. Apago el televisor.