Este Búho siempre se hace una pregunta. ‘¿Qué hubiera pasado si el gran escritor norteamericano Charles Bukowski (Andernach, Alemania 1920 - Los Angeles 1994) hubiese vivido en esta época su vida contestataria, salvajemente transgresora y provocadora, a tal punto que publicara una columna en un periódico con el sugerente título de ‘Escritos en un viejo indecente’? Digo, si viviera en estos tiempos, en que parecen mandar voces aflautadas, chillonas, fanáticas, histéricas e inquisidoras, que saltan a la yugular en las redes ante cualquier actitud, proclama u opinión que ellos y su corte ‘juzgan’ que no es ‘políticamente correcta’.
Y el escritor lo era y a mucha honra. Tal vez hubiera bendecido que una leucemia se lo haya llevado al bar de Satanás a los 74 años pues, de haber vivido en esta época de globalización, estaría maldiciendo los videos suyos que se han colgado en las redes de las broncas con su guapa y joven esposa Linda, donde lo llenan de improperios, o estaría despotricando de blogs o páginas web apócrifas con su nombre. Felizmente murió durante la resaca del Mundial de Fútbol en Estados Unidos, y lo enterraron en el cementerio del bucólico pueblito de San Pedro, frente al mar californiano ¡en un rito budista!, porque su esposa, dueña de un restaurante naturista, se había convertido a esa religión.
Lo despidieron pocos pero leales amigos. El actor Sean Penn, pata de juergas, rompió el protocolo tibetano al abrir una botella de whisky y vaciarla íntegra antes que la tierra muerta cubriera el féretro y gritó: ‘¡Salud, Hank!’, tal como lo llamaban a él y a su ‘alter ego’ literario, Henry Chinaski.
Vivió una infancia terrible y traumática. El papá era tan sádico que también golpeaba a su madre en la cara y el corazón, pues no vacilaba en llevar a sus amantes para presentarlas a la familia. Años después, Charles dedicaría un poema destrozando la imagen de su padre y escribió que a su muerte se encontró solo en su casa paterna con el féretro y su cadáver aún tibio. En vez de ordenar un funeral, sonrió y descorchó una botella de licor para brindar, a la vez que llamaba a un corredor inmobiliario para vender su casa y desaparecer con ella traumáticos recuerdos.
Por eso, de niño solo se sentía a gusto en la Biblioteca Municipal. Nadie le trató de un acné juvenil y por reventarse los granos terminó con horrendas cicatrices en el rostro, por lo que en la escuela no tenía suerte con las chicas. Así, después de deambular por infinidad de oficios indignos, ingresó a laborar en el peor trabajo que podía haber en Los Angeles: el de cartero.
Como el jefe le llevaba bronca, lo mandaba a los barrios más maleados del lado Este, zona de ‘chicanos’ donde le soltaban los perros. Llegaba a su casa no sin antes pasar por una licorería y llenarse de six-packs de cerveza. Colocaba en una vieja radio una estación de música clásica, le encantaba sobre todo Brahms, y tecleaba en una vieja máquina de escribir. Ya siendo famoso, le preguntaron cuál era su estilo de escribir y él lanzó su célebre secreto: ‘Me emborracho para escribir, luego me vuelvo a emborrachar para corregir lo que escribí borracho’.
‘Hank’ era, en esos tiempos, un sobreviviente, pues de tanto tomar vodka, ron, whisky y aguardiente, le sobrevino una mortal hemorragia en una úlcera. Salvado milagrosamente, juró no tomar más... tragos cortos. Se volvió adicto a la cerveza para ‘cuidar el hígado’. Ya sin las cadenas de su chamba, saca su primera novela, ‘Cartero’ (1969). No es lo mejor de su producción, pero descubre su particular universo personal, el de un hombre solitario deambulando por los detritus de la ciudad, obsesiones y frustraciones con el sexo.
Y siempre la botella como fiel compañera junto con sus visitas al hipódromo o a alguna pelea de boxeo. El maestro no era ningún ignorante ni empírico, pues tenía lecturas de cabecera, el primero, John Fante, el creador del ‘realismo sucio’ del que haría gala ‘Hank’. ‘Pregúntale al polvo’, de Fante, fue una novela de culto para Bukowski; también Hemingway, Louis Céline y el mismo Henry Miller. Pero su estilo es salvajemente directo, no al corazón sino al cuello, para que te rindas más rápido.
‘Me gusta simplificar, hacerlo más fácil’, respondía cuando le preguntaban sobre su estilo. Luego llegarían más novelas como ‘Factótum’ (1975) y la más celebrada, ‘Mujeres’ (1978), donde confiesa cómo recién a los cincuenta y tantos años recibe el reconocimiento literario y después de décadas de abstinencia sexual, goza de infinidad de cartas y llamadas de mujeres que lo admiran, que quieren conocerlo, acostarse con él y las acepta a todas.
Pero el buen ‘Hank’ tenía, en el fondo, un alma de poeta. Aquí el lado poco conocido de Charles Bukowski, alias Henry Chinaski o simplemente ‘Hank’, con un fragmento de su poema ‘Pájaro azul’: Hay un pájaro azul en mi corazón/ que quiere salir/ pero soy demasiado listo, solo lo dejo salir/ a veces por la noche/ cuando todo el mundo duerme’. Era un viejo indecente pero humano, demasiado humano, como diría Nietzsche. Apago el televisor.