Ya llega la vacuna china a Perú. (Reuters).
Ya llega la vacuna china a Perú. (Reuters).

Este Búho recibió con serenidad el anuncio de la llegada de la vacuna china. Veo que los hospitales y clínicas ya no tienen libres las camas de cuidados intensivos y la ministra de Salud, Pilar Mazzetti, advierte que, prácticamente, ya nos encontramos en una segunda ola. Por un momento siento que el tiempo está detenido, cuando en marzo del año pasado se reveló el primer caso del ‘paciente cero’ en el Perú.

Aprovecho para repasar los archivos de cómo se inició este misterioso virus que ya ha matado a tanta gente en el mundo. La versión, llamémosle ‘oficial’, nos dice que todo comenzó en diciembre del 2019, en la ciudad de Wuhan, en la parte central de China. Cuando se organizaban los festejos para recibir el Año Nuevo chino y comenzaban a arribar oleadas de turistas de todo el planeta, sobre todo de Europa, Estados Unidos y los países llamados ‘tigres asiáticos’. Al hospital de Wuhan empezaron a llegar grupos de enfermos con neumonía, pero lo que resultaba un misterio era cómo la habían contraído. Si bien la causa se desconocía, los primeros infectados tenían algo en común: eran trabajadores del Mercado Mayorista de Mariscos en Wuhan. Ese centro de abastos, cinco veces más grande que el Mercado Central de Lima, para una ciudad de 11 millones de habitantes -la sétima más poblada del país-, no solo expendía productos marinos que llegan en camiones refrigerados desde la costa, ubicada a más de mil kilómetros.

Allí también se vendían animales exóticos vivos como murciélagos (mamífero alado sindicado como el transmisor del virus al morder a otros animales, como el cerdo), serpientes, zorros, ranas, sapos, conejos, vísceras de liebres, perros y otros. El terriblemente contagioso virus encontró en ese enorme lugar su coto de caza. Y como Wuhan es una ciudad importante, muchos infectados extranjeros tomaron en el aeropuerto internacional vuelos directos a sus países de origen: en Europa, Asia, Australia o Estados Unidos.

Cuando el 30 de enero del año pasado las líneas aéreas norteamericanas cancelaron sus vuelos a China y Donald Trump prohibió los viajes de sus compatriotas a ese país, así como la entrada a sus aeropuertos de aviones llegados del gigante asiático, ya era demasiado tarde. El contagio se había esparcido a otros continentes. Pero pasada la conmoción inicial, comenzaron los enfrentamientos entre las dos principales economías del mundo: la china y la estadounidense.

Desde Norteamérica, voceros allegados a la administración Trump empezaron a soltar la ‘teoría conspirativa’ de que el virus no brotó ‘casualmente’ en Wuhan, sino que habría sido producido en un laboratorio del gigante comunista para ‘infectar a América’. La prensa independiente de Estados Unidos ironizó sobre esta tesis llamándola ‘la teoría de Ethan Hunt’ (por el intrépido espía de ‘Misión imposible’).

Hasta el secretario de Estado, Mike Pompeo, comenzó a llamar a la pandemia ‘el virus de Wuhan’, calificativo criticado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) porque ‘estigmatiza’ al país asiático. Pero los chinos no se quedaron callados. A finales de marzo, su ministro de Relaciones Exteriores, Zhao Lijian, tuiteó un mensaje provocador: ‘Es posible que el ejército estadounidense sea el que trajo la epidemia a Wuhan. ¡Estados Unidos debe ser transparente y publicar sus datos! Quieren estigmatizar a China calumniándola pese a los esfuerzos por controlar la epidemia. Dejen de lanzar acusaciones infundadas’.

Estamos en el 2021 y solo queda aferrarnos a la ‘vacuna milagrosa’ que, precisamente, llega de China. Pero no se confíen. Mientras tanto, solo queda seguir cuidándonos y tener fe en Dios. Apago el televisor.


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