Este Búho se enerva cuando escucha a cierto sector vincular las protestas sociales en Ica y ahora en el norte del país, muy legítimas dadas las condiciones de explotación, con el terrorismo de Sendero Luminoso. Tampoco se puede generalizar, porque muchas empresas agroexportadoras sí cumplen con pagar todos los beneficios a sus trabajadores. Pero decía que esto de ninguna manera puede compararse con las épocas de terror, sangre y dolor que instauró el terrorismo, bajo las órdenes de Abimael Guzmán. Justamente esas voces insinuaron que las protestas estaban dedicadas al ‘cumpleaños de Abimael que fue ayer’. ¡Por favor! Este columnista vivió en carne propia el tiempo en que reinó la demencia genocida de Sendero. Fui testigo de cuando una turba de senderistas irrumpió en el comedor de San Marcos en Cangallo, en enero de 1980, y anunciaron los acuerdos del pleno de su Comité Central. Un camarada vociferó: ‘el 14 de abril iniciamos la lucha armada’. Todos nos reímos.
Nunca imaginamos que el 17 de mayo, en el pueblito ayacuchano de Chuschi, una columna de senderistas asaltaría el colegio donde se guardaban las ánforas y el material electoral, y quemaría todo. A partir de ahí instaurarían un régimen de terror, primero en las comunidades más pobres de las alturas iquichanas, luego en ciudades como Ayacucho y posteriormente por todo el país, sobre todo en Lima, donde iniciaron ‘el gran salto del campo a la ciudad’. También en las universidades. Fue una ‘guerra silenciosa’ la que también llevamos los universitarios sanmarquinos que nos opusimos a las huestes del ‘camarada Gonzalo’. La capital comenzó a vivir el infierno terrorista que había empezado en Ayacucho. Primero, el terrorismo urbano a lo Pablo Escobar, con matanza de policías a sangre fría, ya sea en mercados, esquinas, puertas de bancos, a traición, solo para quitarles el arma y desmoralizar a las fuerzas del orden.
Decenas de hogares de polìcías fueron enlutados y eso lo cuento para que los jóvenes de hoy conozcan la heroica función que cumplió la Policía Nacional en la lucha contra el terrorismo. Después de matar a anónimos guardias, pasaron a asesinar a dirigentes políticos, como el que fuera ministro de Trabajo, Orestes Rodríguez o el tristemente célebre ‘Búfalo’ Pacheco, al que encima dinamitaron. Del mismo modo, a la lideresa popular de Huaycán, la izquierdista Pascuala Rosado, y también a la ‘Madre Coraje’ de Villa El Salvador, María Elena Moyano. Recuerdo que a finales de los ochenta eran comunes los estallidos de ‘coches bomba’ en cualquier punto de la ciudad, matando a muchos civiles. Y los apagones hasta en la noche de Año Nuevo. En los noventa llegaron a San Marcos. Cantaban: ‘¡Salvo el poder, todo es ilusión. Conquistar los cielos con la fuerza del fusil!’. Muchos estudiantes tuvieron que abandonar la universidad por sus amenazas. Este columnista se refugió en el periodismo, donde me vi cara a cara con el peor rostro del terrorismo. El de los crueles asesinatos. Íbamos a mercados donde veíamos cadáveres de policías ejecutados de un balazo en la cabeza, cuerpos acribillados de generales, almirantes, empresarios, dirigentes de izquierda, ecologistas como la recordada periodista de El Comercio, Bárbara D’Achille.
Nuestra juventud no la tuvo fácil. Veo con satisfacción a los jóvenes rebeldes de hoy. Ellos han tenido la ‘suerte’ de nacer en un país sin terrorismo, con una política económica estable y sin la hiperinflación de Alan García, con escasez de leche y pan. Ellos viven tiempos de apertura y democratización de servicios que en nuestras épocas de los ochenta eran considerados ‘lujos’, tal como tener un teléfono fijo en casa. Increíble. Hoy, cualquiera tiene celular, cable, internet y hasta te llaman y ruegan para ponerte el servicio. Solo han sido golpeados por esta pandemia mundial. En las décadas en que Sendero Luminoso instauró el terror, no habían estas ventajas de las que hoy gozan los bravos muchachos, como el Metropolitano, el tren eléctrico, la laptop o Google. El maldito terrorismo dejó más de 50 mil muertos en el país, la mayoría población civil. Felizmente, aquel 12 de setiembre de 1992 los heroicos policías de Inteligencia del GEIN capturaron en una casa de Surquillo al ‘Cachetón’ Abimael Guzmán y su pareja Elena Iparraguirre o ‘Miriam’. Ni el propio Guzmán se creyó eso de que era ‘la cuarta espada del marxismo’. Cayó cobardemente, como una mansa paloma, mientras la diabólica ‘Miriam’ gritaba como una histérica ‘¡¡no lo toquen!!’. Apago el televisor.POR: EL BÚHO