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El Búho: El romántico Jorge Luis Borges (II)

El Búho sigue relatando la vida y amores del escritor que se quedó completamente ciego a los 55 años
Jorge Luis Borges

Este Búho recibe correos de sus jóvenes lectores: 'Nos gustó tu columna sobre el Borges romántico, donde abordabas tópicos poco conocidos de la vida sentimental del genial autor argentino, pero sobre todo sus poemas de amor. ¿Podrías brindarnos una segunda parte?: Como me debo a mis lectores, seguiremos con la vida y amores del escritor que se quedó completamente ciego a los 55 años. Les relataba que conocí su obra a través de sus cuentos, como ‘El Aleph’, ‘El jardín de los senderos que se bifurcan’ o ‘El sur’, donde demostró que era ‘el mago de lo fantástico’. Te transportaba a mundos que solo su gran erudición había llegado a descifrar, como sus lecturas de ‘Las mil y una noches’. Leía extasiado sus relatos en la soledad del estadio de San Marcos, por esas épocas abandonado. Allí comprobé que Borges no tenía parámetros. Utilizaba filosofía, geometría y hasta matemáticas para escribir. Pero volvamos al narrador transformado en poeta enamorado. Paradójicamente, en público y en sus propios relatos, desdeñaba el sentimentalismo, pero en su poesía y en su vida misma fue un verdadero romántico decadente. Y sufrió hasta humillaciones por una mujer que jugó con su inmenso corazón templado: Estela Canto. A los 44 años la conoció en la casa de su amigazo, el escritor Bioy Casares. Ella tenía 28 años, era bella, inteligente, leída y si un huracán tuviera nombre de mujer, se llamaría Estela.

Jorge Luis había tratado con mujeres de clase alta, ‘chicas de casa’. Estela le hizo perder la cabeza y se enamoró perdidamente sin que ella le correspondiera del todo, como diríamos ahora ‘lo calentaba’. Pero era una muchacha profundamente vanidosa y no soltaba la pita, pues tenía a Borges comiendo de su mano. su libro de memorias 'Borges a contraluz’ (1989) presentó las cartas de amor apasionado que le escribiera el maestro, pero también incluía comentarios que lo dejaban mal parado: ‘La actitud de Borges me conmovía. Me gustaba lo que yo era para él, lo que él veía en mí. Sexualmente me era indiferente, ni siquiera me desagradaba. Sus besos torpes, bruscos, siempre a destiempo, eran aceptados condescendientemente. Nunca pretendí sentir lo que no sentía’.

Y cuando él, embriagado por su hechizo, le propuso matrimonio, en contra de la opinión de su madre, Leonor Acevedo, ella le respondió: 'Lo haría con mucho gusto Georgie, pero no olvides que soy discípula de Bernard Shaw. No podemos casarnos si antes no nos acostamos’. Lo sacaba del cuadro. Él mismo reconoció que la figura de Estela, de una u otra manera, fue la que inspiró uno de sus más célebres cuentos: ‘El Aleph’, al punto de que se lo dedicó y le regaló el manuscrito original, mecanografiado por la misma Canto. Esa amistad desquiciaba a su madre, quien consideraba que Estela ‘era una mujer de la calle’, porque llegó a bailar en locales nocturnos y ‘se le conocían relaciones con otros hombres’. Pero le hubiera dado un infarto si sabía que la joven simpatizaba con el Partido Comunista Argentino. Fueron ocho años de una relación más que compleja. En 1952 se separaron, y dicen que el escritor se corría de ella y evitaba encontrársela. Décadas después, ya ancianos, volvieron a juntarse y conversar como viejos ‘amigos cariñosos’. Un año antes de morir, Jorge Luis dio su permiso para que Estela vendiera el original de ‘El Aleph’ a una casa de subastas norteamericana por 25 mil dólares. Tal vez a ella le dedicó este poema de amor: 'Ni la intimidad de frente clara como una fiesta/ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña/ ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios/serán favor tan misterioso como el mirar tu sueño implicado en la vigilia de mis brazos/Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria del sueño, quieta y resplandeciente como una dicha que la memoria elige, me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes/ arrojado a quietud divisaré esa playa última de tu ser y te veré por vez primera, quizá, como Dios ha de verte, desbaratada la ficción del tiempo sin el amor, sin mí’.

El narrador solía decir: ‘A lo largo de mi vida he aprendido a ser Borges’. Hizo de sus ficciones algo real, como la jugada a sus sobrinos, hijos de su única hermana, Norah, quienes se frotaban las manos esperando su muerte para heredar su cuantiosa fortuna literaria y financiera, pero su tío se casó por poder cuando estaba en una clínica en Ginebra (Suiza), antes de morir, con María Kodama, su secretaria personal. ‘La china’, que era sus ojos y su amor en el ocaso de su vida, y ella le dio el sí refugiada del escándalo en el Consulado de Argentina en Paraguay, mientras los angurrientos sobrinos se quedaron burlados y sin nada. Ese era Borges (Buenos Aires 1899-Ginebra 1986), amante del tango, bailarín. El prototipo del intelectual erudito, cosmopolita. Un cerebro extraordinario, con siete mares de conocimientos y un corazón que también se teñía de rojo. Apago el televisor.




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