Este Búho ha tenido la suerte de recorrer gran parte del país, de extremo a extremo. Muchas veces como enviado especial de este diario y otras tantas por decisión propia. Es fundamental hacerlo si se quiere hablar o escribir sobre él.
Ningún libro, ningún compendio, ni ningún analista de redes sociales te puede dar un panorama tan amplio y real como el que uno recoge cuando conversa con un compatriota asentado toda su vida en una pequeña comunidad campesina o nativa, a donde se llega únicamente navegando en peque-peque o cabalgando en mula durante horas.
Conocer su realidad es esencial para entender sus decisiones. Es ese país ‘rural’ el que en las últimas elecciones presidenciales impuso su voz a través del voto. Y es una decisión que todo ciudadano debe respetar por muy en desacuerdo que esté. Desde la comodidad de una computadora o con un plato de comida sobre la mesa, sus decisiones pueden parecer descabelladas, pero si por un minuto observamos desde sus zapatos, resultan ser comprensibles y justas. Ese es el Perú que solo volteamos a ver en las heladas o cuando hay un atentado terrorista, aunque sea duro decirlo. Han sido invisibilizados desde siempre y, a pesar de tener los mismos derechos que cualquier peruano, no cuentan con una calidad de vida humanamente digna. Para los políticos, solo existen en tiempos de votaciones. Si uno visita esos pueblos alejados de las grandes ciudades, que no están incluidos en las rutas de las agencias turísticas, se encontrará con pueblos sin servicios básicos de agua potable, desagüe o luz eléctrica. Mucho menos, claro está, servicio de Internet.
Los niños deben caminar horas y horas para asistir a una escuela, si es que tienen la oportunidad, pues la gran mayoría, debido a la pobreza, debe dedicarse a la chacra o el ganado. En el interior del país, la atención médica es tan precaria que muchas mujeres embarazadas mueren durante el parto y los niveles de desnutrición son tan alarmantes como la anemia. Entonces, ¿qué busca ese grueso de nuestra población? Un gobierno que no los deje de lado y que también los vea como ciudadanos de esta gran patria.
El próximo gobernante tendrá que tender puentes con la otra mitad que votó en su contra. Y, sobre todo, dialogar con su oponente para hacer consensos y evitar aún más la polarización, la que si no es bien manejada podría terminar en un conflicto social. Sin embargo, el gran reto de nuestro futuro presidente será atender con urgencia ese centro y sur del país que se siente relegado y olvidado. Sectores del Perú que a puertas del bicentenario reclaman una vida digna, servicios básicos, colegios y hospitales de calidad, acceso a Internet, garantías para sus libertades democráticas, de expresión e información, oportunidades de expansión de sus pequeños negocios, seguridad jurídica de sus propiedades y un sistema judicial que los proteja y ampare de los abusos.
Ese será el gran desafío de quien nos gobierne en los próximos cinco años, hacer un Perú más igual, más libre, tolerante y pluralista. Quien sea, ¿estará a la medida? Y si no lo está, tendrá a una ciudadanía vigilante, por supuesto.
Apago el televisor.