Este Búho es futbolero desde que tiene uso de razón. Vuelven las Eliminatorias, donde estamos en el último lugar de la tabla, incluso ¡debajo de Bolivia! Pero cada vez que juega la selección es un mar de emociones para mí. Nos toca Colombia este viernes, un equipo que acaba de disputar la final de la Copa América y tiene jugadores en las mejores ligas del mundo. Ya habrá tiempo de hablar un poco más del partido.
Por ahora nada mejor que al hablar de Colombia recordemos a uno de sus hijos ilustres, el premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. Recuerdo que cuando estaba en la universidad llevaba un libro en mi mochila: ‘Crónicas y reportajes’. El escritor ya había ganado el Nobel en 1982, y yo había leído algunas de sus novelas trascendentales, como ‘Cien años de soledad’ o ‘El otoño del patriarca’, pero no el trabajo que hizo en el diario El Heraldo de Barranquilla, cuando era veinteañero y escribió: ‘Cuando era joven, feliz e indocumentado’.
Ya en la cima del mundo literario, editó este libro donde reproducía sus mejores reportajes de juventud para esos diarios. Este columnista leía extasiado esas crónicas con títulos alucinantes que colocaba el propio escritor: ‘El cartero llama mil veces’, un texto sobre el destino de las cartas que nunca llegan a su destino. O ‘Un hombre ha muerto de muerte natural’, que era un artículo sobre el fallecimiento de su admirado Ernest Hemingway.
Hay una novela del colombiano, ‘Del amor y otros demonios’ (1994), donde la increíble y verídica historia nace del trabajo de un joven reportero del diario El Universal de Cartagena, quien en el año 1949 era un redactor de la sección locales que portaba el ‘bichito’ de la literatura en el alma y leía con fruición. Tenía en su pensión de estudiante provinciano de Aracataca a escritores como Joseph Conrad, Kafka, Hemingway, Sófocles, León Tolstoi, así como poesías de Rimbaud o Pablo Neruda.
Una mañana, el jefe de Informaciones lo manda a una comisión de rutina. “El antiguo cementerio de Santa Clara va a ser demolido para construir un hotel cinco estrellas. Anda para ver qué sacas de eso”, contaría Gabriel de lo que le dijo el jefe.
De todos los huesos y mortajas —hasta de un virrey del Perú y su amante secreta— que se exhumaron, le sorprendieron los de una supuesta niña, cuya cabellera de color cobre tendría más de veinte metros y solo se leía dificultosamente su nombre: Sierva María de Todos los Ángeles.
El joven escribiría una excelente crónica para el diario. Décadas después de ese descubrimiento, alumbraría una de sus mejores novelas: ‘Del amor y otros demonios’ y describiría la escena de su juventud con esta obra maestra de escritura: “Extendida en el suelo, la cabellera espléndida medía veintidós metros con once centímetros. El maestro de obra me explicó sin asombro que el cabello humano crecía un centímetro por mes hasta después de la muerte, y veintidós metros le parecieron un buen promedio para doscientos años.
A mí, en cambio, no me pareció tan trivial, porque mi abuela me contaba de niño la leyenda de una marquesita de doce años cuya cabellera la arrastraba como una cola de novia, que había muerto del mal de rabia por el mordisco de un perro, y era venerada en los pueblos del Caribe por sus muchos milagros. La idea de que esa tumba pudiera ser la suya fue mi noticia de aquel día, y el origen de este libro”. La novela es corta pero intensa. Para ponerse a tono antes del partido. Apago el televisor.
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